V Domingo de Pascua, Ciclo C.
San Juan 13, 31-33a: Razón de la esperanza cristianaAutor: SS. Juan Pablo II
Fuente: almudi.org (con permiso) suscribirse
(Hch
14,21b-27) "Les contaron lo que Dios había hecho por medio de ellos"
(Ap 21,1-5a) "Todo lo hago nuevo"
(Jn 13,31-33a.34-35) "Que os améis unos a otros;
como yo os he amado"
Homilía en la parroquia romana de Santa María de la Misericordia
--- Razón de la esperanza cristiana
--- La Resurrección y el mandamiento del amor
--- La Resurrección y el apostolado
--- Razón de la esperanza cristiana
La vida a la luz de la Resurrección
Meditemos juntos sobre lo que nos dice la Iglesia en este domingo V de Pascua.
Nos habla de la resurrección de Cristo, y al mismo tiempo nos hace ver nuestra
vida a la luz de la resurrección.
La resurrección de Cristo es su glorificación en Dios. Jesús habla a sus
Apóstoles de esta glorificación la víspera de la pasión.
La glorificación se cumplirá en la cruz y será confirmada por la resurrección.
Mediante la cruz, Dios será glorificado en Cristo:
“Si Dios es glorificado en Él, también Dios lo glorificará en Sí mismo: pronto
lo glorificará” (Jn 13,32). Esto se realiza mediante la resurrección.
En el momento en que Cristo dice estas palabras a los Apóstoles -y es la tarde
del Jueves Santo- éstos todavía están con el Maestro. Pero son ya los últimos
momentos en que están todos juntos. Cristo se lo anuncia claramente: “A donde yo
voy, vosotros no podéis venir” (Jn 13,33).
El camino de la cruz y de la resurrección será la senda por la que Cristo irá
completamente solo.
La resurrección tuvo lugar en Jerusalén, en la antigua ciudad israelita.
Mediante la resurrección de Cristo comenzó a realizarse lo que el autor del
Apocalipsis, Juan Apóstol, ve en su primera visión: “Vi la ciudad santa, la
nueva Jerusalén, que descendía del cielo, enviada por Dios, arreglada como una
novia que se adorna para su esposo” (21,2).
La antigua Jerusalén se ha renovado. Juntamente con la resurrección de Cristo se
ha hecho nueva, con una total novedad de vida. Se ha convertido en el comienzo
del nuevo cielo y de la nueva tierra. En ella -en Jerusalén- se ha revelado el
comienzo de los últimos tiempos.
Todo esto sucedió mediante la gloriosa resurrección de Cristo.
A la luz de la resurrección nuestra vida cristiana se construye sobre el
fundamento de la esperanza que se abre en la historia de la humanidad con la
nueva Jerusalén del Apocalipsis de Juan: “Esta es la morada de Dios con los
hombres:/ acampará entre ellos./ Ellos serán su pueblo/ y Dios estará con
ellos”(21,3).
La esperanza que la resurrección de Cristo lleva consigo es esperanza de la
morada de Dios con los hombres. La esperanza del eterno Emmanuel. Los hombres
serán abrazados por Dios. Dios será todo en todos (cfr. Col 3,11).
--- La Resurrección y el mandamiento del amor
La esperanza que se abre ante la humanidad con la resurrección de
Cristo es esperanza de la resurrección definitiva y perfecta, que se manifestará
mediante la victoria sobre la muerte:
"Y enjugará toda lágrima de sus ojos, y no habrá ya muerte ni habrá llanto, ni
gritos ni fatigas, porque el mundo viejo ha pasado.» Entonces dijo el que está
sentado en el trono: ‘Mira que hago un mundo nuevo.’ Y añadió: ‘Escribe: Estas
son palabras ciertas y verdaderas’"
A la luz de la resurrección de Cristo nuestra vida cristiana se construye sobre
el fundamento de la esperanza de la vida nueva, que se abre ante el hombre por
encima de los límites de la muerte y de la temporalidad.
Sin embargo, la luz de la resurrección del Señor no sólo llega a la esperanza
del mundo futuro. Penetra simultáneamente nuestra vida y nuestra peregrinación
terrena.
La penetra ante todo con el mandamiento del amor. En el Cenáculo del Jueves
Santo Cristo recuerda a los Apóstoles este mandamiento y lo pone ante ellos como
un compromiso principal:
“Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Que, como yo os
he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros. En esto conocerán
todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros” (Jn
13:34-35).
La separación de Cristo, mediante la cruz y la resurrección debe, de una manera
nueva, acercar recíprocamente a sus Apóstoles entre sí. El testimonio del amor
supremo, dado en la cruz, debe hacer brotar en ellos un amor parecido. La
resurrección proyecta sobre la vida cristiana la luz del amor. Si se dejan guiar
por esta luz, los cristianos dan un auténtico testimonio de Cristo crucificado y
resucitado.
--- La Resurrección y el apostolado
Al dar este testimonio, entran en el camino de la misión cristiana, o
sea, del apostolado. De este camino nos habla la primera lectura del domingo
actual, tomada de los Hechos de los Apóstoles, haciendo referencia a los
trabajos apostólicos de Pablo y Bernabé en diversos lugares de Oriente Medio.
Entre estos trabajos nacía la Iglesia y surgían las primeras comunidades
cristianas. Efectivamente, Dios actuaba por medio de sus Apóstoles y abría “a
los gentiles la puerta de la fe” (14,27).
Cuando la luz de la resurrección del Señor cae sobre nuestra vida, logra
ciertamente que también ella se haga “apostólica”. “Pues la vocación cristiana
es, por su misma naturaleza, vocación también al apostolado”, como enseña el
Concilio Vaticano II en el Decreto sobre el apostolado de los laicos (n.2). El
apostolado es fruto de este amor que nace en nosotros mediante la intimidad con
la cruz de Cristo resucitado. Ayuda también a la esperanza del mundo futuro en
el reino de Dios. Nosotros mantenemos esta esperanza incluso en medio de los
sufrimientos, porque “hay que pasar mucho para entrar en el reino de Dios”, como
leemos en la liturgia de hoy (Hch 14,22).
“Que todas tus criaturas te den gracias, Señor,/ que te bendigan tus fieles;/
que proclamen la gloria de tu reinado,/ que hablen de tus hazañas” (Sal
144/145,10-11).
La potencia del reino de Dios en la tierra se ha manifestado en la resurrección
de Cristo crucificado. Nosotros, como confesores de Cristo, queremos vivir y
obrar en esa luz, que nos viene de la resurrección del Señor.
Roguemos a María, Madre del Resucitado, Madre de la Misericordia, a fin de que
nos acompañe en todas las partes por los caminos de la fe, la esperanza y la
caridad.