XXV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B.

Autor: Padre Julio Alonso Ampuero 

Fuente: Libro: Meditaciones bíblicas sobre el Año litúrgico
Con permiso de la Fundacion Gratis Date



Mc 9,30-37

El domingo vigésimo quinto presenta el segundo anuncio de la pasión (9,29-36). Víctima de sus adversarios, que le acosan porque se sienten denunciados con su sola presencia (1ª lectura: Sab 2,17-20), Jesús camina sin embargo consciente y libremente hacia el destino que el Padre le ha preparado. Frente a esta actitud suya, es brutal el contraste de los discípulos: no sólo siguen sin entender y les asusta este lenguaje, sino que andan preocupados de quién es el más importante. Jesús aprovecha para recalcar que la verdadera grandeza es la de quien, poniéndose en el último puesto, se hace siervo de los demás y acoge a los más débiles y pequeños.

Esclavo de todos

Segundo anuncio de la pasión. Dios entrega a su Hijo para que el mundo no perezca y a su vez el Hijo se entregue libremente. Gracias a este acto de entrega todo hombre puede tener esperanza. El Redentor ha dado su vida para que tengamos vida eterna. Su humillación nos levanta, nos dignifica. El Siervo de Yahvé ha expiado nuestros pecados. Y camina confiado hacia la muerte porque sabe que hay quien se ocupa de Él: el desenlace de su vida lo comprueba, porque Dios Padre le ha resucitado.
Y al mismo tiempo es entregado por los hombres. Jesús ha sido condenado porque es la luz y las tinieblas rechazan la luz. El Justo es rechazado porque lleva una vida distinta de los demás, resulta incómodo y su sola conducta es un reproche. También el cristiano en la medida en que es luz resulta molesto. Y por eso forma parte de la herencia del cristiano el ser perseguido. «Ay si todo el mundo habla bien de vosotros» (Lc 6,26).
Resulta bochornoso que cuando Jesús está hablando de su pasión los discípulos estén buscando el primer puesto. La mayor contradicción con el evangelio es la búsqueda de poder, honores y privilegios. Sólo el que como Cristo se hace Siervo y esclavo de todos construye la Iglesia. Pero el que se deja llevar por la arrogancia, el orgullo, el afán de dominio o la prepotencia sólo contribuye a hundirla.