Fiesta. Bautismo del Señor 
San Lucas 3, 15-16.21-22:
El bautismo de penitencia de Juan

Autor: SS. Juan Pablo II

Fuente: almudi.org (con permiso)  suscribirse

 

 

(Is 42,1-4.6-7) "No vacilará ni se quebrará hasta que establezca la justicia"
(Hch 10,34-38) "Dios no es aceptador de personas"
(Lc 3, 15-16.21-22) "Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto"
Homilía I: con textos de homilías pronunciadas por S.S. Juan Pablo II

Homilía en la fiesta del Bautismo del Señor (12-I-1997)

---El bautismo de penitencia de Juan
---El bautismo libera de la culpa original y perdona los pecados
---Revelación de la Santísima Trinidad

---El bautismo de penitencia de Juan

“Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt 28,19).

La Iglesia celebra hoy el bautismo de Cristo, y también este año tengo la alegría de administrar, en esta circunstancia, el sacramento del bautismo a algunos recién nacidos.

Antes de administrar el sacramento a estos niños recién nacidos quisiera detenerme a reflexionar con vosotros en la palabra de Dios que acabamos de escuchar. El Evangelio de San Marcos, como los demás sinópticos, narra el bautismo de Jesús en el río Jordán. La liturgia de la Epifanía recuerda este acontecimiento, presentándolo en un tríptico que comprende también la adoración de los Magos de Oriente y las bodas de Caná. Cada uno de estos tres momentos de la vida de Jesús de Nazaret constituye una revelación particular de su filiación divina.

Lo que Juan el Bautista confería a orillas del Jordán era un bautismo de penitencia, para la conversión y el perdón de los pecados. Pero anunciaba: “Detrás de mí viene el que puede más que yo (...). Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo” (Mc 1,7-8). Anunciaba esto a una multitud de penitentes, que se le acercaban confesando sus pecados, arrepentidos y dispuestos a enmendar su vida.

---El bautismo libera de la culpa original y perdona los pecados

De muy diferente naturaleza es el bautismo que imparte Jesús y que la Iglesia, fiel a su mandato, no deja de administrar. Este bautismo libera al hombre de la culpa original y perdona sus pecados, lo rescata de la esclavitud del mal y marca su renacimiento en el Espíritu Santo; le comunica una nueva vida que es participación de la vida de Dios Padre y que nos ofrece su Hijo unigénito, hecho hombre, muerto y resucitado.

---Revelación de la Santísima Trinidad

Cuando Jesús sale del agua, el Espíritu Santo desciende sobre él como una paloma y tras abrirse el cielo, desde lo alto se oye la voz del Padre: “Tú eres mi hijo amado, en ti me complazco” (Mc 1,11). Por tanto, el acontecimiento del bautismo de Cristo no es sólo revelación de su filiación divina, sino también, al mismo tiempo, revelación de toda la Santísima Trinidad: el Padre −la voz de lo alto− revela en Jesús al Hijo unigénito consustancial con él, y todo esto se realiza por virtud del Espíritu Santo que bajo la forma de paloma desciende sobre Cristo, el consagrado del Señor.

Los Hechos de los Apóstoles nos hablan del bautismo que el apóstol Pedro administró al centurión Cornelio y a sus familiares. De este modo, Pedro realiza el mandato de Cristo resucitado a sus discípulos: “Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt 28,19). El bautismo con el agua y el Espíritu Santo es el sacramento primero y fundamental de la Iglesia, sacramento de la vida nueva en Cristo.

También estos niños dentro de poco recibirán ese mismo bautismo y se convertirán en miembros vivos de la Iglesia. Serán ungidos con el óleo de los catecúmenos, signo de la suave fortaleza de Cristo, que se les da para luchar contra el mal. El agua bendita que se les derrama es signo de la purificación interior mediante el don del Espíritu Santo, que Jesús nos hizo al morir en la cruz. Después se recibe una segunda y más importante unción con el “crisma”, para indicar que son consagrados a imagen de Jesús, el ungido del Padre. La vela encendida que se les entrega es símbolo de la luz de la fe que los padres y padrinos deberán custodiar y alimentar continuamente con la gracia vivificante del Espíritu.