II Domingo de Pascua, Ciclo B

Autor: Padre Julio Alonso Ampuero 

Fuente: Libro: Meditaciones bíblicas sobre el Año litúrgico
Con permiso de la Fundacion Gratis Date

 

 

Jn 20,19-31

Durante el tiempo pascual desaparece el evangelio de Marcos y sólo volvemos a encontrarlo en la solemnidad de la Ascensión del Señor (Mc 16,15-20). En realidad la ascensión-entronización queda narrada en un breve versículo (el 19). Sin embargo, es significativo que este hecho quede enmarcado entre el mandato misionero universal (vv. 15-18) y la constatación de su cumplimiento (v. 20): Cristo, el Señor glorificado, ejerce su señorío invisible en la acción visible de su Iglesia que evangeliza –«actuaba con ellos y confirmaba la palabra con los signos»–.

¡Señor mío y Dios mío!

«Recibid el Espíritu Santo». He aquí el regalo pascual de Cristo. El que había prometido. «No os dejaré huérfanos» (Jn 14,18), ahora cumple su promesa. Jesús, que había gritado «el que tenga sed que venga a mí y beba» (Jn 7,37), se nos presenta ahora en su resurrección como fuente perenne del Espíritu. A Cristo resucitado hemos de acercarnos con sed a beber el Espíritu que mana de Él, pues el Espíritu es el don pascual de Cristo.
«Señor mío y Dios mío». La actitud final de Tomás nos enseña cuál ha de ser nuestra relación con el Resucitado: una relación de fe y adoración. Fe, porque no le vemos con los ojos: «Dichosos los que crean sin haber visto»; fe a pesar de que a veces parezca ausente, como a los discípulos de Emaús, que no eran capaces de reconocerle aunque caminaba con ellos (Lc 24,13ss). Y adoración, porque Cristo es en cuanto hombre «el Señor», lleno de la vida, de la gloria y de la felicidad de Dios.
«Se llenaron de alegría al ver al Señor». La resurrección de Cristo es fuente de alegría. El encuentro con el Señor resucitado produce gozo. Su presencia lo ilumina todo, porque Él es el Señor de la historia. En cambio, su ausencia es causa de tristeza, de angustia y de temor. También en esto Cristo cumple su promesa: «Volveré a veros y se alegrará vuestro corazón y vuestra alegría nadie os la podrá quitar» (Jn 16,22). ¿Vivo mi relación con Cristo como la única fuente del gozo autentico y duradero?
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