Solemnidad. La Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María.

San Lucas, 1,26-38. Elegidos con María desde siempre

Autor: Padre Juan Sánchez Trujillo

 

 

Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en la persona de Cristo con toda clase de bienes espirituales y celestiales. El nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo, para que fuésemos santos e irreprochables ante él por el amor. El nos ha destinado en la persona de Cristo, por pura iniciativa suya, a ser sus hijos, para que la gloria de su gracia, que tan generosamente nos ha concedido en su querido Hijo, redunde en alabanza suya.

Por su medio hemos heredado también nosotros. A esto estábamos destinados por decisión del que hace todo según su voluntad.

Y así, nosotros, los que ya esperábamos en Cristo, seremos alabanza de su gloria. EFESIOS 1, 3-6 . 11-12

Cuando el mal es epidémico y el grito por la salud está en la garganta de todos; cuando el mal viene de lejos y campea por doquier en personas y estructuras, hay que ir a la raíz, al fondo de las cuestiones, a la base de los problemas. No bastan entonces los parches, ni las podas, ni el andarse por las ramas. Se necesita ciertamente excavar en los cimientos de la casa cochambrosa, profundizar en las raíces del árbol de apenas frutos, remontarse hasta las fuentes de la corriente contaminada. Es la manera radicalmente eficaz para que surja del fondo un sistema nuevo.

Contemplar una criatura inmaculada, sana, sin daño, como María, es para el hombre manchado y enfermo una clara revelación, una prueba al alcance de nuestra tierra de que Dios ha planeado una regeneración del hombre desde las mismas raíces.

Ella, en efecto, es la fuente limpia y pura de donde brota el Agua Viva que depurará el torrente y mar salobre de los hombres corrompidos. Es la raíz sana y viva, hecha de lluvia y de tierra, desde donde crece el Árbol de acogida universal. Es el cimiento y la base, que hizo posible en el mundo la Morada de Dios entre los hombres.

Por todo esto, este día es evocación de orígenes sucios y de pureza de sangre. Es saber que en nuestro árbol genealógico está el pecado y la gracia, Adán y Cristo, Eva y María, un “no” de Eva que hizo historia y un “sí” de María que inició época de plenitud de tiempos, dos estilos diferentes de persona y sociedad.

Pero, ante todo, es concelebrar que, como María, nosotros también fuimos concebidos y elegidos en la persona de Cristo, ante de crear el mundo, para que fuésemos santos e irreprochables ante Él por el amor. Es festejar que ya está en marcha la sanación en raíz de los males que nos aquejan. Es gozarse de que ya en la Aurora se presagie y prologue la Luz plena del mundo, extensible a nuestros ojos. Es decirle a la serpiente, con la palabra y las obras, que su propuesta no tiene futuro porque tiene porvenir el anuncio de Gabriel. Es contemplar a María y a la Iglesia coronadas de estrellas, con la luna de escabel y embarazadas de Cristo a punto de darlo a luz a pesar de los dragones que quisieran abortarlo. Es decirnos que en María se avecinan el gozo de Navidad y el anticipo prometido de muchos renacimientos.