XXIX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C.
San Lucas 18, 1-8: Confianza y seguridad en DiosAutor: SS. Juan Pablo II
Fuente: almudi.org (con permiso) suscribirse
Homilía en la beatificación de Teresa María de la
Cruz, en Florencia (19-X-1986)
--- La llamada de Dios por medio de la Palabra
--- Llamados a la santidad
--- Confianza y seguridad en Dios
--- La llamada de Dios por medio de la Palabra
"Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la
tierra?" (Lc 18,8).
Las palabras pronunciadas por Cristo, al formular esta pregunta, contienen una
especie de desafío a la Iglesia de todos los tiempos.
La Iglesia es misionera cuando acoge con fe, con esperanza y con caridad la
Palabra de Dios: esta palabra que es "viva, eficaz y escruta los sentimientos y
los pensamientos del corazón" (cfr. Hb 4,12).
La Iglesia vive a la luz de esta Palabra. Vive y se renueva con el poder de esta
Palabra.
El poder de la Palabra de Dios se funda en la Verdad -en la Verdad definitiva,
porque es también la primera-. En la Verdad absoluta, es decir, en una verdad en
la que "se recapitulan" todas las verdades que derivan de ella, las verdades
humanas. En la verdad como tal, absolutamente sencilla y límpida, que resulta
accesible a los "pequeños", que se revela a todos los hombres "puros de corazón"
y de buena voluntad, como Jesús nos ha enseñado en su Evangelio...
¡El poder de la Palabra de Dios está en la verdad y está en la misión! Aunque
está por encima de las inteligencias y de los corazones, ella es la verdad
salvífica, es la Buena Nueva.
Dios llega con ella hasta la Creación. Llega hasta el hombre. Dios confía esta
verdad salvífica al Hijo y al Espíritu Santo, que son de la misma naturaleza que
el Padre, y enviados por Él.
La Iglesia permanece "in statu missionis" encontrándose incesantemente con esta
divina Mensajera -es decir, la Verdad- y con la misión del Hijo en el Espíritu
Santo de parte del Padre.
--- Llamados a la santidad
La santidad es ese "levantar los ojos hacia los montes", de que habla
el Salmo responsorial (cfr. Sal 120/121,1): es la intimidad con el padre que
está en los cielos; la intimidad con el Espíritu Santo mediante Cristo.
En esta intimidad vive el hombre, consciente de su camino, que tiene sus límites
y sus dificultades: el hombre que mira con confianza hacia Dios.
--- Confianza y seguridad en Dios
Santidad es la conciencia de estar "custodiados". Custodiados por Dios.
El Santo conoce muy bien su fragilidad, la precariedad de su existencia, de sus
capacidades. Pero no se asusta. Se siente igualmente seguro.
Confía en el hecho de que Dios "no permitirá que resbale su pie, que lo guardará
a su sombra, que lo guardará de todo mal" (cfr. Sal 120/121,3.5.7.8).
No obstante los santos sienten muchas tinieblas en sí mismos, sienten que están
hechos para la Verdad. Para Dios-Verdad. Y ciertamente, en su vida dan cada día
más espacio a esta Verdad. De aquí nace esta seguridad que los distingue: donde
los otros vacilan, ellos resisten. Donde los otros dudan, ellos ven claro.
La santidad quiere decir también tener las manos alzadas en plegaria a Dios,
mientras alrededor se desarrolla un combate, mientras continúa la lucha entre el
bien y el mal.
A primera vista puede parecer que el compromiso de la contemplación y de la
oración nos aleja de las luchas de la vida, como si fuese una renuncia a
combatir. Pero quien piensa así no conoce el poder de la oración, tal como
aparece claramente en la Primera lectura de la Misa.