Solemnidad de la Santísima Trinidad, Ciclo A

Autor: Padre Julio Alonso Ampuero 

Fuente: Libro: Meditaciones bíblicas sobre el Año litúrgico
Con permiso de la Fundacion Gratis Date

 

 

Intimidad con Dios
Ex 34, 4-6.89; 2Cor 13,11-13; Jn 3,16-18


La fiesta de hoy nos sitúa ante el misterio fontal de nuestra fe. Pero misterio no significa algo oscuro e inaccesible. Dios nos ha revelado su misterio para sumergirnos en él y vivir en él y desde él. Una cosa es que no podamos comprender a Dios y otra muy distinta que no podamos vivir en íntima comunión con Él. Si se nos ha dado a conocer es para que disfrutemos de Él a pleno pulmón. En Él vivimos, nos movemos y existimos. No debemos retraernos de Él, que interiormente nos ilumina para conocerle y nos atrae para unirnos consigo.
Hemos de pedir mucha luz al Espíritu Santo para que podamos conocer –no con muchas ideas, sino de modo íntimo y experimental– el misterio de Dios Trinidad. Así lo han conocido los santos y muchos cristianos a través de los siglos mediante ese contacto directo y ese trato que da la oración iluminada por la fe y el amor.
Un Padre que es Fuente absoluta, Principio sin principio, Origen eterno, que engendra eternamente un Hijo igual a Él: Dios como Él, infinito, eterno, omnipotente. Un Hijo cuyo ser consiste en recibir; se recibe a sí mismo eternamente, proviniendo del Padre, en dependencia total y absoluta de Él y volviendo a Él eternamente en un retorno de donación amorosa y completa. Y un Espíritu Santo que procede de ambos como vínculo perfecto, infinito y eterno de amor.
Esta es la fe cristiana que profesamos en el credo, y no podemos vivir al margen de ella, relacionándonos con Dios de manera genérica e impersonal. Hemos sido bautizados «en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo». El bautismo nos ha puesto en una relación personal con cada una de las Personas Divinas, nos ha configurado con Cristo como hijos del Padre y templos del Espíritu, y vivir de otra manera nos desnaturaliza y nos despersonaliza. Sólo podemos vivir auténticamente si mantenemos y acrecentamos nuestra unión con Cristo por la fe, si vivimos «instalados» en Él como hijos en el Hijo, recibiéndolo todo del Padre en obediencia absoluta a su voluntad, dóciles al impulso del Espíritu Santo.