IV Domingo de Adviento, Ciclo B

Autor: Padre Julio Alonso Ampuero 

Fuente: Libro: Meditaciones bíblicas sobre el Año litúrgico
Con permiso de la Fundacion Gratis Date

 

 

Todo sucede en María
2Sam 7,1-5.8-11.16; Lc1,26-38

«¿Eres tú quien me va a construir una casa...?» Por medio del profeta Natán, Dios rechaza el deseo de David de construirle una casa... Dios mismo se va a construir su propia casa: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra». Jesús será la verdadera Casa de Dios, el Templo de Dios (Jn 2,21), la Tienda del Encuentro de Dios con los hombres. En la carne del Verbo los hombres podrán contemplar definitivamente la gloria de Dios (Jn 1,14) que los salva y diviniza.
«Te daré una dinastía». A este David que quería construir una casa a Dios, Dios le anuncia que será Él más bien quien dé a David una casa, una dinastía. A este David que aspiraba a que un hijo suyo le sucediera en el trono, Dios le promete que de su descendencia nacerá el Mesías: a Jesús «Dios le dará el trono de David su padre, reinará... para siempre, y su reino no tendrá fin».
La iniciativa de Dios triunfa siempre. Dios desbarata los planes de los hombres. Y colma unas veces, desbarata otras y desborda siempre las expectativas de los hombres. ¿Qué maravillas no podremos esperar ante la inaudita noticia de la encarnación del Hijo de Dios?
«Hágase en mí según tu palabra». Todo sucede en María. En ella se realiza la encarnación. Por ella nos viene Cristo. Y esto es y será siempre así: por la acción del Espíritu Santo a través de la receptividad y absoluta docilidad de María Virgen.
¿Se trata de que Cristo nazca, viva y crezca en mí? Por obra del Espíritu en el seno de María. ¿Se trata de que Cristo nazca en quien no le posee o no le conoce? ¿Se trata de que Cristo sea de nuevo engendrado y dado a luz en este mundo tan necesitado por Él? Por gracia del Espíritu Santo a través de María Virgen. Es el camino que Él mismo ha querido y no hay otro.

Enteramente disponibles
Lc 1,26-38

A las puertas mismas de la Navidad y después de habérsenos presentado Juan Bautista, se nos propone a María como modelo para recibir a Cristo. Sobre todo, por su disponibilidad. Ante el anuncio del ángel, María manifiesta la disponibilidad de la esclava, de quien se ofrece a Dios totalmente, sin poner condiciones, sometiéndose perfectamente a sus planes. Si nosotros queremos recibir de veras a Cristo, no podemos tener otra actitud distinta de la suya. Cristo viene como «el Señor» y hemos de recibirle en completa sumisión, aceptando incondicionalmente su señorío sobre nosotros mismos, sino que «somos del Señor» (Rom 14,8).
Además, María acoge a Cristo por la fe. Frente a lo sorprendente de lo que se le anuncia, ella no duda; se fía de la palabra que se le dirige de parte de Dios: «para Dios nada hay imposible». Cree sin vacilar y en esto consiste su felicidad: «Dichosa tú que has creído, porque lo que se te ha dicho de parte del Señor se cumplirá» (Lc 1,45). Para recibir a Cristo hace falta una fe viva que nos haga creer que es capaz de sacarnos de nuestras debilidades y que puede y quiere transformar un mundo corrompido, ya que «ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido» (Lc 19,10). No hay motivo para la duda, pues lo que está en juego es «el poder del Altísimo».
Finalmente, lo primero que experimenta María es la alegría: «¡Alégrate!». Es la alegría de recibir al Salvador. También nosotros, si recibimos a Cristo, estamos llamados a experimentar esta alegría: una alegría que no tiene nada que ver con la que ofrece el consumismo de estos días, pues es incomparablemente más profunda, más duradera y más intensa.