XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B

San Marcos 10, 17-30: La pobreza de un mal rico

Autor: Padre Juan Sánchez Trujillo

 

 

Se ponía ya en camino cuando a su encuentro y arrodillándose ante él, le preguntó: Maestro bueno, ¿Qué he de hacer para tener en herencia vida eterna? Jesús le dijo: ¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino sólo Dios. Ya sabes los mandamientos: No mates, no cometas adulterio, no robes, no levantes falsos testimonio, no seas injusto, honra a tu padre y a tu madre. El, entonces, le dijo: Maestro, todo eso lo he guardado desde mi juventud. Jesús, fijando en él su mirada, le amó y le dijo: Una cosa te hace falta: anda, cuánto tienes véndelo y dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo; luego, ven y sígueme. Pero difícil, abatido por estas palabras, se marchó entristecido, porque tenía muchos bienes.
Jesús, mirando a su alrededor, dice a sus discípulos: ¡Qué difícil es que los que tienen riquezas entren en el Reino de Dios! Los discípulos quedaron sorprendidos al oírle estas palabras. Mas Jesús, tomando de nuevo la palabra, les dijo: Hijos, ¡que difícil es entrar en el Reino de Dios! Es más fácil que un camello pase por el ojo de la aguja, que un rico entre en el Reino de Dios. Pero ellos se asombraban aún más y se decían unos a otros: Y quién se podrá salvar? Jesús, mirándolos fijamente, dice: Para los hombres, imposible; pero no para Dios, porque todo es posible para Dios. Marcos 10, 17-27

Lo siento, rico, pero por ahora estás lejos del Reino. Tienes la cartera demasiado gorda oprimiéndote el corazón. Tendrás que adelgazarla y adelgazarte, para que tu camello, empobrecido y flaco, pueda entonces entrar por la aguja milagrosa en el Reino feliz de los Pobres... Hay, como ves, muchos pobres ante tus ojos y, mientras no se empleen en ti, vivirás desplazado de la bienaventuranza del Reino. Sólo con el milagro de tu pobreza gozarás salvación.

Ciertamente me aclamas como bueno, y hasta te diría que tu teología es correcta. Te postras en adoración ante mí, y tu liturgia apunta certeramente al decoro y a la verdad. Me presentas el curriculum de tu vida, y veo que tu expediente personal hasta es éticamente impecable. No robas en verdad, pero te olvidas de que lo que te sobra no es tuyo sino del que lo necesita; es cierto que no matas, pero mueren muchos por no darles de tus riquezas; tienes inquietud y ansias de vida eterna, pero ignoras que a esa vida sólo se llega desviviéndose por los pobres.

¿Para qué, rico, tus credos; para qué tus ritos, para qué tu moral, si sigues atrapado por el ídolo tener, si tu corazón está atrofiado y subdesarrollado tu afecto?

¿No ves, rico, qué pobre eres? Hasta tal punto eres pobre, que ni puedes, ni quieres, ni sabes enriquecer a los pobres. Tu riqueza no es enriquecedora sino empobreciente: necesitas como el vampiro engordarte y cebarte con la sangre y con la vida de los pobres.

¡Qué gran necesidad tienes! Necesitas el milagro de permitir que el Espíritu te despoje y te expolie. Es algo superior a tus posibilidades reales, pero ofrecido a tu respuesta y responsabilidad...

Mas aquel joven, tan adorante, tan valorativo, tan honesto, pero tan pagado de sí como apegado al dinero y despegado de los pobres, aquel joven, por su puño cerrado, se encontró con el ceño fruncido, con sus pasos pesarosos y sin pobres en su entraña. Había perdido la gran ocasión de su vida, falto de prudencia y de espíritu de sabiduría. Prefirió los cetros y los tronos, llamó buena a la plata y se arrodilló ante el oro. Y, a partir de entonces, su impecable expediente empezó a mancharse con las hambres y sangres de los pobres de su mundo, y a ser semilla maldita de una sociedad sin entrañas.