XXXIV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Solemnidad de Cristo Rey del Universo
Mt. 25, 31-46:
Se sentará en el trono de su gloria y separará a unos de otros.

Autor: Padre Julio Cesar Gonzalez Carretti OCD

 

 

Lecturas: 

a.- Ez. 34,11-12.15-17: A vosotros, ovejas mías os voy a juzgar.
b.- 1Cor. 15,20-26-28: Devolverá el Reino de Dios Padre, para que Dios sea todo en todo.
c.- Mt. 25, 31-46: Se sentará en el trono de su gloria y separará a unos de otros.
d.- S. Juan de la Cruz: “A la tarde te examinarán en el amor; aprende a amar como Dios quiere ser amado y deja tu condición” (D 64).

La liturgia de la palabra nos presenta a Jesucristo como Rey, Pastor y Juez de su pueblo. La palabra de Dios llega a Ezequiel, y Yahvé se convierte en Pastor solícito de su pueblo, Israel. Lo que leemos es un verdadero preludio del programa y misión que Jesús asumirá en los tiempos mesiánicos. “Porque así dice el Señor Yahvé: Aquí estoy yo; yo mismo cuidaré de mi rebaño y velaré por él. Como un pastor vela por su rebaño cuando se encuentra en medio de sus ovejas dispersas, así velaré yo por mis ovejas. Las recobraré de todos los lugares donde se habían dispersado en día de nubes y brumas” (vv. 11-12). El apóstol Pablo nos coloca en la perspectiva de la resurrección de los muertos. Una vez resucitados, al final, Jesucristo entregará todo al Padre, luego de vencer toda potestad y la última que será vencida será la muere, hasta que Dios sea todo en todo (v. 28). El Señor resucitado es la primicia de la nueva humanidad de los redimidos, posee el dominio universal.
El evangelio nos presenta un escenario universal del juicio final para todos los hombres, naciones y pueblos, creyentes y ateos, buenos y malos. El examen final está centrado en el amor al hermano. El denomina sus hermanos, a todo ser que sufre, los pobres y marginados, a todo ser humano necesitado. Es rey soberano, no al estilo del mundo con poder y autoridad; su autoridad consiste en el servicio, precisamente al necesitado. Ese es su modo de reinar en el mundo. Las obras de misericordia, encarnación de nuestro amor al prójimo, que señala Jesús en su sermón exigen fe, conversión continua, unión con Dios, cumplimiento fiel de las bienaventuranzas, actitud contemplativa del misterio del Reino de Dios que está presente en lo interior de cada bautizado y entre los hombres. El juicio se centra en el amor a Dios por medio del prójimo. Amar es cumplir la ley entera, nos enseña Pablo (cfr. Rm. 13, 10).
La herencia de la vida eterna la recibirá quien halla amado a su prójimo, halla hecho el bien y practicado la justicia. Quien halla vivido las bienaventuranzas con la fuerza del Espíritu Santo. Desde esta visión Jesucristo rompe el círculo del amor al prójimo, como lo entendían los fariseos y la ley de Moisés: todo ser humano es nuestro prójimo. No sólo el pariente o del propio pueblo o país, y cuanto más necesitado, más hermano más prójimo, porque es imagen de Jesucristo menesteroso. Si se ama al prójimo debe demostrarse con obras, lo que lo hace heredero del reino de Dios. Las palabras sobran, lo importantes son las obras, fruto de hacer la voluntad de Dios (cfr. Mt.7, 21).
Si bien la perspectiva es de futuro y culminación del reino de Dios todavía estamos en el tiempo de la paciencia de Dios, tiempo de la Iglesia. Desde que vino Jesucristo, el reino de Dios está entre los hombre y dentro de los bautizados, lo que falta en su plena manifestación. El juicio se está realizando cada día, la sentencia final será fruto del actuar de toda una vida y que vamos tejiendo respecto al amor o al egoísmo. El juicio será sobre la aceptación de Jesucristo en la vida del hombre y que hoy encontramos en los pobres y marginados, porque ÉL se identifica con ellos (cfr. 1 Jn. 4, 20). La celebración de la Eucaristía, en la cual culto y vida, se nutren mutuamente, es decir, el culto termina con su mejor expresión, la solidaridad con los menesterosos. En la Profesión de fe, decimos cada domingo, que el Señor vendrá a juzgar a vivos y muertos. De ahí que quien ve el juicio final como una realidad muy lejana, está equivocado, puesto el juicio está presente hoy cuando opto por al amor o el egoísmo en nuestro obrar.
En la síntesis final todo se reduce a saber si hemos amado como Dios quiere ser amado en nuestro prójimo. Una sola pregunta para la cual hemos tenido toda una vida para responder en este examen final. El continuo ejercicio de amor al prójimo y a Dios hace que el examen sea superado con éxito. Que el Espíritu Santo nos fortalezca desde dentro en el amor para poder decir con tantos testigos insignes: Viva Cristo Rey.