IV Domingo de Adviento, Ciclo A.
Mateo 1, 18-24: Navidad: Volver a Dios

Autor: Monseñor Juan Rubén Martínez

 

 

Carta monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas
para el 4º domingo de Adviento
(23 de diciembre de 2007)

 

En este domingo de adviento ya estamos próximos a celebrar la Navidad. Uno de los ejes de la oración y reflexión de este tiempo es la esperanza. La espera y expectativa de los contemporáneos de Jesús en la llegada del Mesías es actualizada por la liturgia del adviento, que nos prepara para este nacimiento.

Al finalizar el año es importante realizar un balance de como hemos vivido durante el año. Un balance o bien un buen examen de conciencia desde la fe. Tendremos que preguntarnos si nuestras maneras de obrar han tenido que ver con la propuesta de Cristo, el Señor, de quien decimos ser discípulos. Lamentablemente, a veces nos podremos descubrir en dicha evaluación, que los cristianos con nuestras actitudes nos mimetizamos a los antivalores que dañan nuestro tiempo. Donde hay odios y divisiones no está Dios. La novedad de la cercanía del Dios con nosotros, el nacimiento marginal de Jesús en el pesebre, nos permiten comprender cuanto Él nos ama y reconocer que podemos tener paz en y desde su providencia. En la oración frente al pesebre captamos “el lenguaje de Dios” y nos ubicarnos en aquello que es central, para responder a tantas urgencias que nos agobian y que pueden incluso ir haciéndonos abandonar nuestra “fe teologal”, o bien usarla como un recurso sin que la persona de Jesucristo, esté en el centro.

Si bien hay mucha religiosidad y nuestra cultura local es especialmente religiosa, con una fuerte raíz católica, muchos no practican su fe y desconocen básicamente sus contenidos. El Adviento que concluye es un tiempo oportuno para “volver a Dios”. En las capillas se multiplican los pesebres y las Misas Navideñas. La fe necesita ser compartida y requiere nuestro compromiso y búsqueda de comunión con otros hermanos que están en el mismo camino. También requiere nuestro abrazo de paz con aquellos que nos son difíciles, amando incluso a nuestros enemigos. El pesebre nos ayuda a convertirnos. Nos permite comprender que no necesitamos mucho para ser amigos de Dios. Ante el pesebre descubrimos la pequeñez, la necesidad de humildad, la grandeza y la esperanza.

Una de las dificultades para “volver a Dios” es el creciente subjetivismo e individualismo de la fe. Cuando nos pasa esto es porque fuimos acomodando la fe a nuestro parecer, afectos, ideologías o bien criterios. Es una tendencia muy fuerte el adecuar la propuesta de Jesucristo a lo que nos parece, porque la propuesta es exigente, está ligada “a tomar la cruz de cada día”, pero este camino pascual – eucarístico es el que nos lleva a la verdadera felicidad.

En esta nueva Nochebuena y Navidad quiero expresar, junto a la reflexión que realizamos en Aparecida: “La alegría que hemos recibido en el encuentro con Jesucristo, a quien reconocemos como Hijo de Dios encarnado y redentor, deseamos que llegue a todos los hombres y mujeres heridos por las adversidades; deseamos que la alegría de la buena noticia del Reino de Dios, de Jesucristo vencedor del pecado y de la muerte, llegue a todos cuantos yacen al borde del camino, pidiendo limosna y compasión (Lc. 10,29-37.25-43). La alegría del discípulo es antídoto frente a un mundo atemorizado por el futuro y agobiado por la violencia y el odio. La alegría del discípulo no es un sentimiento de bienestar egoísta sino una certeza que brota de la fe, que serena el corazón y capacita para anunciar la buena noticia del amor de Dios. Conocer a Jesús es el mejor regalo que puede recibir cualquier persona, haberlo encontrado nosotros es lo mejor que nos ha ocurrido en la vida, y darlo a conocer con nuestra palabra y obras es nuestro gozo” (Ap. 29).

Ya tan próximos a la Nochebuena y Navidad debemos preguntarnos con sinceridad si queremos “volver a Dios”. Todos tenemos necesidad de volver a Él, en algunos aspectos de nuestras vidas, cambiar, arrepentirnos, potenciar nuestros dones y confiar que podemos mejorar. Volver a Dios requiere gestos concretos relacionados a Dios y a nuestros hermanos. También en la Nochebuena y Navidad expresar nuestra fe en la participación de la Misa, en poner un pesebre en nuestros hogares o bien no olvidarnos de hacer una bendición de nuestra mesa familiar. ¿Rezar? Sí, rezar juntos. Seguramente la oración nos permitirá descubrir un nuevo sentido al encuentro familiar y con amigos que realizaremos en esta Navidad.

¡Como Obispo, padre y hermano, les mando un saludo y bendición de Navidad! 

 

Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas