Solemnidad. Santísima Trinidad
San Juan 16,12-15:
Todo lo que tiene el Padre es mío"

Autor: SS. Juan Pablo II

Fuente: almudi.org (con permiso)  suscribirse 

 

(Pr 8,22-31) "Gozaba con los hijos de los hombres"
(Rom 5,1-5) "El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones"
(Jn 16,12-15)"Todo lo que tiene el Padre es mío"

Homilía en la Basílica de S. Pedro (29-V-1983)

--- La razón ante la infinitud de Dios
--- Misterio de amor
--- La fuerza del Espíritu Santo

--- La razón ante la infinitud de Dios

“¡Señor, dueño nuestro,/ qué admirable es tu nombre/ en toda la tierra!”(Sal 8,2).

Estas palabras del salmo responsorial de la liturgia de hoy nos ponen con temblor y adoración ante el gran misterio de la Santísima Trinidad. “¡Qué admirable es tu nombre sobre la tierra!”. Y sin embargo la extensión del mundo y del universo, aun cuando ilimitado, no iguala la inconmensurable realidad de la vida de Dios. Ante Él hay que acoger más que nunca con humildad la invitación del Sabio bíblico, cuando advierte: “Que tu corazón no se apresure a proferir una palabra delante de Dios, que en los cielos está Dios, y tú en la tierra” (Qoh 5,1).

Efectivamente, Dios es la única realidad que escapa a nuestras capacidades de medida, de control, de domino, de comprensión exhaustiva. Por esto es Dios: porque es Él quien nos mide, nos rige, nos guía, nos comprende, aun cuando no tuviésemos conciencia de ello. Pero si esto es verdad para la Divinidad en general, vale mucho más para el misterio trinitario, es decir, típicamente cristiano, de Dios mismo. Él es, a la vez, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Pero no se trata ni de tres dioses separados -esto sería una blasfemia -ni siquiera de simples modos diversos e impersonales de presentarse una sola persona divina -esto significaría empobrecer radicalmente su riqueza de comunión interpersonal-.

Nosotros podemos decir del Dios Uno y Trino mejor lo que no es, que lo que es. Por lo demás, si pudiésemos explicarlo adecuadamente con nuestra razón, eso querría decir que lo habríamos apresado y reducido a la medida de nuestra mente, lo habríamos como aprisionado en las mallas de nuestro pensamiento; pero entonces lo habríamos empequeñecido a las dimensiones mezquinas de un ídolo.

En cambio: “¡Que admirable es tu nombre en toda la tierra!” ¡Esto es: qué grande eres a nuestros ojos, qué libre, qué diverso eres!

--- Misterio de amor

Sin embargo, he aquí la novedad cristiana: el Padre nos ha amado tanto que nos ha dado a su Hijo unigénito; el Hijo, por amor, ha derramado su Sangre en favor nuestro; y el Espíritu Santo, desde luego, “nos ha sido dado” de tal manera que introduce en nosotros el amor mismo con que Dios nos ama (Rom 5,5), como dice la segunda lectura bíblica de hoy.

El Dios Uno y Trino, pues, no es sólo algo diverso, superior, inalcanzable. Al contrario, el Hijo de Dios “no se avergüenza de llamarnos hermanos” (Hb 2,11), “participando en la sangre y la carne” (ib., 2,14), de cada uno de nosotros; y, después de la resurrección de Pascua, se realiza para cada uno de los cristianos la promesa del Señor mismo, cuando dijo en la última Cena: “Vendremos a Él, y en Él haremos morada” (Jn 14,23). Es evidente, pues, que la Trinidad no es tanto un misterio para nuestra mente, como si se tratase sólo de un teorema intrincado. Es mucho más, es un misterio para nuestro corazón (cfr. 1 Jn 3,20), porque es un misterio de amor. Y nosotros nunca captaremos, no digo tanto la naturaleza ontológica de Dios, cuanto más bien la razón por la que Él nos ha amado hasta el punto de identificarse ante nuestros ojos con el Amor mismo (cfr., 4,16).

Con la confirmación adquirís una relación totalmente particular precisamente con el Señor Jesús. Sois consagrados oficialmente como testigos de Él ante la Iglesia y ante el mundo. Él tiene necesidad de vosotros, y quiere disponer de vosotros como muchachos fuertes, alegres, generosos. De algún modo le prestáis vuestro rostro, vuestro corazón, toda vuestra persona, de manera que Él se comportará ante los otros como os comportéis vosotros: si sois buenos, convencidos, entregados al bien de los demás, servidores fieles del Evangelio, entonces será Jesús mismo el que quede bien; pero si fuerais flojos y viles, ofuscaríais su auténtica identidad y no haríais honor.

Mirad, pues, que habéis sido llamados a una misión altísima, que hace de vosotros cristianos verdaderos, completos. Efectivamente, la confirmación os sitúa en la edad adulta del cristiano, esto es, os confía y os reconoce un sentido de responsabilidad tal que no es de niños. El niño todavía no es dueño de sí, de sus actos, de su vida. En cambio, el adulto tiene la valentía de las propias opciones, sabe sacar sus consecuen­cias, es capaz de responder personalmente, porque ha adquirido una plenitud interior tal que puede decidir por sí solo, comprometer, como mejor crea, la propia existencia, y sobre todo dar amor, en vez de recibirlo solamente.

Nadie llega a ser un auténtico discípulo de Cristo, si quiere serlo por sí solo, por propia iniciativa y con las propias energías. Es imposible. Sólo se realizaría una caricatura del verdadero cristiano. Lo mismo que no se puede llegar a ser humanamente adultos si no hay una nueva y decisiva aportación de la naturaleza, así ocurre con el cristiano en otro nivel.

--- La fuerza del Espíritu Santo

Pero con la confirmación recibiréis una efusión y una dotación especial del Espíritu Santo, el cual, precisamente como el viento, de donde se deriva la palabra, vivifica, impulsa, da vigor.

Él es nuestra fuerza secreta, diría que es como la reserva inagotable y la energía propulsora de todo nuestro pensar y actuar como cristianos. Él os da valentía, como a los Apóstoles en el Cenáculo de Pentecostés. Él os hace aceptar la verdad y la belleza de las palabras de Jesús como hemos leído en el Evangelio de hoy tomado de San Juan. Él os da la vida, como dice bien el Apóstol Pablo (cfr. 2 Cor 3,6). Efectivamente, Él es el Espíritu de Dios y el Espíritu de Cristo. Y esto significa que, al venir a vosotros, no viene solo, sino que trae consigo el sello del Padre y del Hijo Jesús. Al mismo tiempo, Él os introduce en ese misterio trinitario que, si es difícil hablar de él, no por eso deja de ser el fundamento y sello inconfundible de nuestra identidad cristiana.

Si éstas son cosas grandes, pensad que, de ahora en adelante, precisamente en cuanto adultos en la fe, vosotros no podéis ni debéis prescindir de ellas.

Deseo de corazón que vuestros pulmones estén siempre llenos de este viento del Espíritu, que recibís hoy en abundancia, y que os permite a vosotros y a la Iglesia respirar según el ritmo de Cristo mismo.