XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo

Autor: Padre Julio Alonso Ampuero 

Fuente: Libro: Meditaciones bíblicas sobre el Año litúrgico
Con permiso de la Fundacion Gratis Date



Mc 13,24-32

Finalmente, el domingo trigésimo tercero, ya al final del tiempo Ordinario y del año litúrgico, nos propone un fragmento del discurso escatológico (13,24-32). Lo mismo que la primera lectura (Dan 12,1-3), el evangelio nos invita a fijar nuestra mirada en las realidades últimas, en la intervención decisiva de Dios en la historia de la humanidad. Lo que se afirma es la certeza de la venida gloriosa de Cristo para reunir a los elegidos que le han permanecido fieles en medio de las tribulaciones. Acerca del cuándo sucederá, Jesús subraya la ignorancia, pero garantiza el cumplimiento infalible de su palabra e invita a la vigilancia con la atención puesta en los signos que irán sucediendo. Este acontecimiento final y definitivo dará sentido a todo el caminar humano y a todas sus vicisitudes.

Está cerca

«Sabed que Él está cerca». El texto de hoy nos habla de la venida de Cristo al final de los tiempos. Las últimas semanas del año litúrgico nos encaran a ella. Nosotros tendemos a olvidarnos de ella, como si estuviéramos muy lejos, como si no fuera con nosotros. Sin embargo, la palabra de Dios considera las cosas de otra manera: «El tiempo es corto» y «la apariencia de este mundo pasa» (1Cor 7,29.31). El Señor está cerca y no podemos hacernos los desentendidos. El que se olvida de esta venida decisiva de Cristo para pedirnos cuentas es un necio (Lc 12,16-21).
«El día y la hora nadie lo sabe». Dios ha ocultado el momento y también este hecho forma parte de su plan infinitamente sabio y amoroso. No es para sorprendernos, como si buscase nuestra condenación. Lo que busca es que estemos vigilantes, atentos, «para que ese día no nos sorprenda como un ladrón» (1Tes 5,4). No se trata de temor, sino de amor. Es una espera hecha de deseo, incluso impaciente. El verdadero cristiano es el que «anhela su venida» (2Tim 4,8).
El hecho de que Cristo va a venir y de que «es necesario que nosotros seamos puestos al descubierto ante el tribunal de Cristo» (2Cor 5,10), nos ha de llevar a no vivir en las tinieblas, sino en la luz, a actuar de cara a Dios, en referencia al juicio de Dios, un juicio que es presente, pues «ante Dios estamos al descubierto» (2Cor 5,11); podremos engañar a los hombres, pero no a Dios, ya que Él «escruta los corazones» (Rom 8,27).