Fiesta. Dedicación de la Basílica de Letrán

Jn. 2,13-22: La morada de Dios

Autor: SS. Juan Pablo II

Fuente: almudi.org (con permiso)  suscribirse

 

 

(Ez. 47, 1-2. 8-9. 12) “A la vera del río,..., crecerán toda clase de frutales”
(1 Cor. 3,9-11.16-17) ”Sois edificio de Dios”
(Jn. 2,13-22) “Destruid este templo, y en tres días lo levantaré”

Homilía I: con textos de homilías pronunciadas por S.S. Juan Pablo II

Visita a la Parroquia del Santo Salvador y de los Santos Juan Bautista y Juan Evangelista (9-Xl-1 980)

---La morada de Dios

---Fidelidad al Bautismo

---Responsabilidad de los cristianos

---La morada de Dios

Permitid, queridos hermanos y hermanas, que este do mingo en que la Iglesia celebra el correspondiente aniversario de la Dedicación de la Basílica Lateranense, exprese yo, junto con vosotros, la más profunda veneración a nuestro Dios y Señor, que habita en este venerable templo.

¡Dios habita en el interior de su Iglesia!

Cuando el templo fue erigido en este lugar —y sucedió por vez primera en tiempo del Emperador Constantino—, fue dedicado a Dios solo. En efecto, se edifican las iglesias para dedicarlas a Dios, como para darle a Él sólo su particular propiedad y su habitación en medio de nosotros, que somos su pueblo. Y de nuestros antepasados en la fe recibimos la certeza de la verdad revelada, según la cual Dios quiere habitar en medio de nosotros. Quiere estar con nosotros. ¿De qué otra cosa, si no de esto, es testimonio la historia de los Patriarcas y de Moisés?

Y, ¿qué otra cosa testimonia, sobre todo, Cristo, Señor y Salvador nuestro que, de modo especial, es desde el principio, Patrono de la Iglesia en Letrán?

Sí, hace poco hemos escuchado sus palabras pronunciadas ante los habitantes de Jerusalén y ante los peregrinos que habían llegado para visitar el templo de Salomón: “Destruid este templo, y en tres días lo levantaré” (Jn. 2,19). Cristo había subido al templo de Jerusalén junto con los demás y —como hemos escuchado— había echado fuera a la gente que vendía bueyes, ovejas, palomas y a los cambistas sentados allí. Y entonces, ante la reacción tan dura del Maestro de Nazaret, ante las palabras que había pronunciado en esa ocasión: “no hagáis de la casa de mi Padre casa de contratación”, le fue hecha esta pregunta: “¿Qué señal das para obrar así?” (Jn. 2,16,18).

La respuesta de Cristo suscitó una sensación de recelo: “Cuarenta y seis años se han empleado en edificar este templo, ¿y tú vas a levantarlo en tres días?” (Jn. 2,20).

Solamente los más cercanos a Cristo eran conscientes de que en lo que había dicho se había manifestado su “celo” filial por la casa del Padre, un celo que lo devoraba (Cfr. Jn. 2,14). Y ellos, los discípulos, entendieron después, cuando Cristo resucitó, que echando entonces a los comerciantes del templo de Jerusalén, pensaba sobre todo en el “templo de su cuerpo” (Jn. 2,21).

Así, pues, en el día en que celebramos el recuerdo anual de la Dedicación de la Basílica de Letrán, que es madre de todas las Iglesias, deseamos expresar la máxima veneración a esta “morada de Dios con nosotros” (Cfr. Ap. 21,3), profesando que ella re presenta al mismo Cristo crucificado y resucitado. Cristo, nuestra Pascua; porque por Él, en Él y con Él tenemos acceso al Padre en el Espíritu Santo; por Él, en Él y con Él, Dios mismo, en el misterio inescrutable de su Vida Trinitaria, se acerca a nosotros para estar con vosotros, para habitar en medio de nosotros...

---Fidelidad al Bautismo

¿Qué os diré, queridos fieles de la parroquia de San Juan de Letrán? Permitidme seguir a San Pablo y proponeros una frase suya, sacada de la liturgia de hoy: “vosotros sois arada de Dios, edificación de Dios” (1 Cor. 3,9).

Dos comparaciones, cada una de las cuales habla en modo muy expresivo de cada uno de vosotros y, al mismo tiempo, de toda vuestra comunidad.

Sois la “arada de Dios”, que debe su buena cosecha sobre todo al agua del bautismo. Aquí, junto a la Basílica, se encuentra una fuente bautismal muy antigua. Y aquí, con el agua de la fuente bautismal lateranense, muchos de vosotros han nacido a la vida divina en la gracia de hijos adoptivos, viniendo a formar parte de esta comunidad parroquial. ¡Cuán elogiosamente el Salmo responsorial de hoy exalta las “corrientes del río” que “alegran la ciudad de Dios” (Sal. 45,5)! Y el Profeta Ezequiel evoca la imagen de los árboles que crecen a la orilla del torrente y gracias a ello producen frutos. He aquí sus palabras: “En las riberas del río, al uno y al otro lado, se alzarán árboles frutales de toda especie, cuyas hojas no caerán y cuyo fruto no faltará. Todos los meses madurarán sus frutos, por salir sus aguas del santuario, y serán comestibles, y sus hojas, medicinales” (Ez. 47,12).

Así también vosotros, queridos hermanos y hermanas, crecéis en virtud de la gracia del bautismo y producís frutos de buenas obras, frutos que deben durar para la vida eterna, si permanecéis fieles a esa gracia del bautismo.

Está después esta comparación: vosotros sois “la edificación de Dios”. Tal imagen expresa la misma verdad respecto a nuestro vínculo orgánico con Cristo, como “fundamento” de toda la vida espiritual: “Cuanto al fundamento, nadie puede poner otro, sino el que está puesto, que es Jesucristo” (1 Cor. 3,11).

Así escribe el Apóstol Pablo en la primera Carta a los Corintios, y seguidamente plantea a los destinatarios de su carta —y también a nosotros— la siguiente pregunta: “¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?” (1 Cor. 3,16). Y añade todavía (son palabras fuertes e incluso en cierto sentido severas y amenazadoras): “Si alguno destruye el templo de Dios, Dios lo aniquilará” (1 Cor. 3,16). Para concluir después: “Porque el templo de Dios es santo, y ese templo sois vosotros” (1 Cor. 3,17).

---Responsabilidad de los cristianos

He aquí el metro con el que conviene medir vuestra vida cristiana: cada uno de vosotros individualmente y todos juntos en el contexto de esta comunidad parroquial.

Es un metro que debe estimular el sentido de responsabilidad de cada uno, induciéndole a asumir generosamente los deberes que derivan de su inserción, mediante el bautismo, en el Cuerpo místico de Cristo. El formar, pues, parte de esta parroquia, no grande pero especialmente significativa, a la vez que constituye para todos vosotros un título especial de honor, ofrece también a cada uno la justificación de especiales deberes. Vuestra vida cristiana se desarrolla a la sombra de la catedral del Papa, a la que vienen fieles de todas partes del mundo, para confirmar su adhesión a la Cátedra de Pedro y renovar, en el contiguo baptisterio, el compromiso de sus promesas bautismales.

¿Cómo no advertir el toque de atención que supone semejante contacto habitual y su consiguiente e inevitable parangón? Vosotros podéis recibir mucho de los testimonios de fe intensa y de fervorosa devoción que dan los peregrinos procedentes de regiones a veces lejanísimas, consintiéndoos experimentar cotidiana y directamente la dimensión católica de la Iglesia. A vosotros os corresponde ofrecerles una acogida es agrade y les haga sentirse, aquí en el centro de la catolicidad, como “en su propia casa”. A vosotros os corresponde darles ejemplo de una comunidad dinámicamente tendente hacia los demás, en el deseo de hacer partícipes a todos del gozo que produce el haber des cubierto el amor de Cristo. A vosotros os corresponde, sobre todo, manifestaros, en cualquier aspecto de vuestra conducta, dignos herederos de aquellos romanos, por los que San Pablo daba gracias a Dios “porque la fama de su fe se había extendido por todo el mundo” (Cfr. Rom. 1,8).

Al final de esta meditación, dirijamos una vez más la mirada de nuestra fe sobre este maravilloso templo, que hoy celebra el aniversario de su dedicación.

Y acompañen nuestro encuentro con la comunidad de la parroquia lateranense estas solemnes y gozosas palabras de la liturgia de hoy: “He elegido y consagrado esta casa para que mi nombre habite en ella perpetuamente (2 Cor. 7,16). Aleluya”.