II Domingo de Adviento, Ciclo B

Autor: Padre Julio Alonso Ampuero 

Fuente: Libro: Meditaciones bíblicas sobre el Año litúrgico
Con permiso de la Fundacion Gratis Date

 

 

Mc 1,1-8

El segundo domingo –también en consonancia con los otros ciclos– se centra en la figura de Juan el Bautista (Mc 1,1-8). Marcos subraya fuertemente su carácter de mensajero y precursor: es como una estrella fugaz que desaparece rápidamente, pues está en función de otro –como subraya el inicio de la perícopa: «Evangelio de Jesucristo»–. Su estilo recuerda al gran profeta Elías, que según la tradición judía debía preceder inmediatamente al Mesías (cfr. Mc 9,11-13). En el contexto del adviento, este texto orienta enérgicamente hacia Cristo, hacia el Mesías que viene como el «más fuerte» y como el que «bautiza con Espíritu Santo». La respuesta multitudinaria con que es acogida la llamada de Juan a la conversión es signo de cómo también nosotros hemos de ponernos decididamente en camino para acoger a Cristo con humildad y sin condiciones.
Conversión y austeridad
Juan Bautista nos es presentado como modelo de nuestro Adviento. Hoy sigue haciendo lo que hizo para preparar la primera venida de Cristo. Ante todo, nos pide conversión. No podemos recibir a Cristo si no estamos dispuestos a que su venida cambie muchas cosas en nuestra vida. Es la única manera de recibir a Cristo. Si esta Navidad pasa por mí sin pena ni gloria, si no se nota una transformación en mi vida, es que habré rechazado a Cristo. Pero para ponerme en disposición de cambiar he de darme cuenta de que necesito a Cristo. En este nuevo Adviento, ¿siento necesidad de Cristo?
Juan Bautista se nos presenta como modelo de nuestro Adviento por su austeridad –vestido con piel de camello, alimentado de saltamontes...– Pues bien, para recibir a Cristo es necesaria una buena dosis de austeridad (Rom 13, 13-14). Mientras uno esté ahogado por el consumismo no puede experimentar la dicha de acoger a Cristo y su salvación. Es imposible ser cristiano sin ser austero. La abundancia y el lujo asfixian y matan toda vida cristiana.
Cristo viene para bautizar con Espíritu Santo. Esto quiere decir que el esperar a Cristo nos lleva a esperar al Espíritu Santo que él viene a comunicarnos, pues «da el Espíritu sin medida» (Jn 3,34). Con el Adviento hemos inaugurado un camino que sólo culmina en Pentecostés. ¿Tengo ya desde ahora hambre y sed del Espíritu Santo?

Aquí está vuestro Dios
Is 40, 1-5. 9-11

«Consolad, consolad a mi pueblo...» La Iglesia nos anuncia la venida de Cristo. Y Él viene para traer el consuelo, la paz, el gozo. Ese consuelo íntimo y profundo que sólo Él puede dar y que nada ni nadie puede quitar. El consuelo en medio del dolor y del sufrimiento. Porque Jesús, el Hijo de Dios, no ha venido a quitarnos la cruz, sino a llevarla con nosotros, a sostenernos en el camino del Calvario, a infundirnos la alegría en medio del sufrimiento. ¡Y todo el mundo tiene tanta necesidad de este consuelo! Este mundo que Dios tanto ama y que sufre sin sentido.
«En el desierto preparadle un camino al Señor». Es preciso en este Adviento reconocer nuestro desierto, nuestra sequía, nuestra pobreza radical. Y ahí preparar camino al Señor. No disimular nuestra miseria. No consolarnos haciéndonos creer a nosotros mismos que no vamos mal del todo. Es preciso entrar en este nuevo año litúrgico sintiendo necesidad de Dios, con hambre y sed de justicia. Sólo el que así desea al Salvador verá la gloria de Dios, la salvación del Señor. Por eso dijo Jesús: «Los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del Reino de Dios» (Mt 21,31).
«...Alza con fuerza la voz, álzala, no temas, di a las ciudades de Judá: aquí está vuestro Dios». La mejor señal de que recibimos al Salvador, es el deseo de gritar a todos que «¡hemos encontrado al Mesías!» (Jn 1,41). Si de veras acogemos a Cristo y experimentamos la salvación que Él trae, no podemos permanecer callados. Nos convertimos en heraldos, en mensajeros, en profetas, en apóstoles. Y no por una obligación exterior, sino por necesidad interior: «No podemos dejar de hablar lo que hemos visto y oído» (He 4,20).