IV Domingo de Adviento, Ciclo C

San Lucas 1,39-45: El gozo de una presencia compartida

Autor: Padre Juan Sánchez Trujillo

 

 

En aquellos días, María se puso de camino y fue a prisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito: "¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Dichosa tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá." Lucas 1, 39-45.

Amasado de Lluvia fecunda y de tierra estéril, de propuesta divina y de humana respuesta, algo grande, Alguien santo se cuece en ese horno entrañable de la entraña de María.
A muchos años del Arca de la alianza y a unos meses de la Cuna de Belén, este vientre maternal, arca y cuna virginales, trasporta y mece hasta Isabel el Maná nuevo, el Pan de Vida, a Jesús.
El Espíritu pondrá los elogios en los labios reventados de Isabel, y en su vientre pondrá Juan los compases de la danza agradecida. Serán momentos de cielo condescendiente y de tierra sublimada. Habrá palabras externas y alegrías interiores. Dos frutos por descolgarse y dos madres con sus manos acunadas dispuestas para el abrazo y la caricia.

Es el gozo de exportar hacia los otros el tesoro que tenemos, importado como gracia en nuestra entraña. La alegría de sabernos visitados por alguien más que nosotros. El bullicio y el revuelo que se forma en nuestro entorno, cuando surges del estiércol hecho príncipe, cuando brotan a las hambres los banquetes, y a las vírgenes las madres y a los pobres la riqueza, y a lo sepulcros las cunas...

Es dejar que nos retoce y nos endance el mejor hombre que somos, entrañado en nuestra carne, y al que Dios vivo y cercano hace brincar y saltar de gozos incontenibles. Es decirle a nuestro mundo, necesitado de alegrías superiores a las enlatadas y electrónicas, que Cristo ha venido al mundo a inaugurar una fiesta en el corazón del hombre.

Es el gozo de futuros compartidos, de esperanzas abrazadas, de gratitudes conjuntas. Es saber que en todo hombre hay más hombre por nacer. Es librarse de abortar lo concebido, de frustrar las sementeras, de pinchar las ilusiones. Es hacer que haya más Juanes, Isabeles y Marías, regozando y festejando la presencia siempre vieja y siempre nueva de Jesús.