XVII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C.
San Lucas 11, 1-13: Conocer a Dios PadreAutor: SS. Juan Pablo II
Fuente: almudi.org (con permiso) suscribirse
Homilía en Castelgandolfo (27-VII-1980)
--- Oración
--- Súplica de Abraham
--- Conocer a Dios Padre
--- Oración
"Señor enséñanos a orar": estas palabras dirigidas directamente a
Cristo y que hoy nos recuerda la lectura del Evangelio, no pertenecen sólo al
pasado. Son palabras repetidas constantemente por los hombres, es un problema
siempre actual: el problema de la oración.
¿Qué quiere decir rezar? ¿Cómo hay que rezar? Por eso la respuesta que dio
Cristo es siempre actual. ¿Y qué respuesta dio Cristo? En cierto sentido, Él
enseñó, a los que le preguntaban, las palabras que debían pronunciar para rezar,
para dirigirse al Padre.
Cristo, pues, enseñó las palabras de la oración; las palabras más perfectas, las
palabras más completas; en ellas se encierra todo.
¿Qué quiere decir rezar? Rezar significa sentir la propia insuficiencia, sentir
la propia insuficiencia a través de las diversas necesidades que se presentan al
hombre, las necesidades que constantemente forman parte de su vida. Como, por
ejemplo, la necesidad de pan a que se refiere Cristo, poniendo como ejemplo al
hombre que despierta a su amigo a media noche para pedirle pan. Tales
necesidades son numerosas. La necesidad de pan, es en cierto sentido, el símbolo
de todas las necesidades materiales, de las necesidades del cuerpo humano, de
las necesidades de esta existencia que nacen del hecho de que el hombre es el
cuerpo.
--- Súplica de Abraham
A la respuesta de Cristo, en la liturgia de hoy, pertenece también ese
maravilloso pasaje del Génesis, cuyo personaje principal es Abraham. Y el
principal problema es el de Sodoma y Gomorra; o también, en otras palabras, el
del bien y el del mal, del pecado y de la culpa; es decir, el problema de la
justicia y de la misericordia. Espléndido es ese coloquio entre Abraham y Dios,
en que se demuestra que rezar quiere decir moverse continuamente en la obra de
la justicia y de la misericordia, es un introducirse entre una y otra en Dios
mismo.
Rezar, por tanto, quiere decir ser consciente de todas las necesidades del
hombre, de toda la verdad sobre el hombre y, en nombre de esa verdad, cuyo
sujeto directo soy yo mismo, pero también mi prójimo, todos los hombres, la
humanidad entera..., en nombre de esa verdad, dirigirse a Dios como al Padre.
Ahora bien, según la respuesta de Cristo a la pregunta “enséñanos a orar” todo
se reduce a este singular concepto: aprender a rezar quiere decir “aprender
quién es el Padre”. Si nosotros aprendemos, en el sentido pleno de la palabra,
en su plena dimensión, la realidad “Padre”, hemos aprendido todo. Aprender quién
es el Padre quiere decir aprender la respuesta a la pregunta cómo se debe rezar,
porque rezar quiere decir también encontrar la respuesta a una serie de
preguntas ligadas, por ejemplo, al hecho de que yo rezo y a veces no soy
escuchado.
Cristo da respuestas indirectas a estas preguntas también en el Evangelio de
hoy. Las da en todo el Evangelio y en toda la experiencia cristiana. Aprender
quién es el Padre quiere decir aprender lo que es la confianza absoluta.
Aprender quién es el Padre quiere decir adquirir la certeza de que Él no podrá
absolutamente rechazar nada. Todo esto se dice en el Evangelio de hoy. Él no te
rechaza ni siquiera cuando todo, material y psicológicamente, parece indicar el
rechazo. Él no te rechaza jamás.
--- Conocer a Dios Padre
Por tanto, aprender a rezar quiere decir “conocer al Padre” de ese
modo; aprender a estar seguros de que el Padre no te rechaza jamás nada, sino
que, por el contrario, da el Espíritu Santo a quienes lo piden.
Los dones que pedimos son diversos como lo son nuestras necesidades. Pedimos
según nuestras exigencias y no puede ser de otro modo. Cristo confirma esa
nuestra actitud; sí, así es; debéis pedir según vuestras exigencias, tal como
las sentís. El Padre nos da el Espíritu Santo. Y lo da en consideración de su
Hijo. Por esto ha dado a su Hijo, ha dado a su Hijo por los pecados del mundo,
ha dado a su Hijo saliendo al encuentro de todas las necesidades del mundo, de
todas las necesidades del hombre, para poder siempre, en este Hijo crucificado y
resucitado dar el Espíritu Santo. Este es su don.
Aprender a rezar quiere decir aprender quién es el Padre y adquirir una
confianza absoluta en Aquel que nos ofrece este don cada vez más grande y,
ofreciéndonoslo, jamás nos engaña. Y si a veces o incluso frecuentemente no
recibimos directamente lo que pedimos, en este don tan grande -cuando se nos
ofrece- se hallan encerrados todos los otros dones; aunque no siempre nos damos
cuenta de ello.
El ejemplo que más me ha impresionado es el de un hombre que encontré en un
hospital. Estaba gravemente enfermo a consecuencia de las lesiones sufridas
durante la insurrección de Varsovia. En aquel hospital me habló de su
extraordinaria felicidad. Este hombre llegó a la felicidad por cualquier otro
camino, ya que juzgando visiblemente su estado físico desde el punto de vista
médico, no había motivo para ser tan feliz, sentirse tan bien y considerarse
escuchado por Dios. Y sin embargo había sido escuchado en otra dimensión de su
humanidad. Recordó el don en que encontró la felicidad, aún siendo tan infeliz.
El hombre, defraudado de tantos programas, de tantas ideologías ligadas a la
dimensión del cuerpo, a la temporalidad, al orden de la materia, se somete a la
acción del espíritu y descubre en sí el deseo de lo que es espiritual. Creo que,
realmente, hoy pasa una revolución así por el mundo. Son muchas las comunidades
que rezan, rezan quizá como nunca se rezó antes, de modo diverso, más completo,
más rico, con una más amplia apertura a ese don que nos da el Padre; y también
con una nueva expresión humana de esa apertura. Diría que con un nuevo programa
cultural de la oración nueva. Deseo unirme con ellas por dondequiera se
encuentren.
Esta gran revolución de la oración es el fruto del don y es también el
testimonio de las inmensas necesidades del hombre moderno y de las amenazas que
pesan sobre él y sobre el mundo contemporáneo. Creo en la oración de Abraham y
su contenido es muy actual en los tiempos en que vivimos. Es tan necesaria una
oración así, para tratar con Dios por cada hombre justo; para rescatar al mundo
de la injusticia. Es indispensable una oración que se introduzca, diríamos en el
corazón de Dios entre lo que en Él es la justicia y lo que en Él es la
misericordia.
La respuesta de Cristo a la pregunta "enséñanos a orar" es siempre actual;
debemos descifrarla en su contenido original.