XXIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C.
San Lucas 14, 25-33: Jesucristo, centro de la existenciaAutor: SS. Juan Pablo II
Fuente: almudi.org (con permiso) suscribirse
Homilía en Valletri (7-IX-1980)
---Jesucristo, centro de la existencia
---Proteger y cuidar a la familia
---Trabajar para el bien común
--- Jesucristo, centro de la existencia
Las lecturas bíblicas, que nos propone la liturgia de este domingo
se centran en torno al concepto de la Sabiduría cristiana que cada uno de
nosotros está invitado a adquirir y profundizar. Por esto el versículo del salmo
89 dice: "Danos, Señor, la Sabiduría del corazón. Sin ella, ¿cómo sería posible
plantear dignamente nuestra vida, afrontar sus muchas dificultades y, más aún,
conservar siempre una actitud profunda de paz y serenidad interior? Pero para
hacer eso, como enseña la primera lectura, es necesaria la humildad, es decir,
el sentido auténtico de los propios límites, unido al deseo intenso de un don de
lo alto, que nos enriquezca desde dentro. El hombre de hoy, en efecto, por una
parte encuentra arduo abrazar y entender todas las leyes que regulan el universo
material, que también son objeto de observación científica, pero, por otra
parte, se atreve a legislar con seguridad sobre las cosas del espíritu, que por
definición escapan a los datos físicos: “Si apenas adivinamos lo que hay sobre
la tierra y con fatiga hallamos lo que está a nuestro alcance; ¿quién, entonces,
ha rastreado lo que está en los cielos?
Y ¿quién habría conocido tu voluntad, si tú no le hubieses dado la Sabiduría y
no le hubieses enviado de lo alto tu espíritu santo?” (Sab 9,16-17).
Aquí se configura la importancia de ser verdaderos discípulos de Cristo porque,
mediante el bautismo, Él se ha convertido en nuestra sabiduría (cfr. 1 Cor
1,30), y por lo mismo la medida de todo lo que forma el tejido concreto de
nuestra vida. El Evangelio pone en evidencia que Jesucristo es necesariamente el
centro de nuestra existencia. Lo refleja con tres frases:1) Si no lo ponemos a
Él por encima de nuestras cosas mas queridas.2) Si no nos disponemos a ver
nuestras cruces a la luz de la suya. 3) Si no tenemos el sentido de la realidad
de los bienes materiales. Entonces no podemos ser sus discípulos, esto es,
llamarnos cristianos. Se trata de interpelaciones esenciales a nuestra identidad
de bautizados; sobre ellos debemos reflexionar siempre mucho.
--- Proteger y cuidar a la familia
La familia es el primer ambiente vital que encuentra el hombre al venir
al mundo, y su experiencia es decisiva para siempre. Por esto es importante
cuidarla y protegerla, para que pueda realizar adecuadamente las tareas
específicas que le son reconocidas y confiadas por la naturaleza y por la
revelación cristiana. La familia es el lugar del amor y de la vida, más aún, el
lugar donde el amor engendra la vida, porque ninguna de estas dos realidades
sería auténtica si no estuviese acompañada también por la otra. He aquí por qué
el cristiano y la Iglesia las defienden desde siempre y las colocan en mutua
correlación. A este respecto sigue siendo verdadero lo que mi predecesor, el
gran Papa Pablo VI, proclamaba ya en su primer radiomensaje de Navidad de 1963:
se está “a veces tentado a recurrir a remedios que se deben considerar peores
que la enfermedad, si consisten en atentar contra la fecundidad misma de la vida
con medios que la ética humana y cristiana ha de calificar de ilícitos: en vez
de aumentar el pan en la mesa de la humanidad hambrienta, como lo puede hacer
hoy el desarrollo productivo, moderno, piensan algunos en disminuir, con
procedimientos contrarios a la honradez, el número de los comensales. Esto no es
digno de la civilización”. Hago plenamente mías estas palabras.
--- Trabajar para el bien común
En segundo lugar... la Iglesia, como sabéis, dedica sus atenciones más
solícitas a los problemas del trabajo y de los trabajadores. En mis viajes
apostólicos no he dejado de trazar las líneas maestras de esta primera solicitud
pastoral; y vosotros recordáis además cómo el Concilio Vaticano II ha afirmado
que el trabajo “procede inmediatamente de la persona, la cual marca con su
impronta la materia sobre la que trabaja y la somete a su voluntad” (Gaudium et
Spes 67). Jamás será lícito, desde un punto de vista cristiano, someter a la
persona humana ni a un individuo ni a un sistema, de modo que se la convierta en
mero instrumento de producción. En cambio, siempre es considerada superior a
todo provecho y a toda ideología; jamás al revés.