Mc. 9, 37-39:
El que no está contra nosotros está a favor de nosotrosAutor: Padre
Julio Cesar Gonzalez Carretti OCD
Lecturas:
a.- Eclo. 4,12-22: Dios ama a los que aman la
sabiduría.
b.- Mc. 9, 37-39: El que no está contra nosotros está a favor de nosotros.
La narración de este pasaje evangélico, es curiosa por decir lo menos, ya que un
exorcista usa el nombre Jesús, sin ser del número de sus discípulos. Si esto es
extraño, más son las palabras de Cristo: “Pero Jesús dijo: «No se lo impidáis,
pues no hay nadie que obre un milagro invocando mi nombre y que luego sea capaz
de hablar mal de mí. Pues el que no está contra nosotros, está por nosotros.»
(vv. 39-40). Algo parecido había sucedido en los tiempos de Moisés cuando Josué
quiso impedir que dos hombres Eldad y Medad, recibieran el espíritu profético,
porque no habían asistido a la asamblea con el resto de ancianos para recibir
tal poder. La respuesta de Moises fue que ojalá todo el pueblo recibiera el
espíritu profético de parte de Yahvé (cfr. Nm. 11, 29). En ambos casos se
trataba de monopolizar un carisma, partiendo de una estrechez de espíritu y de
mente. Moisés y Jesús coinciden en su postura de apertura a la obra del Espíritu
de Dios.
Bien a las claras Jesús enseña que su comunidad eclesial, no es algo cerrado,
sino abierta a todos. Aunque no pertenezcan a la comunidad, existen personas
buenas, honradas que a su modo buscan a Dios en sus vidas, practicando el bien,
la caridad, la justicia y el amor, mejor incluso que los mismos creyentes. Todos
esos aunque no lo sepan están con Cristo, es decir, con nosotros. Cristianos
anónimos, les han denominado, el problema está en que son los inscritos, los
bautizados son los que los ignoran, porque como decían los apóstoles, no son de
los nuestros. También hoy encontramos hombres y mujeres que adhieren a
Jesucristo su Reino de Dios, pero no a la Iglesia formalmente. El Reino es mucho
más que los límites de la Iglesia, por lo tanto existen muchos que de buena
voluntad aman a Dios y al prójimo y se comprometen en causas justas y nobles
como los derechos humanos en países en conflicto o luchan por una sociedad más
humana y mientras no rechacen a Cristo, están a su favor, es decir con la
comunidad eclesial, con sus seguidores.
Antes de la Pascua de Jesús y de Pentecostés, los apóstoles se sienten
depositarios únicos del mensaje, del poder y misión de Jesús. Luego de estos
acontecimientos la comunidad cristiana comprende que lo que enseñó, entregó y
mandó el Señor Jesús, no pertenece a nadie sino a toda la comunidad eclesial:
jerarquía y fieles. Lo que se necesita que los carismas y funciones estén claras
y en sabia y prudente armonía se sirva a Dios y al prójimo, sin sentirse dueños
de los mismos sino humildes administradores.
Nuestra Santa Madre, Teresa de Jesús, ante la realidad que le toca vivir con la
reforma protestante eleva cual sacerdote al Padre una oración para que conserve
entre nosotros a su Hijo en la Eucaristía, salve a la Iglesia, y entre los
hombres exista paz verdadera. “Pues ¡qué es esto, mi Señor y mi Dios! O dad fin
al mundo, o poned remedio en tan gravísimos males, que no hay corazón que lo
sufra, aun de los que somos ruines. Suplícoos, Padre Eterno, que no lo sufráis
ya Vos; atajad este fuego, Señor, que si queréis podéis. Mirad que aún está en
el mundo vuestro Hijo; por su acatamiento cesen cosas tan feas y abominables y
sucias; por su hermosura y limpieza no merece estar en casa adonde hay cosas
semejantes. No lo hagáis por nosotros, Señor, que no lo merecemos; hacedlo por
vuestro Hijo. Pues suplicaros que no esté con vosotros, no os lo osamos pedir.
¿Qué sería de nosotros? Que si algo os aplaca, es tener acá tal prenda. Pues
algún medio ha de haber, Señor mío, póngale Vuestra Majestad. ¡Oh mi Dios, quién
pudiera importunaros mucho y haberos servido mucho para poderos pedir tan gran
merced en pago de mis servicios, pues no dejáis ninguno sin paga! Mas no lo he
hecho, Señor; antes por ventura soy yo la que os ha enojado de manera que por
mis pecados vengan tantos males. Pues ¿qué he de hacer, Criador mío, sino
presentaros este Pan sacratísimo, y aunque nos le disteis, tornároslo a dar y
suplicaros, por los méritos de vuestro Hijo, me hagáis esta merced, pues por
tantas partes lo tiene merecido? Ya, Señor, ya haced que se sosiegue este mar;
no ande siempre en tanta tempestad esta nave de la Iglesia, salvadnos, Señor
mío, que perecemos.” (Camino 35, 4-5).