XXII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Autor: Padre Julio Alonso Ampuero 

Fuente: Libro: Meditaciones bíblicas sobre el Año litúrgico
Con permiso de la Fundacion Gratis Date

 

 

Piensas como los hombres
Mt 16,21-27

Cuando Jesús presenta el plan del Padre sobre su propia vida –muchos padecimientos y muerte en cruz–, Pedro se rebela y se pone a increpar a Jesús; se escandaliza de la manera como Dios actúa, y se pone a decir que eso no puede ser. ¿Acaso no es también esta nuestra postura muchas veces cuando la cruz se presenta en nuestra vida?
Pero fijémonos en la respuesta de Jesús a Pedro: «¡Apártate de mi vista, Satanás!». La expresión es tremendamente dura, pues Jesús le llama a Pedro «Satanás». Y ¿por qué? Porque piensa como los hombres y no como Dios. Pues bien, también nosotros tenemos que aprender a ver la cruz –nuestras cruces de cada día: dolores, enfermedades, problemas, dificultades...– como Dios, es decir, con los ojos de la fe. De esa manera no nos rebelaremos contra Dios ni contra sus planes.
Vista la cruz con ojos de fe no es terrible. Primero, porque cruz tiene todo hombre, lo quiera o no, sea cristiano o no. Pero el cristiano la ve de manera distinta, la lleva con paz y serenidad. El cristiano no se «resigna» ante la cruz; al contrario, la toma con decisión, la abraza y la lleva con alegría. El que se ha dejado seducir por el Señor y en su corazón lleva sembrado el amor de Dios no ve la cruz como una maldición. La cruz nos hace ganar la vida, no sólo la futura, sino también la presente, en la medida en que la llevamos con fe y amor.

Ofrenda permanente
Rom 12,1-2

«Os exhorto... a presentar vuestros cuerpos como hostia viva». La vida del cristiano es una ofrenda permanente de la propia existencia a Dios. «Este es vuestro culto razonable». Sin esta ofrenda de la propia vida el culto sería vacío, caeríamos en un mero ritualismo como el que tantas veces atacan los profetas. Cristo se ha ofrecido de verdad. Su ofrenda al Padre ha sido tan real que ha quedado sellada por el sacrificio del Calvario. Vivir la misa, participar en ella, es ofrecerse con Cristo al Padre; realmente, con toda nuestra vida, con todo lo que somos y tenemos. Y hacer que esta ofrenda se mantenga durante todo el día, durante toda la vida.
«No os ajustéis a este mundo». Toda nuestra vida y nuestra conducta ha de estar inspirada por la fe. Pero en el ambiente de la sociedad que nos rodea muchos criterios y muchas conductas no están inspiradas en el evangelio o son positivamente contrarias a él. Por eso no podemos pensar, vivir y actuar «como todo el mundo». El criterio que nos guía no puede ser ni lo que dice la televisión, ni lo que la gente opina, sino siempre y sólo el evangelio.
«Transformáos por la renovación de la mente para que sepáis discernir la voluntad de Dios». Hemos de vivir en conversión continua. Pero no sólo de nuestras obras, sino sobre todo de nuestros criterios. No basta actuar «con buena voluntad». Si nuestra mentalidad y nuestros criterios no son según el evangelio, ciertamente no haremos lo que Dios quiere. Por eso hemos de leer mucho la Palabra de Dios, para impregnarnos de ella. Hemos de leer a los santos, que son los que mejor han entendido y vivido el evangelio. Hemos de ayudarnos unos a otros a «respirar» según los criterios evangélicos. Y hemos de procurar ser coherentes al ponerlos en practica, sin engañarnos a nosotros mismos (St 1,22).