XXIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Autor: Padre Julio Alonso Ampuero 

Fuente: Libro: Meditaciones bíblicas sobre el Año litúrgico
Con permiso de la Fundacion Gratis Date

 

 

Deuda de amor
Rom 13,8-10

«A nadie le debáis nada, mas que amor». Tenemos para con los demás la «deuda» del amor. Cuando hemos realizado un acto de caridad para con el prójimo, cuando hemos hecho el bien a alguien, quisiéramos que nos lo agradeciera, que todo el mundo nos lo reconociera y que Dios mismo nos lo pagase. Sin embargo, somos deudores de los demás. Les debemos amor. No sólo les debemos lo que cae en el campo de la estricta justicia. Si Cristo nos hubiera tratado en estricta justicia, estaríamos condenados. Sin embargo, nos amó, y no en cualquier grado, sino «hasta el extremo» (Jn 13,1). Igualmente nosotros: cuando nos hayamos entregado hasta el extremo, habremos de exclamar: «somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer» (Lc. 17,10).
«El que ama tiene cumplido el resto de la Ley». San Pablo, siguiendo al propio Cristo (Mt 22,34-40), nos recuerda que toda la Ley se resume en el mandamiento del amor. Lo cual no significa que todo lo demás no importe, sino que tenemos que prestar atención a esta fuente de la que todo brota. Por eso san Agustín pudo proclamar: «Ama y haz lo que quieras». El que de verdad ama no hace mal a su prójimo. El que de verdad ama hace el bien siempre y a todos. El que de verdad ama, supera la estricta justicia, cumple los mandamientos y los rebasa. Se trata de cultivar las actitudes profundas del corazón, pues «el árbol bueno da frutos buenos» (Mt 7,17). Si uno está lleno por dentro de caridad, no hay que preocuparse de más: se trata sencillamente de dejar que la caridad rebose hacia fuera. Por el contrario, el que no ama, inútilmente se esforzará en cumplir los mandamientos, pues «el árbol malo da frutos malos» (Mt 7,17).
«Amar es cumplir la Ley entera». Por si quedaba alguna duda, esta frase final subraya que el amor no es un puro sentimiento. El amor a Dios consiste en cumplir su mandamientos (1 Jn 5,3). El amor es delicado, cuidadoso, exigente, hasta en los más mínimos detalles. En cambio, el que no cumple la Ley entera tendrá que reconocer que su amor todavía deja mucho que desear.

Te pediré cuentas
Mt 18,15-20

El evangelio de hoy nos presenta un aspecto que en la mayoría de las comunidades cristianas está sin estrenar. Jesús dice: «Si tu hermano peca, repréndelo». La lógica es muy sencilla: si a cualquier madre le importa su hijo y le duele lo que es malo para su hijo y le reprende porque le quiere y desea que no tenga defectos, con mayor razón al cristiano le debe importar todo hombre, sencillamente por que es su hermano. ¿Me duele cuando alguien peca?
La lectura de Ezequiel es incluso más fuerte en esto : «Si tú no hablas poniendo en guardia al malvado para que cambie de conducta, a ti te pediré cuenta de su sangre». Somos responsables de los hermanos. Si viéramos a alguien que va a caer en un precipicio, le gritaríamos una y mil veces. Pues bien, da escalofrío la indiferencia con que vemos alejarse personas de Cristo y de la Iglesia y vivir en el pecado y no les decimos ni palabra. «Si tu hermano peca, repréndelo». «Si no le pones en guardia, te pediré cuenta de su sangre». ¿Me siento responsable? Recordemos que fue Caín el que dijo: «¿Acaso soy yo guardián de mi hermano?»
Por lo demás, está claro que se trata de reprender por amor y con amor. No con fastidio y rabia o porque a uno le moleste. Es una necesidad del amor. El amor a los hermanos lleva a luchar para que no se destruyan a sí mismos. Tenemos con ellos una deuda de amor que nos impide callar, precisamente para su bien. Todo menos la indiferencia.