Mt. 26,14-75 y 27,1-66:
Pasión de nuestro Señor Jesús.

Autor: Padre Julio Cesar Gonzalez Carretti

 

 

Lecturas: 

Procesión de Palmas

Evangelio: Mt. 21,1-11: Bendito el que viene en nombre del Señor.

Eucaristía:

a.- Is. 50, 4-7: El Siervo paciente de Señor.

b.- Flp. 2,6-11: Se rebajó a sí mismo, por eso Dios lo exaltó.

c.- Mt. 26,14-75 y 27,1-66: Pasión de nuestro Señor Jesús.

d.- San Juan de la Cruz: “Así como por medio del árbol vedado en el paraíso fue perdida y estragada en la naturaleza humana por Adán, así en el árbol de la cruz fue redimida y reparada por él, dándole allí la mano de su favor y misericordia por medio de su muerte y pasión, alzando las treguas que por el pecado original había entre el hombre y Dios” (CB 23,2). 

            La primera lectura describe la acción de Jesús a favor del hombre que debe ser instruido en los caminos del Señor. Este misterioso Siervo sufriente de Isaías posee un lenguaje de discípulo, de quien escucha y recibe para comunicar lo oído, lo revelado. Su palabra, que es fuerza de Dios, sostiene a los caídos, les da un aliento. Es también imagen del Israel histórico, caído y desconcertado, sin embargo, cada mañana Yahvé le abre el oído y le inspira el contenido de su palabra.

            Todos los dolores y sufrimientos son imagen de las humillaciones que Israel sufrió, pero que a pesar de todo, supo obedecer a Yahvé. Los sinópticos ven en esta realidad el sufrimiento de Cristo frente a Pilato e identifican al Siervo, con el Israel fiel a la fe, hombres y mujeres que soportaron toda clase de dolores a causa de su fidelidad a Yahvé allí donde se encontrasen. Entre todos esos hombres aparece Jesucristo y sus discípulos de todos los tiempos que cumplimos con lo que falta a la Pasión de Cristo.

            Este Siervo sufriente nos lleva a Cristo, en ÉL reside la fuerza de Yahvé, la esperanza y la certeza de que Dios lo ayudaba y no quedará confundido. Dios lo justifica como inocente que es, lo defiende en el juicio de los hombres. Todos lo acusan y  condenan. No hay respuesta humana, pero Dios conoce su verdad y lo justifica. Su fe permanece intacta, en lo humano: “Díos mío, Dios mío, porqué me has abandonado”. Si contemplamos desde Jesucristo, descubrimos que el Siervo sufriente, nos conduce a ÉL, un Mesías Salvador, el Crucificado por amor.

            Pablo, ante cualquier afán de poder en la Iglesia, en el alma del cristiano, lo invita a contemplar a Cristo, el Señor, el Kyrios. La única autoridad que hay en la comunidad eclesial y poder de la misma viene de Jesucristo, el Señor. Título que Cristo adquiere luego de su triunfo sobre la muerte y resurrección y ascensión a los cielos donde está sentado a la diestra del Padre. Su señorío es sobre la Iglesia y a través de ella, sobre la creación entera, que camina hasta la plena instauración de todas las cosas en Cristo. De ahí que los cristianos y los que tienen autoridad en su Iglesia, no pueden hacer otro camino o proceso distinto del que hizo su Señor. ¿Cuál proceso? Dios se ha hecho hombre por medio de la Encarnación, siendo de condición divina, por tanto Dios y Hombre verdadero, Jesucristo, se despoja de su condición divina para hacerse como un hombre cualquiera, un siervo, un esclavo. Aquí radica su grandeza y humildad, que siendo inocente, sin pecado,  se hace pecador, como uno de tantos.

            Jesucristo, se despoja voluntariamente de sus privilegios divinos, hace su Kénosis, para sumergirse en la corriente de dolor y sufrimiento que atañe a toda la humanidad. No es que Cristo haya dejado de ser Dios, al contrario, siendo Jesús de Nazaret, Dios y Hombre verdadero, asume plenamente el sufrimiento humano, sometido a todas las realidades humanas incluida la muerte, y no cualquier muerte sino la más ignominiosa, la muerte de cruz. Es la experiencia de Cristo del pecado como afirma el propio Pablo: “Pues lo que era imposible a la ley, reducida a la impotencia por la carne, Dios, habiendo enviado a su propio Hijo en una carne semejante a la del pecado, y en orden al pecado, condenó el pecado en la carne” (Rm. 8, 3).

            Finalmente, luego de asumir, encarnar toda la miseria humana, que había de redimir, se realiza la redención por su misterio pascual: “Por esto Dios lo exaltó…” (v. 9), es decir, porque desde dentro de la humanidad y desde lo interior del hombre transformado por la infusión del evangelio, se realiza la verdadera liberación del ser humano y de las estructuras que lo oprimen y lo despojan de su dignidad hoy. Debemos ir más allá de las debilidades propias y ajenas, hay que contar con ellas eso sí, y desde ellas trabajar la salvación, es decir, asimilar la que nos consiguió Cristo Jesús en la Cruz del Calvario y desde su Resurrección, ahora que desde la diestra del Padre nos acompaña en nuestra propia pasión de amor en esta sociedad y en esta Iglesia.

            La Pasión de Jesucristo más que comentarla hay que vivirla con mirada contemplativa y corazón contrito. Vamos a vivir los misterios centrales de la redención: pasión, muerte y resurrección de Jesucristo. Se trata de una auténtica vivencia de fe  puesto que sólo desde esta perspectiva se comprende el misterio de la pasión, muerte humillante y triunfo de la vida sobre el pecado, muerte y el demonio de Jesús, el Señor.

            La Pasión de Cristo se debe entender desde un testimonio de fe cristológica, como un primer estadio. Los relatos de la Pasión más que una crónica histórica es una proclamación pospascual de Cristo como Mesías e Hijo de Dios; una proclamación del kerigma e interpretación teológica y profesión de fe cristiana: la pasión y muerte de Cristo “fue por nosotros los hombres y por nuestra salvación”  como afirmamos y profesamos cada domingo en el Credo. Fue en obediencia a la economía de la salvación, querida por el eterno Padre, y libremente asumida por Cristo, como padece la Pasión, por amor a la humanidad pecadora. Lo que en un momento se puedo ver como maldad humana, error en el juicio y una situación adversa alentada por los enemigos de Jesús, luego de Pascua, la comunidad cristiana relee los acontecimientos desde la fe y comprende como Dios Padre contando con la palabra y acción culpable de los hombres y la voluntad salvadora, producen un escenario y un drama donde Jesucristo aparece como centro y dueño de la escena: asume su condición de Hijo de Dios, Siervo sufriente y Rey Mesías que desde la Cruz juzga al mundo.

            Un segundo hito, lo central del drama es la oposición entre fe e incredulidad, aceptación y rechazo. El poder religioso de Jerusalén, Sumos sacerdotes, Sanedrín y pueblo, rechazan a Jesús como Mesías, a pesar de cumplirse en ÉL todas las profecías del AT, más aún, exigen su muerte de Cruz. Serán los gentiles y paganos los que lo reconozcan como Hijo de Dios, incluso, el centurión al pie de la Cruz lo reconoce como tal (cfr. Mc.15, 39). Finalmente el elemento eclesial, ayuda a la naciente comunidad cristiana a comprenderse a sí misma desde la Pasión como prolongación y continuadora de la misión evangelizadora de Cristo Resucitado. La Iglesia experimenta en sí misma el escándalo y misterio de la Cruz de Cristo, es su estado, por lo mismo incomprendida y perseguida, como el mismo Señor lo anunció y lo vivió ÉL y sus discípulos a través de la historia de la Iglesia.

            La Iglesia debe siempre aprender que sólo desde el valor del sacrificio redentor de Cristo y de su victoria sobre la muerte, debe servir a la humanidad desde el sacrificio y la solidaridad con la realidad humana, se obra la liberación y redención integral del hombre de hoy, fruto del Evangelio de Jesús y extensión del reino de Dios en humanidad. A un nivel más personal la Pasión nos enseña a amar y sufrir por amor, sólo así entramos en vida de resucitados, vida de Dios en nosotros. Juan de la Cruz, nos invita a mirar la mano llagada de Aquél que en el árbol de la Cruz, nos redimió, devolvió a la naturaleza humana su dignidad y se realizó la paz entre el cielo y la tierra, entre Dios y los hombres.