Conmemoración de Todos los Fieles Difuntos

San Juan 11, 17-27: Sí, Señor, yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que iba a venir al mundo.

Autor: Padre Julio Cesar Gonzalez Carretti OCD

 

 

Lecturas: 

a.- 1Cor. 15, 51-57: Gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por Nuestro Señor Jesucristo.

b.- Jn. 11, 17-27: Sí, Señor, yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que iba a venir al mundo. 

El apóstol reflexiona cómo será la resurrección de los muertos y hace toda una teología desde la naturaleza y el dato revelado (cfr.1Cor.15, 35-50). Así como el grano de trigo, cae en tierra y muere, surge la espiga dorada, así sucederá en la resurrección. El cuerpo resucitado será el mismo que el cuerpo mortal, pero no lo mismo: se siembra un cuerpo corruptible, que se convertirá en incorruptible, de miserable en glorioso, de débil en robusto. Se pasa del cuerpo natural a uno sobrenatural. El primer Adán, fue un una vida viviente (cfr. Gn. 2, 7), el segundo, en cambio, es un espíritu vivificador. El primero guió a la humanidad hacia la tierra, de donde había sido formado, la arrastra hacia la muerte; el segundo, guía a la humanidad hacia la vida eterna, al cielo, de donde procede. Si queremos resucitar debemos dejar nuestra condición de “carne y sangre” porque estos componentes, no pueden heredar el reino de Dios (v. 50). Se trata de salir de la influencia carnal del viejo Adán e incorporarnos en la dinámica del Espíritu de Jesús. Por eso Pablo señala: “Y cuando este ser corruptible se revista de incorruptibilidad y este ser mortal se revista de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: La muerte ha sido devorada en la victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu victoria?  ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? El aguijón de la muerte es el pecado; y la fuerza del pecado, la Ley. Pero ¡gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por nuestro Señor Jesucristo!” (vv. 54-57). Termina el apóstol diciendo que los que vivan cuando vuelva el Señor, no morirán, sino que serán transformados en cuerpo glorioso, resucitado. Será el paso de esta humanidad, era corruptible a incorruptible comienzo de lo definitivo. Mientras tanto el apóstol nos exhorta: “Así pues, hermanos míos amados, manteneos firmes, inconmovibles, progresando siempre en la obra del Señor, conscientes de que vuestro trabajo no es vano en el Señor.” (v. 58). La esperanza en la resurrección es todo un estímulo para el hombre de hoy, y el cristiano, en particular, para no permanecer en lo meramente humano, sino prepararse a la vida eterna.

La resurrección de Lázaro es anticipo de la propia resurrección de Jesús. ÉL dirá: “Yo soy la resurrección y la vida” (v. 25). Los hechos confirman su palabra, Jesús es la vida, la resurrección. Este signo se puede considerar uno de los prodigios más grandes que realiza Jesús, en la presentación que hace Juan. Hay un progreso en esos signos: comienza con las cosas materiales, el agua y el vino, luego se ocupa por la enfermedad, del hambre y la sed, hasta la vida del hombre, que la muerte acaba o termina. El último enemigo en ser destruido será la muerte (1Cor. 15, 26). Por otra parte, hay que considerar que a mayor revelación de la persona de Jesús y su obra, crece también la oposición de los judíos. Deciden eliminar a Jesús (cfr. Jn. 11, 53). Con la resurrección de Lázaro,  el evangelista, no sólo desea afirmar el poder de Jesús sobre la muerte, está queriendo decir mucho más, que los amigos de Jesús, sus íntimos, los creyentes, se encuentran tan unidos a Jesús, que ni la muerte los puede separar: El creyente no morirá jamás. El diálogo de Jesús con Marta, es un diálogo de fe en sus palabras, y la resurrección de su hermano, es su mejor fruto. “Dijo Marta a Jesús: «Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano. Pero aun ahora yo sé que cuanto pidas a Dios, Dios te lo concederá.»Le dice Jesús: «Tu hermano resucitará.»Le respondió Marta: «Ya sé que resucitará en la resurrección, el último día.»Jesús le respondió: «Yo soy la resurrección El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?»Le dice ella: «Sí, Señor, yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que iba a venir al mundo.” (vv. 21-27). Este signo, no es un milagro más hecho por Jesús, si no que, la muestra eficaz de la fe de Marta, que tiene como resultado la posesión de la vida eterna ahora, para todo aquel que crea en Jesús. No hay que esperar hasta el último día, para participar en la vida eterna.

En este día al acto de fe de creer en la resurrección de la carne y la esperanza, se une  el amor y recuerdo por nuestros difuntos, parientes, amigos y bienhechores. Celebramos la vida no la muerte, de los que ya están gozando de Dios (cfr. GS 18), con la visita a los cementerios. Para muchos la vida termina el día de la muerte, porque no encuentran una respuesta a este enigma. El cristiano tiene una respuesta: Jesucristo resucitado. Une la vida futura a una persona viva, en quien cree y espera y de cuya vida divina participa desde su bautismo y banquete eucarístico. Toda la vida cristiana hace referencia al misterio pascual de Cristo, que precisamente por medio de la muerte, la vence, y resucita victorioso sobre ella. Desde su Encarnación se hizo igual a nosotros, menos en el pecado, también vivió el trance de la muerte, para alcanzar para nosotros, vida eterna. Este es el itinerario de fe y de esperanza del discípulo. Cristo ha resucitado y nosotros estamos unidos a Él, por medio de nuestro bautismo y de la eucaristía, principalmente. El creyente se siente libre de la opresión de la muerte, del pecado, de Satanás, del absurdo de una vida sin sentido trascendente. Alabemos hoy a Dios porque fuimos creados, redimidos y santificados para la vida eterna, alcanzar la unión definitiva con el Dios de la vida verdadera.