Mc. 10, 17-27:
Vende lo que tienes y síguemeAutor: Padre
Julio Cesar Gonzalez Carretti OCD
Lecturas:
a.- 1 Pe. 1,3-9: Amar y creer a Jesucristo
b.- Mc. 10, 17-27: Vende lo que tienes y sígueme
c.- San Juan de la Cruz: “Todas las riquezas y gloria de todo lo criado,
comparado con la riqueza que es Dios, es suma pobreza y miseria. Y así, el alma
que lo ama y posee es sumamente pobre y miserable delante de Dios, y por eso no
podrá llegar a la riqueza y gloria, que es el estado de la transformación en
Dios, por cuanto lo miserable y pobre sumamente dista de lo que es sumamente
rico y glorioso” (1 S 4,7)
La alabanza a Dios, el dinamismo de la vida nueva y la esperanza de la
gloria son como las ideas claves de este comienzo de la carta del apóstol. La
alabanza a Dios es una confesión de fe en Dios, que ha tenido la iniciativa de
la salvación, una forma de vivir con optimismo la vida de cada día, con esfuerzo
por ser fieles a dicha iniciativa. Una respuesta a la acción de Dios. El gran
motivo de la alabanza es la resurrección de Jesucristo, vida nueva para el
cristiano (Rm. 6, 1-14), más allá de esta existencia se abre la eternidad,
ciudadanos del cielo, que la fe reserva para los creen (v. 4; Flp. 3, 20).
Esta vida nueva la hemos recibido por la resurrección de Cristo, sin nosotros
hallamos hecho nada, pura gracia. Es debida sólo a la acción de Dios en Cristo
Jesús y que en el bautismo recibimos para ser elevados a la categoría de hijos
de Dios, hermanos de Jesucristo, templos del Espíritu Santo, herederos de la
vida eterna. La esperanza cristiana abre su dinamismo y nos guía hacia esa
herencia que está reservada en los cielos por la gracia concedida por
Jesucristo, el Señor (1Pe. 1, 13. 21; 3, 5. 15). Las dificultades de la vida
presente han de acrecentar nuestra fe en la posesión de esa herencia
incorruptible en el último día, pero, esperanza que hemos de alimentar desde
hoy.
La obra realizada por Dios en Cristo Jesús por nosotros está destinada a la
gloria eterna. Si bien la meta de la gloria plena está en el futuro, sin
embargo, la seguridad del futuro irrumpe en el presente, dándole a la vida
probada, gozo, porque los problemas vienen de los hombres, en cambio la
seguridad de la fe viene de Dios. Así como ellos fueron probados por la
persecución de los romanos, hoy nosotros también somos denigrados por estados
ateos o que actúan como si lo fueran, aprobando leyes que atentan contra la vida
y la fe de los creyentes en Cristo.
La raíz de la alabanza y de la esperanza de los cristianos es, finalmente el
amor que profesan a Jesucristo, aunque no lo han visto, pero la fe y el amor
superan la distancia de aquellos que, como él, lo conocieron y escucharon. Esa
fe y ese amor, les asegura la salvación de sus vidas, alcanzando así la meta de
su esperanza: la vida eterna (1Pe. 1, 22; 2, 11. 25; 4, 19).
Este diálogo tiene muchas lecturas porque encierra el tema de la observancia de
los mandamientos, el tema de la riqueza y de la pobreza, tanto en el AT como en
el Nuevo, que propone Jesús a este joven rico. Este hombre representa al
perfecto israelita que no solo observa los mandamientos de la Ley de Dios, sino
que además es sincero, un buen hombre. La riqueza era un don de Dios y su gozo
una bendición en el AT, pero la pobreza voluntaria es desconocida por la antigua
ley, a pesar de que hay pasajes que habla de compartir los bienes con los más
necesitados.
El paso que exige Jesús al joven del AT al NT, es decir, la renuncia de los
bienes para alcanzar la vida eterna en el reino de Dios predicado por el Maestro
bueno, es toda una novedad. Los demás discípulos se habían despojado en parte de
sus bienes para seguir a Jesús, aunque hay que decir la verdad, no era mucho lo
que poseían en comparación con este rico. Despojarse de sus bienes y darlo todo
a los pobres vendría a significar, unirse al grupo de los discípulos y su opción
por la vida eterna y los valores del reino, hacerla realidad, renunciado a todo
poder y riqueza en este mundo.
El peso de la petición y la tristeza invaden al joven, que se marcha sin decir
ninguna palabra; también para los discípulos la riqueza era una bendición de
Dios. La pregunta que surge, nace del estupor: “¿quién se podrá salvar?” (v.
26). Las palabras de Jesús parecen agravar la situación: “Es más fácil que un
camello pase por el ojo de una aguja que el que un rico entre en el Reino de
Dios” (v. 25). Pero es el mismo Jesús, quien les devuelve la confianza: “Jesús,
mirándolos fijamente, dice: Para los hombres, imposible; pero no para Dios,
porque todo es posible para Dios.” (v. 27). Los discípulos como los lectores de
Marcos, deben dar el paso a la teología de la gratuidad, es decir, de la gracia
de Dios, que todo lo puede.
El magisterio de Jesús quiere enseñar la pobreza eclesial, es decir, de los
discípulos, pero también evitar que esa opción por el reino cierre la
posibilidad de acción de Dios y admitir que un rico pueda renunciar a sus bienes
por el reino de los cielos y ser parte de la Iglesia. Nadie por observar la
pobreza evangélica tiene asegurado el cielo, si antes no convierte a Dios, en su
única riqueza. La Iglesia, cuenta entre sus hijos, los santos del cielo, con
muchos testimonios de hombres y mujeres que dejando sus riquezas, siguieron a
Jesús en la pobreza de la vida cristiana, repartiendo sus bienes entre los más
necesitados o dando origen a familias religiosas dedicadas precisamente a los
pobres. El no del joven rico fue uno, el sí de muchos ricos de ayer y de hoy,
nos hablan de seguimiento de Cristo y la gratuidad de Dios que todo lo puede en
nosotros.
La verdadera riqueza para el cristiano está en Dios. Riqueza que va descubriendo
en el servicio que hace de su vida y por los valores que van informando su
existir en la relación con las cosas creadas y las realidades espirituales. El
santo y místico apunta a o real y verdadero, a lo perenne del Evangelio.