Jn. 5,1-3.5-16:
Curación en la piscina de Betsaida.

Autor: Padre Julio Cesar Gonzalez Carretti

 

 

Lecturas: 

a.- Ez. 47, 1. 9.12: La fuente del templo.
b.- Jn. 5,1-3.5-16: Curación en la piscina de Betsaida.
San Juan de la Cruz: “Porque cuanto Dios es más creído y servido sin testimonios y señales, tanto más es del alma ensalzado, pues cree de Dios más que las señales y milagros le pueden dar a entender” (3 S 32,3).

El agua es protagonista de ambas lecturas. En la primera el profeta en el exilio babilónico contempla la nueva Jerusalén y del templo nacen ríos de aguan que a su paso todo lo fecundan, el desierto cobra vida, y en el mar muerto, habrá hasta peces. El agua símbolo señalado de vida y creación nueva y en el NT símbolo de los bienes mesiánicos y de sabiduría. Hay claras reminiscencias a los ríos que regaban el edén (Gen. 2,10ss) y en la nueva Sión, en la Jerusalén celestial (Ap. 22, 1ss).


En Cristo, el agua es vida nueva, vida de resucitado, anuncio del bautismo en el Espíritu. El Mesías es esa bendición de la que habla el profeta, cuando convierte el agua en vino nuevo del Reino de Dios y junto al pozo de Jacob le dio el agua viva a la Samaritana, agua que salta hasta la vida eterna apagando su sed para siempre. Jesucristo, es el agua viva, don del Padre que unido al conocimiento de su persona y doctrina, es salvación para el mundo, para el hombre sediento de creer. El agua hace referencia también al Espíritu Santo y al Bautismo, vida nueva (Jn. 3, 5). La sed la apaga Cristo si bebemos del Espíritu que en el bautismo nos hizo criaturas nuevas, torrentes de agua viva en el espíritu (Jn. 7, 37ss).


Agua y Espíritu, íntimamente unidos al bautismo, es decir, para regeneración del hombre pecador que cree en Jesús Salvador. La cuaresma brinda la oportunidad de volver siempre a empezar la vida bautismal, revivir nuestra condición de hijos de Dios, miembros de la Iglesia y herederos de la vida eterna, para morir al pecado, comprometernos a superar un pecado concreto en este tiempo, una actitud que cambiar, para resucitar con ÉL a la vida nueva de Dios con una virtud o nueva actitud, fruto del trabajo espiritual de la gracia y esfuerzo de esta cuaresma.


La curación del paralítico en la piscina nace del querer de Cristo y de la necesidad del enfermo que una vez sano toma su camilla y se marcha. Como era sábado, los fariseos recriminan al hombre que había sido sanado por llevar la camilla en ese día. Desde ese momento los fariseos acosan a Jesús por hacer esas sanaciones en sábado, oposición que irá creciendo, hasta culminar en el misterio pascual.
Las palabras del paralítico nos deben hacer meditar: “Señor, no tengo a nadie que me ayude” (v.7), son la voz de una humanidad doliente que espera un Salvador. Será precisamente ÉL quien asuma los dolores, dolencias y enfermedades, los toma sobre sí, como enseña Isaías, varón de dolores acostumbrado a sufrimientos (Is. 53, 3), que con su pasión y su sangre y agua que brotaron de su costado en la Cruz nos confirió la salud a todos (Jn. 19, 34). Es precisamente en el alba de la resurrección donde el proyecto original de Dios se completó y comenzó la creación nueva con el nuevo Adán, dando a todo hombre que cree la posibilidad de vivir en Él y recrearlo con su aporte de gracia y santidad desde su condición de hijo de la resurrección.


¿Quieres quedar sano? Pregunta Jesús a la Iglesia y a la sociedad actual. ¿Quieres dejar tu condición de paralítico y caminar? En el Bautismo vencimos con Cristo la muerte y la enfermedad, ahí nacimos a la vida eterna con agua y Espíritu Santo continuamente debemos volver a la fuente para crecer en filiación divina y pertenencia eclesial. La vida del cristiano depende de su opción bautismal vivida y renovada en la vida de oración.


El místico no exhorta a busca a Dios por el camino de la fe oscura y desnuda, dejar que Dios se manifieste en la vida cotidiana pero agudizar la mirada de amor para descubrir su presencia en todo su proceso de conversión para evitar que todo quede en ilusión o buenas intenciones.