Fiesta. Dedicación de la Basílica de San Juan de Letrán
Jn. 2, 13-22:
El celo por tu casa me consume.

Autor: Padre Julio Cesar Gonzalez Carretti OCD

 

 

Lecturas: 

a.- Ez. 47, 1-2. 8-9. 12: El agua de vida que nace del templo
b.- 1Cor. 3, 9-11. 16-17: El cristiano templo de Dios.
c.- Jn. 2, 13-22: El celo por tu casa me consume.
d.- S. Juan de la Cruz: “Esta llama de amor es el espíritu de su Esposo, que es el Espíritu Santo, el cual siente ya el alma en sí, no sólo como fuego que la tiene consumada y transformada en suave amor, sino como fuego que, demás de eso, arde en ella y echa llama como dije. Y aquella llama, cada vez que llamea, baña el alma en gloria y la refresca en temple de vida divina” (LB 1,3).

El tema de esta liturgia de la palabra es el Templo. La visión del profeta Ezequiel del templo y su función de sanar por donde pase el torrente de las aguas que salen por su costado derecho es dar vida a todos los seres vivientes, árboles y peces. Esta presencia de Yahvé en medio de su pueblo, comunica la vida verdadera. Es la manifestación de la gloria de Yahvé en la tierra, simbolizada en el torrente que vivifica. En esta nueva etapa de la historia de la salvación, la vida vuelve a los orígenes de la creación, donde los ríos atravesaban el paraíso (cfr. Gn. 1-3). La presencia de la gloria de Yahvé transforma la naturaleza en Israel. Ahora es solo un el río de Dios, que brota del templo, y desciende y va fecundando la tierra, los árboles fructifican hasta llegar al mar muerto y convertir sus aguas en algo saludable, donde viven los peces. Se da el contraste de muerte y vida, desierto y fertilidad, es decir, llegará la vida donde llegue el torrente. Es una nueva creación regada por aguas que manan del santuario: figura de la nueva Jerusalén de los tiempos escatológicos donde Dios todo lo hace nuevo. El agua símbolo vivificante de la acción creadora de Dios, que tendrá en la nueva alianza, un claro sentido bautismal.
El apóstol nos invita a reconsiderar que somos: “Colaboradores de Dios y vosotros, campo de Dios, edificación de Dios. Conforme a la gracia de Dios que me fue dada, yo, como buen arquitecto, puse el cimiento, y otro construye encima. ¡Mire cada cual cómo construye! Pues nadie puede poner otro cimiento que el ya puesto, Jesucristo” (vv. 9-11). No sólo participamos de la construcción del templo son que somos el templo de Dios y lo más importante: Jesucristo el fundamento, el cimiento, la piedra angular de donde se levanta el edificio: la vida cristiana y eclesial. El cristiano no edificio sobre sí mismo. Este edificio no está vacío, esta habitado: “¿No sabéis que sois santuario de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros? Si alguno destruye el santuario de Dios, Dios le destruirá a él; porque el santuario de Dios es sagrado, y vosotros sois ese santuario” (vv. 16-17). Es el Espíritu Santo quien habita en templo de Dios, y en la vida del cristiano. Cuán importante será respetar el cuerpo del cristiano vivo, porque es sede de la vida integral del hombre.
El pasaje del evangelio que hoy meditamos nos presenta a Jesús en el templo de Jerusalén, algo antes de la Pascua, expulsando a los cambistas y vendedores de bueyes, ovejas y palomas. A éstos les dijo: «Quitad esto de aquí. No hagáis de la Casa de mi Padre una casa de mercado.» Sus discípulos se acordaron de que estaba escrito: El celo por tu Casa me devorará.” (vv. 16-17; cfr. Za.14,21; Sal. 69,10). La alusión a los pasajes bíblicos nos habla de un cumplimiento de estas profecías en la persona y acción de Jesús. Esto texto manifiestan que Jesús purifica el templo y proclama del día del Señor. Es a costa de su vida, que Jesús purifica el templo. Su celo por la casa de su Padre, le cobra la propia vida: Jesús cumple las Escrituras. La reacción de los judíos es inmediata: “«Qué señal nos muestras para obrar así?» Jesús les respondió: «Destruid este Santuario y en tres días lo levantaré.» Los judíos le contestaron: «Cuarenta y seis años se han tardado en construir este Santuario, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?» Pero él hablaba del Santuario de su cuerpo” (vv. 18-21). Los judíos entendieron la acción de Jesús como una ofensa del templo que podía costarle la vida. De ahí que le pidieran una explicación. Con estas palabras Jesús deja claro que estamos en otra economía: ÉL es el nuevo templo, el nuevo sacrificio y el nuevo sacerdote, la nueva alianza que con estos signos comienza a manifestarse. La resurrección es la clave para comprender este pasaje ya que su cuerpo glorioso es el nuevo templo de encuentro del hombre con Dios. La resurrección develó todo el sentido y significado de esta purificación del templo. La comprensión de los discípulos, deja en claro la ceguera de los judíos, que entendieron las palabras de Jesús en forma literal (vv. 22-23). Toda la religión judía estaba centrada en el templo e Jerusalén, ahora se produce un movimiento y nuevo centro de interés la persona de Jesús. ÉL es desde ahora el nuevo templo de encuentro de Dios con el hombre. Este primer signo de Jesús al comienzo de su ministerio provocó conversiones por las acciones que le vieron realizar, sin embargo, no se fiaba de ellos, porque conocía lo que había en sus corazones (cfr. Jn. 2,23-25).
Este nuevo templo que es cada cristiano tiene vida porque está habitado por el Espíritu Santo. La Llama de amor viva, obra cumbre de San Juan de la vida mística, es todo un canto a la vida de Dios, animada por el Espíritu en la existencia carismática del cristiano. Es la manifestación de la gloria de Dios Padre de quien vive en espíritu y en verdad su relación con quien lo recrea y santifica continuamente donde conocimiento, voluntad y amor crea una alabanza de gloria en su templo.