III Domingo de Cuaresma, Ciclo B

Autor: Padre Julio Alonso Ampuero 

Fuente: Libro: Meditaciones bíblicas sobre el Año litúrgico
Con permiso de la Fundacion Gratis Date

 

 

Ex 20,1-17; 1Cor 1,22-25; Jn 2,13-25

El signo del templo

El evangelio nos presenta a Jesús como el nuevo templo, destruido en la cruz y reconstruido a los tres días. De este templo manará para nosotros el agua vivificante del Espíritu (cfr. Jn 19,34). En este templo estamos llamados a morar, a permanecer (Jn 15,4), lo mismo que Él mora en el seno del Padre (Jn 1,18). De este templo formamos parte como piedras vivas (1Pe 2,5) por el bautismo. Este templo destruido y reconstruido es el signo que Dios nos da en esta cuaresma para que creamos en Él.
Jesús aparece también empleando la violencia. Este texto nos presenta un Jesús intransigente contra el mal. El mismo Jesús que vemos lleno de ternura y amor hacia los pecadores (cfr. Jn 8,1-11) hasta dar la vida por ellos (Jn 15,13) es el que aquí contemplamos actuando enérgicamente contra el mal. El mismo y único Cristo. Nos corrobora así la postura que ya manifestaba en el primer domingo luchando contra Satanás. Jesús no pacta con el mal. Lo vemos devorado por el celo de la casa de Dios, del templo. El mismo celo que debe encendernos a nosotros en la lucha contra el mal. El mismo celo que debe devorarnos por la santidad de la casa de Dios que es la Iglesia. El mismo celo que debe hacernos arder en esta Cuaresma por la purificación del templo que somos nosotros mismos.
Pero la lucha contra el mal es sobre todo una opción positiva, una adhesión al bien, al Bien que es Dios mismo. La cuaresma es una oportunidad de gracia para renovar nuestra vivencia de los mandamientos. Para renovar, mediante el cumplimiento fiel de los mandamientos, nuestra pertenencia al Señor que nos ha sacado de la esclavitud y nos ha hecho libres. Cumpliendo los mandamientos decimos «sí» a Dios. Cumpliendo los mandamientos reafirmamos la alianza, el pacto de amor que Dios hizo con nosotros en el bautismo. Cumpliendo los mandamientos nos lanzamos por el camino que nos hace verdaderamente libres.

El celo de tu casa me devora
Jn 2,13-25

Nos encontramos en este texto de san Juan con un rasgo de Jesús en el que solemos reparar poco: la dureza de Jesús frente al mal y la hipocresía, que aparece otras muchas veces en sus invectivas contra los fariseos. ¿La razón? «El celo de tu casa me devora». A veces casi se llega a identificar el amor con la melosidad inofensiva. Y, sin embargola postura aparentemente violenta de Jesús es fruto del amor, de un amor apasionado, porque el celo es el amor llevado al extremo (cfr. Dt 4,24 y 2Cor 11,2). ¿No deberemos también nosotros ganar mucho en fortaleza en la lucha contra el mal en todas sus manifestaciones? Porque «el amor es fuerte como la muerte» (Ct. 8,6).
Jesús es fuerte para defender los derechos de su Padre. Su corazón humano, que ama el Padre con todas sus fuerzas, se enciende de celo ante la profanación del Templo, el lugar santo, la morada de Dios. En medio de un mundo que desprecia a Dios, también el cristiano debe vivir la actitud de Jesús: «El celo de tu casa me devora».
La fortaleza de Cristo, por lo demás, no se ejerce contra los hombres, sino en favor de ellos, dejando que destruyan el templo de su cuerpo y reconstruyéndolo en tres días. «Tengo poder para entregar mi vida y poder para recobrarla de nuevo» (Jn 10,18). De igual modo, el cristiano unido a Cristo es invencible, aunque deje su piel y su vida en la lucha contra el mal: «No temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma... Hasta los cabellos de vuestra cabeza están contados» (Mt 10,28-30).,