XXIX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Autor: Padre Julio Alonso Ampuero 

Fuente: Libro: Meditaciones bíblicas sobre el Año litúrgico
Con permiso de la Fundacion Gratis Date

 

 

El milagro de la Gracia
1Tes 1,1-5

Después de la carta a los filipenses, la Iglesia nos presenta durante los próximos domingos la primera carta a los tesalonicenses, que es el primer escrito de san Pablo y de todo el Nuevo Testamento. Asistimos en ella a los primeros pasos de la comunidad cristiana de Tesalónica.
«Siempre damos gracias a Dios por todos vosotros y os tenemos presentes en nuestras oraciones». Como en las demás cartas, la oración empapa las palabras de san Pablo. Ha asistido al milagro de la gracia que supone la conversión de un buen número de paganos. La Iglesia ha echado raíces en Tesalónica. Más aún, se mantienen fieles en medio de dificultades y persecuciones. Y el alma de Pablo desborda de gratitud a Dios. Sabe que es un milagro de la gracia. Pero un milagro que ha de mantenerse cada día. Y por eso sigue pidiendo, en la certeza de que Dios quiere continuar el milagro de la gracia. ¿Cómo no vivir nosotros la misma admiración y la misma gratitud por la acción de Dios? ¿Cómo no implorar cada día humilde y confiadamente, el milagro de la gracia, la única que puede mover y cambiar los corazones?
«Recordamos sin cesar la actividad de vuestra fe, el esfuerzo de vuestro amor y el aguante de vuestra esperanza». Motivo especial de gratitud es que el don de Dios no ha quedado vacío. La fe recibida por los tesalonicenses se ha traducido en obras, su amor se ha prolongado en entrega esforzada por el Señor y por los hermanos, su esperanza se ha manifestado en la tenacidad y el aguante. ¿Y en nosotros?
«Cuando se proclamó el evangelio entre vosotros no hubo sólo palabras, sino además fuerza del Espíritu Santo y convicción profunda». Aquí está el secreto: no son las simples palabras las que convierten, por bien dichas que estén, sino la acción potente del Espíritu Santo en el interior de cada hombre. Y esta acción ha de ser suplicada en la oración y testimoniada con fuerza mediante la convicción y el entusiasmo.

A Dios lo que es de Dios
Mt 22, 15-21

Este episodio del evangelio nos pone de relieve en primer lugar la admirable sabiduría de Jesús. Como en otras ocasiones, intentan meterle en un callejón sin salida: o dice que hay que pagar y entonces se gana la antipatía de los judíos que no podían soportar la opresión de los romanos; o dice que no hay que pagar y entonces se gana las iras de los romanos que le verán como un revolucionario. Pero Jesús sale de este dilema remontándose a un nivel superior.
No sólo escapa de la trampa, sino que además les hace ver a sus interlocutores su mala voluntad. «Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios»; la moneda lleva la imagen del emperador y por eso le pertenece a él; pues bien, el hombre es imagen de Dios y por eso le pertenece a Dios, que es su Creador, su Dueño y Señor. Es como decir: vosotros pertenecéis a Dios; obedecedle, someteos a Él y a su voluntad.
Este evangelio no lleva a posturas revolucionarias. Jesús afirma claramente: «Dad al César lo que es del César», pues toda autoridad humana viene de Dios. Pero a la vez relativiza los poderes humanos: «Dad a Dios lo que es de Dios». Si la autoridad humana obedece a Dios es instrumento de Dios, pero si desobedece a Dios y pretende ponerse en el lugar de Dios, entonces hay que obedecer a Dios antes que a los hombres.