III Domingo de Cuaresma, Ciclo B
Juan 2, 13-25: “Diversas búsquedas de Dios”

Autor: Monseñor Juan Rubén Martínez

 

 

En este tiempo cuaresmal, en la liturgia celebrada encontramos una fuente de espiritualidad fundamental para evaluarnos en como vivimos nuestra condición de cristianos, de discípulos y misioneros. Siguiendo el texto de “Navega mar adentro” en el desafío que señala la búsqueda de Dios de nuestra gente, repasaremos algunas de las dificultades con las que convivimos y fortalezas que tenemos en la religiosidad y espiritualidad, que significan un aporte a la evangelización y humanización de nuestra cultura. 

En la maduración de nuestra espiritualidad, en el discipulado de la vida, vamos captando la importancia que tiene esa antigua formulación teológica que nos enseña que: “La gracia supone la naturaleza”. Algunas corrientes de espiritualidad incluso católicas acentúan excesivamente y desarmonizadamente o la gracia o la naturaleza. Algunos tienden a ser sobrenaturalistas y solo consideran la gracia. Podríamos decir tienden a “teologizar” la realidad. Si en una canción no se habla de Dios, la juzgan como demoníaca. Si alguien va a hacerse atender por un sicólogo es porque no tiene fe. Lo contrario se da en aquellos que prácticamente o de hecho solo tienen en cuenta “la naturaleza”, “la realidad”, el análisis sociológico o sicosocial, sin tener en cuenta ni la gracia, ni la revelación y para estos todo es “intrahistórico”. Es cierto que por ahí toman palabras ligadas a la teología o textos bíblicos, pero como recursos para sus análisis supuestamente “científicos y realistas”. Ante estas situaciones aparece como clave de comprensión para practicar una verdadera espiritualidad cristiana, que la gracia supone la naturaleza y que la naturaleza aunque tiene una legítima autonomía, no es comprensible sin tener en cuenta “su realidad fundante, que es Dios”, como señaló el Papa Benedicto en el inicio de las sesiones de Aparecida. Aquí es fundamental comprender que para tener un análisis profundo de la realidad debemos tener en cuenta el pecado y la gracia. Este tema es fundamental para encaminarnos en una espiritualidad más profunda. “Afirmar que la gracia supone la naturaleza”, y “la naturaleza necesita de la gracia”, se relaciona a la comprensión cristológica de la naturaleza humana y divina de Jesucristo, que confesamos en el “credo”, pero que después omitimos en nuestras opciones prácticas, en nuestros criterios, en nuestra manera de analizar la realidad y la historia. 

Navega mar adentro nos señala acerca de estas dificultades: “El hambre de Dios que tiene nuestro pueblo se ve tentado por una oferta masiva de algunas sectas que presentan la religión como un mero artículo de consumo, y con acciones proselitistas ganan adeptos al proponer una fe individualista, carente de compromisos sociales, estables y solidarios, proclamando una mágica intervención de lo alto que hace prosperar y “sana”…” (30). 

Debemos agradecer que en nuestra gente haya una fuerte religiosidad y deseos de búsqueda de espiritualidad. Pero es cierto que la religiosidad si no asume un camino de maduración en la fe puede quedar anclada en meras devociones, acciones rituales vaciadas de compromisos con la vida y hasta el riesgo de generar desequilibrios afectivos y sicológicos. La fe que nos enseña Cristo es un camino exigente, que no puede excluir la cruz. La fe para los cristianos está ligada necesariamente al misterio de la Encarnación y de la Pascua. Entre tantas propuestas religiosas podemos percibir que no es un camino adecuado para un auténtico encuentro con Dios, las ofertas que proclaman una mágica intervención de lo alto que hace prosperar rápidamente y que eliminan el sentido redentor del sufrimiento e incluso de las enfermedades. Los cristianos creemos que Dios puede realizar milagros, pero esta “catarata de sanaciones”, “revelaciones individuales” y espiritualidades que ligan la fe sobre todo a acontecimientos extraordinarios, multiplicación de predicadores milagrosos o padres sanadores… Poco o nada tienen que ver con el llamado que Jesucristo, el Señor, hace a aquellos que quieren ser sus discípulos, de tomar la cruz de cada día, o sea de asumir los sufrimientos y exigencias propuestas en la Palabra de Dios y enseñadas por la Iglesia. La maduración en la fe nos enseña a actuar con responsabilidad con ese don de Dios y buscar caminos para formarnos, a orar, a asumir valores, como la justicia, la paz, la solidaridad… Sobre todo a vivir el misterio pascual y la fe eclesial de tal manera que tengamos una espiritualidad que nos permita ser cristianos en la vida cotidiana. Es importante recordar que la fe que no se “encarna” en la vida, termina siendo una religiosidad vacía y superficial. Lamentablemente estas formas de religiosidad terminan siendo la antesala del secularismo o provocando la indiferencia de la fe.  

¡Un saludo cercano y hasta el próximo domingo!             

           

Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas