Jn. 4, 5-42:
La fuente de vida eterna.

Autor: Padre Julio Cesar Gonzalez Carretti

 

 

Lecturas:

a.- Ex. 17, 3-7: Danos agua para beber. ¿Está o no está el Señor en medio de nosotros?

b.- Rm. 5,1-2.5-8: El amor ha sido derramado en nuestros corazones.

c.- Jn. 4, 5-42: La fuente de vida eterna.

San Juan de la Cruz: “Llama cristalina a la fe por dos cosas: la primera, porque es de Cristo, su esposo; y la segunda, porque tiene las propiedades del cristal en ser pura en las verdades, y fuente clara y limpia de error, y formas naturales. Y llámala fuente porque de ella le manan al alma las aguas de todos los bienes espirituales. De donde Cristo nuestro Señor, hablando con la Samaritana, llamó fuente a la fe, diciendo que a los que creyesen en él les daría una fuente cuya agua saltaría hasta la vida eterna” (CB 12,3). 

            El agua, fuente de vida, siempre importante para los nómadas por su escasez en el desierto, es el tema de este tercer domingo de cuaresma. Las lecturas adquieren  un “crescendo”, un progreso: partimos hablando del agua natural que piden los hebreos a Moisés en el desierto hasta el agua viva que es el don del Espíritu Santo del que habla Jesús. El sediento Jesús, que descansa junto al pozo,  va revelando su misterio a la samaritana hasta que lo descubre como Salvador del mundo. Pablo nos revela cómo siendo todavía pecadores, Cristo murió por nosotros, nos justificó ante el Padre y ahora vivimos en la esperanza de  gloria con el amor que el Espíritu ha derramado en nuestros corazones.

              El encuentro de Jesús con la samaritana es toda una catequesis de iniciación bautismal. Todo comienza con el “dame de beber” (v.7) de Jesús hasta que es ÉL quien le ofrece el agua que apaga toda sed para siempre y que en el creyente se convierte en un surtidor que salta hasta la vida eterna (v. 14). El don que ignora la samaritana es el don del Espíritu Santo que la fe en Jesús suscita en el discípulo. Es la vida eterna que se obtiene por la fe en Jesucristo, el mesías, el Hijo de Dios vivo. “Señor  dame de esa agua para que nunca más tenga sed” (v.15), dice la mujer, llave que abre la puerta a la luz del misterio del viajante.

             Jesús se presenta como un sediento hasta revelarse como el mesías esperado: “Yo soy, el que está hablando contigo” (v. 26), pasaje que recuerda inmediatamente el “Yo soy el que soy” de Ex.  3,14.

            Al tema del agua viva, don del Espíritu, que el resucitado, entrega a quien cree en ÉL, se añade el del culto a Dios en espíritu y en verdad. Son dos momentos de una única revelación del misterio de Cristo Jesús. De un judío sediento, Jesús, pasa para la samaritana a ser un profeta, el mesías y finalmente el salvador el mundo. Son los compases de una melodía que el Espíritu pulsa en el alma del que cree y espera en este misterio salvador que se va dando y guía en su proceso de conversión a la mujer y los suyos.

            El agua viva en primer término es el propio Jesús, don del Padre, pero también, luego de la Ascensión, es el Espíritu Santo prometido por Jesús. El agua viva es signo del amor del Padre que nos justifica en Jesucristo y santifica por el Espíritu Santo. En la enseñanza de Jesús el agua viva, don del Padre, es la referencia para revelar su persona, su doctrina y su sabiduría, lo cual apaga para siempre la sed espiritual de todo ser humano. En su predicación Jesús habla   de esta agua viva de vida eterna a Nicodemo, en relación al Bautismo y cuando invita a sus oyentes en el templo a beber de sus fuentes (cfr.  Jn. 3, 5; 7, 37ss).

            Hoy la sed del hombre posmoderno es de bienes materiales y de felicidad, lo que está enseñando que los bienes materiales no la producen. Nace una insatisfacción profunda que no puede resolver.  Unos siguen  este camino hasta convertirse en adictos a las drogas, sexo, alcohol, la superstición, etc.; otros en cambio, dan un giro y se encaminan a las religiones. 

            Los que vuelven a Cristo o lo conocen encuentran valores auténticos que vivir que reorientan la sed de felicidad y de vida eterna. Ellos repiten  y nosotros con frecuencia deberíamos hacer la misma petición de la samaritana: “Dame, Señor de esa agua para que no tenga más sed”; agua que la oración convierte en un estilo de vida nueva con una fuerza carismática singular. Es ahí donde se aprenden grandes verdades de Dios y del propio conocimiento hasta encontrar, en lo interior la fuente de la felicidad. Estos son los torrentes de agua viva que brotan de lo interior y llega hasta la vida eterna, el verdadero culto en espíritu y verdad que el Padre eterno desea de sus hijos.

            La fe es la fuente cristalina, dice el místico, en la cual debemos beber, por donde nos viene la salvación y los dones del Espíritu Santo y actualizar así la vida en Cristo. Poder cantar con los versos del místico: “¡Oh cristalina fuente, si en esos tus semblantes plateados/ formases de repente / los ojos deseados / que tengo en mis entrañas dibujados” (CB 12).