San Marcos 9, 13-18:
Gente sin feAutor: Padre
Julio Cesar Gonzalez Carretti OCD
Lecturas:
a.-Sant. 3,13-18: La sabiduría viene del cielo
b.-Mc. 9, 13-18: Gente sin fe
c.- San Juan de la Cruz: “La sabiduría entra por el amor, el silencio y
mortificación. Gran sabiduría es saber callar y no mirar dichos ni hechos ni
vidas ajenas” (D 108).
El apóstol nos presenta dos tipos de sabiduría: la verdadera y la
falsa. Sigue dirigiendo su discurso a los que quieren constituirse en maestros
de la ley de Dios. A todos aquellos que se han convertido, Santiago, les pide
moderación a la hora de hablar de Dios y de su conocimiento, entendida como
sabiduría puramente intelectual. La verdadera sabiduría comporta no sólo la
mente sino la conducta, la vida; los frutos son un signo de sí se posee o no
dicha sabiduría. Pablo, también había luchado contra esta tendencia (1Cor. 1,
1-9).
La verdadera sabiduría va acompañada de una buena conducta: por sus frutos los
conoceréis. Allí donde hay alguien que provoca envidias y rivalidades, su
pretensión de ser sabio, es pura ilusión. Su conocimiento o sabiduría de tipo
intelectual, proviene del mundo, de la carne, entendido como criterios mundanos.
Los frutos son el desorden y obras malas en la comunidad cristiana. Por el
contrario, la verdadera sabiduría proviene de Dios, nace del evangelio y tiene
como fruto una visión madura y serena de la vida, coronada por una conducta
intachable. Entre las características de esta sabiduría es que es pura, porque
viene de Dios; es pacífica y pacificadora de las pasiones que embisten al
hombre. Características fundamentales para construir la comunidad, porque
venidas de lo alto. Agrega el apóstol a las características ya mencionadas, la
misericordia y los buenos frutos.
La pretensión de Santiago, es contrarrestar la falsa sabiduría de los gnósticos,
que precisamente se les acusaba de ser una sabiduría sin frutos, sin amor sin
obras buenas (Carta de Judas 12). La verdadera sabiduría es toda una ética que
produce justicia y paz, y apreciada por la sabiduría hebrea (Sap. 7, 22-25).
Ante la imposibilidad de sanación del muchacho por parte de los discípulos,
Jesús interviene, constatando la incredulidad de esa gente: “¡Oh generación
incrédula! ¿Hasta cuándo estaré con vosotros? ¿Hasta cuándo habré de soportaros?
¡Traédmelo!” (v. 19). La falta de fe no sólo afectaba al grupo si no que también
al padre del muchacho, pero al menos lo reconoce con humildad: “¡Creo, ayuda a
mi poca fe!” (v. 24). Lo que hace Jesús, es acoger ese principio de fe como
signo de la presencia de Dios para convertirla en una fe robusta, como humilde
fue su oración.
Marcos, hace notar, como Jesús, al ver que la gente se agrupaba, apura la
curación, para guardar el secreto mesiánico y evitar la espectacularidad:
increpa al espíritu maligno, este sale y sacude al niño, que quedó como muerto.
Jesús, lo toma de la mano y lo levanta y se puso en pie (vv. 26-27). Solo la
oración y la gracia de Dios, vence al mal. Jesús, como hombre participa de su
cultura de su tiempo, donde las enfermedades de tipo epiléptico eran
consideradas posesión diabólica. Por lo mismo Jesús, comparte esta
interpretación de la realidad del hombre, que hoy es superada científicamente
médica y psicológica. Lo más importantes es que para Marcos, Jesús no hace
ostentación de su poder sanador, para fascinar a la muchedumbre, al contrario,
los oculta y los pone a disposición del que tiene fe, el creyente.
La verdadera sabiduría, viene de Dios, por lo mismo, el hombre tiene que
aprenderla en el silencio y en la comunión con Dios, para iluminar la realidad
con su luz. Para Juan de la Cruz, ser sabio, es ser hombre de mucha paz interior
y abierto a recibir las mociones de lo alto, la noticia amorosa, en el abismo
que crea la fe y que llena sólo Dios con su ser y obrar.