Solemnidad. La Ascensión del Señor.
San Lucas 24,46-53: Reforzamiento de la fe y de le esperanzaAutor: SS. Juan Pablo II
Fuente: almudi.org (con permiso) suscribirse
(Hch
1,1-11) "Galileos, ¿qué hacéis mirando al cielo?"
(Ef
1,17-23) "Y todo lo puso bajo sus pies"
(Lc
24,46-53)"Mientras los bendecía se separó de ellos"
Homilía en la fiesta de la Ascensión (12-V-1983)
--- Reforzamiento de la fe y de le esperanza
--- Divinidad de Cristo y dignidad del hombre
--- Esperanza de nuestra resurrección
--- Reforzamiento
de la fe y de le esperanza
“¡Asciende el Señor
entre aclamaciones!”.
Para la Iglesia entera y también para la humanidad es motivo de alegría profunda
la celebración litúrgica del misterio de la Ascensión de Nuestro Señor
Jesucristo, que fue exaltado y glorificado solemnemente por Dios. A Cristo que
vuelve al Padre aplica hoy la liturgia las palabras jubilosas que dedica el
Salmista al Eterno:
“Dios desciende entre aclamaciones,/ El Señor al son de trompetas./ Pueblos
todos, batid palmas,/ aclamad a Dios con gritos de júbilo./ Porque Dios es el
rey del mundo,/ Dios reina sobre las naciones,/ Dios se sienta en su trono
sagrado” (Sal 46(47),6-9).
En este “misterio de la vida de Cristo” meditamos, por una parte, la
glorificación de Jesús de Nazaret muerto y resucitado, y, por otra, también su
marcha de esta tierra y su vuelta al Padre.
Esta glorificación, incluido su aspecto cósmico, San Pablo la acentúa cuando nos
habla de la grandeza extraordinaria del poder de Dios respecto de nosotros, que
se manifiesta en Cristo “resucitándolo de entre los muertos y sentándolo a su
derecha en el cielo, por encima de todo principado y potestad... y de todo
nombre conocido no sólo en este mundo, sino en el futuro” (Ef 1,20).
La Ascensión de Cristo constituye una de las etapas fundamentales de la
“historia de la salvación”, es decir, del plan misericordioso y salvífico de
Dios para la humanidad. Santo Tomás de Aquino, en sus meditaciones sobre los
“misterios de la vida de Cristo”, subraya maravillosamente, con su precisión
neta y profunda, que la Ascensión es causa de nuestra salvación bajo dos
aspectos. De parte nuestra, porque la mente se centra en Cristo a través de la
fe, esperanza y caridad; y de su parte, en cuanto al subir nos prepara el camino
para ascender nosotros también al cielo; siendo Él nuestra Cabeza, es necesario
que los miembros le sigan allí donde Él les ha precedido. “La Ascensión de
Cristo al cielo es directamente causa de nuestra ascensión, pues se incoa en
nuestra Cabeza y a ésta deben unirse los miembros” (S. Th. III, 57,6,ad 2).
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Divinidad de Cristo y dignidad del hombre
La Ascensión no es sólo la glorificación definitiva de Jesús de Nazaret, sino
también la prenda y garantía de la exaltación, de la elevación de la naturaleza
humana. Nuestra fe y esperanza de cristianos se refuerzan y corroboran hoy, pues
nos invita a meditar en nuestra pequeñez, sí, en nuestra fragilidad y miseria,
pero también en la “transformación” más maravillosa aún que la propia creación,
transformación que Cristo actúa en nosotros al estar unidos a Él por los
sacramentos y la gracia. “Recordamos y celebramos litúrgicamente el día en que
la pequeñez de nuestra naturaleza ha sido elevada en Cristo por encima de todos
los ejércitos celestiales, de todas las categorías de ángeles, de toda la
sublimidad de las potestades, hasta compartir el trono de Dios Padre -nos dice
San León Magno-. Hemos sido establecidos y glorificados por este modo de obrar
divino y así resplandece más maravillosamente la gracia de Dios..., y la fe se
mantiene firme, la esperanza no vacila y el amor sigue encendido. En esto reside
el vigor de los espíritus realmente grandes, esto es lo que realiza la luz de la
fe en las almas fieles de verdad: creer sin vacilación lo que nuestros ojos no
ven, tener fijo el deseo en lo que no puede alcanzar la mirada” (Sermo LXXIV,1;
PL 54,597).
En el momento de separarse de los Apóstoles, Jesús les confiere el mandato de
dar testimonio de Él en Jerusalén, en toda Judea y Samaria y hasta los confines
lejanos de la tierra (cfr. Hch 24,47).
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Esperanza de nuestra resurrección
...Todos somos pecadores y todos necesitamos “ese cambio radical de espíritu,
mente y vida que en la Biblia se llama metánoia, conversión. Esta actitud es
suscitada y alimentada por la Palabra de Dios que es revelación de la
misericordia del Señor (cfr. Mc 1,15), se actúa sobre todo por vía sacramental y
se manifiesta en múltiples formas de caridad y servicio a los hermanos” (Aperite
portas Redemptori,5).
Este es el rico significado litúrgico, teológico y espiritual de la solemnidad
de hoy. A este propósito deseo hacer mías las palabras que otro gran predecesor
mío, San Gregorio Magno, dirigía a los fieles de Roma reunidos en San Pedro en
esta fiesta: “Debemos seguir a Jesús de todo corazón allí donde sabemos por fe
que subió con su cuerpo. Rehuyamos los deseos de tierra, no nos contentemos con
ninguno de los vínculos de aquí abajo, nosotros que tenemos un Padre en los
cielos... Aunque os debatáis en el torbellino de los quehaceres, echad el ancla
de la esperanza en la patria eterna ya desde ahora. No busque vuestra alma otra
luz, sino la verdadera. Hemos oído que el Señor ascendió al cielo, pues
reflexionemos con seriedad sobre aquello que creemos. No obstante la debilidad
de la naturaleza humana que todavía nos retiene aquí, dejémonos atraer por el
amor en pos de Él, pues estamos bien seguros de que Aquel que nos ha infundido
este deseo, Jesucristo no defraudará nuestra esperanza” (In Evang, Homilia
XXIX,11; PL 76,1219).