VI Domingo del Tiempo Ordinario Ciclo C.
San Lucas 6, 17.20-26: "Dichoso los pobres, porque es el reino de Dios"

Autor: SS. Juan Pablo II

Fuente: almudi.org (con permiso)  suscribirse

 

 

(Jer 17,5-8) "Bendito quien confía en el Señor"
(1 Cor 15,12.16-20) "Cristo resucitó de entre los muertos"
(Lc 6,17.20-26) "Dichoso los pobres, porque es el reino de Dios"

Homilía en la parroquia de Ntra. Sra. de Lourdes (13-II-1983)

---El apego a los bienes materiales
---Efectos del acercamiento a Dios
---Sentido positivo de las contrariedades

---El apego a los bienes materiales

En la primera lectura el Profeta Jeremías nos presenta la imagen de un hombre a quien denomina “maldito”, y después otro, al que llama “bendito”.

Del mismo modo en el Evangelio de Lucas, escuchamos primero la palabra “bienaventurado”, y luego: “¡Ay de vosotros!”. También aquí hay contraposición evidente.

No podemos olvidar que el Evangelio emplea el duro “¡ay de vosotros!” refiriéndolo a la tradición del Antiguo Testamento. También nosotros debemos recibir esta severa palabra de la Buena Noticia y meditar en ella.

San Lucas escribe: “¡Ay de vosotros los ricos...”, “¡ay de vosotros los que estáis saciados!...”, “¡ay de los que ahora reís...”, “¡ay si todo el mundo habla bien de vosotros...!” (Lc 6,24-26).

¿Acaso significa esto que recibir elogios, reír, saciar el apetito o llegar a ser rico es algo malo y digno de condenación?

Parece que la respuesta a esta pregunta nos viene del Profeta Jeremías. Llama “maldito” al hombre que confía en el hombre y considera que su fuerza está en la carne, y “aparta el corazón del Señor” (Jer 17,5). Por tanto, el mal de que habla el Profeta y el Evangelista no reside en la riqueza en sí, ni en la satisfacción del apetito, ni en la alabanza humana. El mal al que se refiere el “¡ay de vosotros!” de San Lucas está en el apego exclusivo a unos u otros bienes temporales y, a la vez, en el alejamiento de Dios del corazón.

Lo que he dicho se refiere a la parte negativa de esta contraposición que evidencian las lecturas de la liturgia de hoy.

---Efectos del acercamiento a Dios

La parte positiva es más rica y está más explicitada.

El profeta Jeremías llama “bendito” el hombre que “confía en el Señor y en el Señor pone su confianza” (17,7).

El Profeta lo compara al árbol plantado junto a la corriente de agua, de modo que las raíces están siempre regadas y ello hace que tenga verdes las hojas incluso en la estación del calor. No cesa de dar fruto ni siquiera en tiempo de sequía (cfr. 17,8).

Casi la misma imagen del hombre “bienaventurado” se ve delineada en el primer Salmo: es “como un árbol/ plantado al borde de la acequia:/ da fruto en su sazón,/ y no se marchitan sus hojas;/ y cuanto emprende tiene buen fin” (v.3).

Un hombre así “no sigue el consejo de los impíos” ni “entra por la senda de los pecadores”, sino que “su gozo es la ley del Señor” y la “medita día y noche” (cf. vv.1-2).

Después de aludir a esta hermosa metáfora que se encuentra en el libro del Profeta Jeremías y en el primer Salmo, pasemos ahora a buscar la respuesta a la pregunta: ¿Qué es este torrente, esta agua vivificante donde el hombre justo y “bendito” ahonda sus raíces?

Como se deduce del Salmo, ésta es justamente la “ley del Señor”.

Pero continuando con la lectura de hoy del Evangelio de Lucas, podemos afirmar que el torrente vivificador es la Palabra de Dios, la Buena Noticia. Precisamente ésta encierra en sí el código de las bienaventuranzas que leemos en Lucas.

---Sentido positivo de las contrariedades

No escapa a nuestra atención el hecho de que el enunciado de cada una de estas bienaventuranzas está construido de modo significativo. Por ejemplo, “bienaventurados los pobres, porque vuestro es el reino de Dios” (6,20).

La primera habla de la vida temporal; la segunda, habla sobre todo del futuro eterno. La vida temporal está cargada de innumerables fatigas, padecimientos, o sea, de lo que el hombre suele llamar “el mal”: el mal de la pobreza, el mal del hambre, el mal que se manifiesta en lágrimas de sufrimiento, el mal de las persecuciones “por causa del Hijo del Hombre”.

Pero según hemos afirmado antes, el Señor Jesús nos advierte que un “bien” como la riqueza, saciedad, alabanzas y todo bien temporal puede ser “un mal” si aleja nuestro corazón de Dios. Y revela también que un “mal”, todos los males enumerados en el Evangelio de hoy, pueden tener significado salvífico, de bienaventuranza: puede resultar un “bien” si llevan nuestro corazón a Dios. En efecto, la pobreza, la privación, los sufrimientos, las persecuciones nos preparan a la intimidad eterna con El y a participar de su reino.

Este es el código de las bienaventuranzas, núcleo mismo, por así decir, de la Buena Noticia. Esta es precisamente el “torrente” de agua viva en que ahonda las raíces el hombre justo a quien el Profeta Jeremías llama “bendito”.

Por ello San Pablo recuerda, en la segunda lectura de hoy, que “Cristo resucitó de entre los muertos, el primero de todos” (1 Cor 15,20). Y a la vez nos invita a tener confianza en Cristo no sólo para esta vida temporal, sino para toda la eternidad (cf.1 Cor 15,19).

En realidad la resurrección de Cristo es garantía de toda la Buena Noticia y seguridad de las bienaventuranzas evangélicas. El hombre que construye su vida sobre este cimiento “confía en el Señor y pone en el Señor su confianza” de verdad (Jer 17,7). La liturgia de hoy califica de “bienaventurado” a este hombre.

“Alegraos... y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo” (Lc 6,23). Estas palabras resuenan en la liturgia de hoy y son espejo de sus ideas principales.

Nuestra Señora de Lourdes os recuerde incesantemente... estas palabras evangélicas, esta afirmación de Cristo: “Alegraos y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo”.