V Domingo del Tiempo Ordinario Ciclo C.
San Lucas 5, 1-11: Acercarse a Dios

Autor: SS. Juan Pablo II

Fuente: almudi.org (con permiso)  suscribirse

 

 

(Isa 6,1-2a.3-8) "Aquí estoy, mándame"
(1 Cor 15,1-11) "Cristo murió por nuestros pecados"
(Luc 5,1-11) "Apártate, Señor, de mí que soy un pecador"

Homilía en la Parroquia de San Timoteo (10-II-1980)

---Acercarse a Dios
---Sentido del pecado y humildad
---Apostolado cristiano

---Acercarse a Dios

Estoy contento de volver a descubrir y profundizar con vosotros en los textos de la liturgia de este domingo, la fundamental vocación-misión del cristiano que, como los Profetas, como los Apóstoles, está llamada a desarrollar el ministerio de anunciar y evangelizar a Cristo, haciéndolo actual mediante el propio testimonio vivo.

A propósito de esta vocación, el Evangelio de hoy nos ofrece abundante materia de reflexión y todas las lecturas de la liturgia dominical nos permiten comprender aún más a fondo su contenido.

He aquí el cuadro más frecuente en el Evangelio: Cristo enseña. Enseña a cuantos “se agolpan” en torno “para oír la palabra de Dios” (Lc 5,1). Primero enseña en la orilla del lago de Genesaret, luego “subió a una de las barcas, que era la de Simón”, y rogándole que se alejase un poco de la tierra, continuó enseñando a la multitud desde la barca (cfr. Lc.5,3). Cuando terminó de hablar, se alejó de la muchedumbre y mandó a Simón hacerse a la mar y echar las redes para la pesca (cfr. Lc. 5,4).

El acontecimiento, que podría parecer ordinario, toma de allí a poco un carácter extraordinario. En efecto, la pesca resulta especialmente abundante, lo que sorprende a Simón y a los otros pescadores, cuya fatiga precedente, que duró toda la noche, no había dado resultado alguno: “Toda la noche hemos estado trabajando y no hemos pescado nada” (Lc. 5,5), dice Simón, cuando Jesús le pide echar las redes. Lo hacen únicamente por respeto a las palabras de Jesús, movidos por un motivo de estima y obediencia.

La inesperada, abundantísima pesca, que incluso exige la ayuda de los compañeros de la otra barca, suscita en Simón Pedro una reacción típica de él. Se echa a los pies de Jesús y dice: “Señor, apártate de mí, que soy un hombre pecador” (Lc. 5,8).

Los otros testigos del acontecimiento milagroso, los hermanos Santiago y Juan, no reaccionan del mismo modo, pero también se llenan de estupor por la extraordinaria pesca realizada (cfr. Lc 5,9).

Entonces, Jesús dirige a Simón las palabras que dan el significado profético a todo el acontecimiento: “No temas; en adelante vas a ser pescador de hombres” (Lc. 5,10).

En diversos pasajes podemos comprobar que el Señor Jesús enseña a todos los que se acercan para oír su palabra; sin embargo, Él se propone instruir de modo particular a los Apóstoles, para introducirlos en los “misterios del reino”, que ellos sobre todo deben conocer, para creer en la propia misión. Jesús los educa en la tarea de futuros testigos de su potencia y de maestros seguros de esa verdad que Él ha traído al mundo desde el Padre, de la verdad que es Él mismo.

El pasaje evangélico de hoy nos muestra uno de los momentos particulares de esa solicitud, mediante la cual Jesús confirma a los Apóstoles y ante todo a Simón Pedro en la propia vocación. El método que usa el Maestro divino sobrepasa la simple enseñanza, el anuncio de la Palabra y su explicación. Para que penetre en profundidad, Jesús confirma la verdad de la Palabra anunciada con la revelación de su potencia sobrehumana y sobrenatural de Dios, que se dirige directamente a todo el hombre.

---Sentido del pecado y humildad

Frente a la revelación de esta potencia, la reacción del hombre es siempre la que manifestó Simón Pedro: la toma de conciencia de la propia indignidad y el estado pecaminoso. ¿No decimos nosotros siempre, antes de la santa comunión: “Señor, no soy digno de que entres en mi casa...”? Pedro, a su vez, afirma, “apártate de mí, que soy hombre pecador” (Lc. 5,8). San Pablo movido por el mismo sentimiento, escribirá: “No soy digno de ser llamado Apóstol, pues perseguí a la Iglesia de Dios” (1 Cor. 15,9). Así Isaías se defiende de la llamada del Señor, que querría eludir oponiendo la impureza de los propios labios, indignos de pronunciar la palabra del Señor (cfr. Is. 6,5).

Este profundo sentido de estado pecaminoso personal y de indignidad permite actuar a Dios mismo, permite a su gracia -gracia a la llamada divina- hacerse eficaz.

Los labios de Isaías, tocados por un carbón encendido, se vuelven puros y el profeta puede decir: “Heme aquí, envíame a mí” (Is. 6,8). Pablo, convertido de perseguidor en Apóstol, afirma: “Por la gracia de Dios soy lo que soy, y la gracia que me confirió no ha sido estéril” (1 Cor. 15,10). En cambio, Simón Pedro escucha de labios de Cristo las palabras confortadoras: “No temas; en adelante vas a ser pescador de hombres” (Lc. 5,10).

En las lecturas de hoy se encierra una profunda lección que demuestra nuestra verdadera relación personal con Dios. Ante todo es necesario que tengamos un sentido profundo de su santidad y a la vez un vivo sentido de nuestra culpa e indignidad. Cuanto más caigamos en la cuenta de esto último, tanto más se nos revela lo primero: Dios en la Majestad inefable de su potencia y de su amor; Creador y Redentor del hombre; Sabiduría, Justicia, Misericordia; Dios Omnipresente, Omnisciente, Omnipotente.

Cristo no manifiesta con su enseñanza este misterio inescrutable de Dios y, al mismo tiempo, nos lo acerca, hablando el lenguaje de los hombres sencillos, haciendo presente la potencia de Dios mismo con signos visibles, como, por ejemplo, la pesca del lago de Genesaret.

Reflexione cada uno de nosotros si su relación interior con Dios tiene los rasgos que se manifiestan en el comportamiento de Simón Pedro, de Pablo de Tarso, del profeta Isaías; si nuestra relación con Dios no es demasiado superficial, unilateral, interesada. ¿Tenemos miedo del pecado, por no ofender al Padre y al Hijo, su Unigénito, que ha aceptado por nosotros la pasión y la muerte en la cruz? ¿O más bien nos falta esa conciencia de profunda indignidad en relación con el que es él solo y único Santo?

Comprometámonos en este sentido.

---Apostolado cristiano

Además de esto, las lecturas de hoy contienen pensamientos e indicaciones importantes para la vida de toda parroquia, como unidad del pueblo de Dios.

Cristo dijo a Pedro: “En adelante vas a ser pescador de hombres” (Lc. 5,10); esta pesca misteriosa corresponde a la misión incesante de la Iglesia, de cada una de las comunidades en la Iglesia y de cada uno de los cristianos. Llevar a los hombres vivos, a las almas humanas la luz de la fe y a la fuente del amor; mostrarles el Reino de Dios presentes en los corazones y en el designio de la historia de la humanidad; reunir a todos en esa unidad, cuyo centro es Cristo: he aquí la misión continua de la Iglesia. El Concilio Vaticano II ha dado en su enseñanza, la expresión plena de esta misión.

Y como en los tiempos de Jesús, así también hoy, esta misión exige un constante anuncio que prepare y facilite la acogida de la verdad divina y del amor fraterno. Exige que cada una de las personas, de los grupos, de los ambientes “se aparten a veces de la tierra” para “alejarse”. Es necesario para esta penetración más profunda del Evangelio y de los misterios divinos. Es necesaria particularmente una intimidad familiar, exclusiva, ferviente con Cristo y con el Padre en el Espíritu Santo, para que maduren los Apóstoles, es decir, los cristianos perfectos, prontos a dar a los demás, sacando de la propia plenitud, para que la gracia de Dios en ellos no sea estéril (cfr. 1 Cor. 15,10; 2 Cor. 6,1).

“Maestro... porque tú lo dices echaré las redes” (Lc. 5,5). Vuestra comunidad, vuestros Pastores, todas las almas apostólicas... todos los feligreses no cesen de pensar así, animados por este mismo espíritu de fe, y no cesen de actuar en consecuencia. ¡El Maestro y Señor está constantemente presente en nuestra barca!

La vocación del cristiano se realiza sustancialmente, además de en la vida de gracia, en el testimonio de amor y de solidaridad, que requiere obviamente una apertura a los demás, acogidos como tales, y apremia a salir de sí mismos, de los propios miedos y defensas, de la tranquilidad del bienestar propio, para comunicar y al mismo tiempo construir un tejido de relaciones recíprocas, orientadas al bien espiritual, moral y social de todos.