XV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Mt 13,1-23: Dios lo puede todo

Autor: SS. Juan Pablo II

Fuente: almudi.org (con permiso)  suscribirse

 

 

(Is 55,10-11) "Hará mi voluntad y cumplirá mi encargo"
(Rm 8,18-23) "Gemimos en nuestro interior, aguardando la hora de ser hijos de Dios"
(Mt 13,1-23) "Lo sembrado en tierra buena significa el que escucha la palabra y la entiende"


En el Santuario alpino de Nuestra Señora de Barmasc (15-VII-1990)

---Dios lo puede todo

---Respuesta libre

---La Virgen nos sostiene

---Dios lo puede todo

“Así será mi palabra, la que salga de mi boca, que no tornará a mí de vacío, sin que haya cumplido aquello a que la envié” (Is 55,11).

Como la lluvia baña la tierra, así Dios con su gracia da nuevamente vigor al hombre abrumado por el peso del pecado y de la muerte. Él es fiel y mantiene siempre la palabra dada.

Ningún poder logrará frenar la fuerza irresistible de su misericordia.

Las palabras del Deutero-Isaías que hemos escuchado en la primera lectura subrayan de manera significativa la promesa que Yavé renueva al pueblo de Israel afligido y desorientado. Ellas se dirigen también a nosotros como un llamamiento a la esperanza y como un estímulo a la confianza. Se dirigen al hombre de nuestro tiempo, sediento de felicidad y bienestar, que va en busca de la verdad y de la paz, pero que, por desgracia, experimenta la decepción del fracaso.

Las palabras del profeta son una invitación a creer que Dios puede modificar cualquier situación, incluso la más dramática y compleja.

En efecto, ¿quién puede oponerse a su obrar? Él, que es omnipotente y bueno, ¿nos abandonará quizá a nuestra fragilidad y nos dejará vagar a merced de nuestra infidelidad?

En los textos de este domingo el Omnipotente se nos presenta revestido de ternura y atención, prodigando a la humanidad dones de salvación. Él acompaña con paciencia al pueblo que eligió; guía fielmente a lo largo de los siglos a la Iglesia, el “nuevo Israel”, que caminando en el tiempo presente busca la ciudad futura y perenne” (Lumen Gentium n.9).

Habla y obra, dona sin medida y sin arrepentimiento, interviene en nuestra realidad diaria incluso cuando somos débiles y no correspondemos a su amor gratuito y generoso.

---Respuesta libre

Pero el hombre tiene la posibilidad tremenda de volver vana la iniciativa divina y rechazar su amor. Nuestro “sí”, adhesión libre a su propuesta de vida, es indispensable para que el proyecto de salvación se cumpla en nosotros.

Reflexionemos sobre la parábola del sembrador. Ella nos ayuda a comprender mejor esta realidad providencial y a ponderar sabiamente la responsabilidad que nos corresponde a cada uno de nosotros de hacer madurar la semilla de la Palabra, difundida ampliamente en nuestro corazón. La semilla de la que hablamos es la Palabra de Dios; es Cristo, el Verbo de Dios vivo. Se trata de una semilla en sí misma fecunda y eficaz, surgida de la fuente inextinguible del Amor trinitario. Sin embargo, el hecho de hacerla fructificar depende de nosotros, depende de la acogida de cada uno de nosotros. A menudo, el hombre es distraído por demasiados intereses, le llegan innumerables estímulos desde muchas partes, y le resulta difícil distinguir, entre tantas voces, la única Verdad que hace libre.

Es necesario convertirse en terreno disponible sin abrojos y sin piedras, sino arado y escardado con cuidado. Depende de nosotros ser la tierra buena en la que “da fruto y produce uno ciento, otro sesenta, otro treinta” (Mt 13,23).

Os exhorto a crecer en deseos de Dios; os aliento a acoger generosamente la invitación que os dirige la liturgia de este día. Ojalá correspondáis siempre a los impulsos de la gracia y produzcáis frutos abundantes de santidad.

El mundo, “sometido a la vanidad” (Rm 8,20), grita que tiene sed de Cristo. Invoca la paz, pero no sabe dónde hallarla plenamente. ¿Quién podrá transformar este terreno pedregoso y lleno de abrojos en un campo ubérrimo, sino la lluvia y la nieve que bajan desde arriba?

---La Virgen nos sostiene

“Virgo potens, erige pauperem” - “Virgen poderosa, alza al pobre”. Es verdad: la Virgen sostiene al pobre que confía en Ella. Ayuda al cristiano, día tras día, a seguir los pasos de Jesús, a gastar por Él todo tipo de recursos físicos y espirituales, realizando de este modo la misión que le fue confiada por el bautismo. El creyente se transforma así, a su vez, en una semilla de vida ofrecida, junto a Cristo, por la salvación de sus hermanos.

“La ansiosa espera de la creación desea vivamente la revelación de los hijos de Dios” (Rm 8,19).

La humanidad pide ayuda y busca seguridad. Todos tenemos necesidad de la lluvia de la misericordia, todos aspiramos a los frutos del amor.

Dios sigue visitando la tierra y bendiciendo sus retoños, y seguramente llevará a término la obra comenzada. El panorama formidable que contemplamos aquí nos habla de su fidelidad eterna. Nos habla también de la riqueza de sus dones. Dios se manifiesta desde lo alto “muestra a los extraviados la luz de su verdad para que puedan volver a su camino recto” (Colecta).

Nos muestra a Jesucristo, su Verbo eterno. Nos lo muestra y nos lo ofrece en la Eucaristía; nos lo ofrece a través de las manos de María, su Madre, nuestra Madre.

                   Con textos de homilías pronunciadas por S.S. Juan Pablo II