III Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B.

Autor: Padre Julio Alonso Ampuero 

Fuente: Libro: Meditaciones bíblicas sobre el Año litúrgico
Con permiso de la Fundacion Gratis Date



El domingo tercero (1,14-20) presenta la predicación inicial de Jesús y la llamada de los primeros discípulos. Tanto el carácter urgente de la llamada de Jesús –«se ha cumplido el plazo»– como lo inmediato e incondicional del seguimiento por parte de los discípulos manifiesta la grandiosidad y el atractivo de la persona de Jesús. Esta urgencia se manifiesta también en el carácter de «pescadores de hombres» que tienen los discípulos: lo mismo que Jonás (1ª lectura: Jon 3,1-5.10) son enviados a convertir a los hombres a Cristo: «convertíos y creed».

Hambre de eternidad
1Cor 7,29-31


«El momento es apremiante». Después de haber celebrado la venida del Hijo de Dios a este mundo, esta frase se entiende mejor. Después del nacimiento de Cristo nada puede ser igual. Él lo ha transformado todo, la razón de ser de todo, el único punto de referencia válido para todo.
La frase de san Pablo «el momento es apremiante» está en dependencia de la del mismo Jesús en el evangelio: «se ha cumplido el tiempo, se ha acercado el Reino de Dios». No podemos seguir viviendo como si Él no hubiera venido. Su presencia debe determinar toda nuestra vida. Su venida da a nuestra existencia un todo de seriedad y urgencia. No podemos seguir malgastando nuestra vida viviéndola al margen de Él. Con Él tiene un valor inmensamente mayor de lo que imaginamos...
«La apariencia de este mundo se termina». Sería lamentable que siguiéramos viviendo de apariencias, de mentiras... La Navidad debe haber dejado en nosotros una sed incontenible de realidad, de vivir en la verdad. No sigamos engañándonos a nosotros mismos. Llamemos las cosas por su nombre. No sigamos viviendo como si lo real fuera lo de aquí abajo. Al contrario, lo de aquí es pasajero, muy pasajero.
Lo real es eterno, lo definitivo. Cristo ha venido para que nuestra vida tenga un valor y un peso de eternidad. Hemos de tener hambre de eternidad. Hemos de saber vivir de lo eterno. «Somos ciudadanos del cielo» (Fil 3,20), «aspiremos a los bienes del Cielo (Col 3,1-2). Este es también el sentido de la llamada del Señor en el evangelio: «Convertíos, creed la Buena Nueva, está cerca el Reino de Dios.

Venid conmigo
Mc 1,14-20


«Se ha cumplido el tiempo». Hemos celebrado a Cristo en el Adviento como «el deseado de las naciones», el esperado de todos los pueblos. «Todo el mundo te busca» (Mc 1,37). Con la venida de Cristo estamos en la plenitud de los tiempos. El Reino de Dios está aquí, la salvación se nos ofrece para disfrutarla. Tenemos, sobre todo, a Cristo en persona. «Cuántos desearon ver lo que vosotros veis y no lo vieron, y oír lo que vosotros oís y no lo oyeron». Pero la presencia de Cristo hace que las cosas no puedan seguir igual. Por eso, Jesús añade a continuación: «Convertíos». La presencia de Cristo exige una actitud radical de atención y entrega a Él, cambiando todo lo necesario para que Él sea el centro de todo, para que su Reino se establezca en nosotros.
«Creed la Buena nueva». Evangelio significa «buena noticia», «anuncio alegre y gozoso». La presencia de Cristo, su cercanía, su poder, son una buena noticia. La llegada del Reino de Dios es una buena noticia. Cada una de las palabras y frases del evangelio son una noticia gozosa. ¿Recibo así el evangelio, como Buena nueva y anuncio gozoso, o lo veo como una carga y una exigencia? Cada vez que lo escucho, lo leo o medito, ¿lo veo como promesa de salvación? ¿Creo de verdad en el evangelio? ¿Me fío de lo que Cristo en él me manda, me advierte o me aconseja?
«Venid conmigo». Ser cristiano es ante todo irse con Jesús, caminar tras Él, seguirle. San Marcos nos presenta al principio del todo, la llamada de Jesús a los discípulos, cuando aún Jesús no ha predicado ni hecho milagros; sin embargo, ellos le siguen «inmediatamente», dejando todo, incluso el trabajo y el propio padre. La conversión que pide Jesús al principio del evangelio de hoy es ante todo dejarnos fascinar por su persona. Cuando se experimenta el atractivo de Cristo, ¡qué fácil es dejarlo todo!