III Domingo de Pascua. Ciclo C.
San Juan 21,1-19: ¡Es el Señor! Simón, ¿me amas?.Autor: Padre
Julio Cesar Gonzalez Carretti OCD
a.-Hch. 2, 14. 22-28: No era posible que la muerte dominará a Jesús
b.- 1Pe. 1, 17-21: Habéis sido redimidos con la sangre de Cristo.
c.- Jn. 21,1-19: ¡Es el Señor! Simón, ¿me amas?
Este es el segundo discurso de Pedro a los judíos. Presenta a Jesús
como acreditado por Dios, respaldado por ÉL para realizar milagros prodigios y
signos en medio del pueblo; el mismo que fue entregado en manos de los impíos y
que fue clavado en una cruz y muerto, a este Dios lo resucitó, no podía quedar
atrapado en los lazos de la muerte, ni conocer la corrupción, porque conoció el
camino de la vida (cfr. Sal. 16, 8-11). Con la resurrección de Jesús han llegado
los últimos tiempos. Si bien Jesús tiene la legitimación divina, parece
contradecirse con la muerte en cruz. Pero todo hay que decirlo: la muerte de
Jesús estaba dentro del plan de Dios Padre, anunciado por las Escrituras, su
resurrección supera el escándalo de la cruz.
El apóstol Pedro nos presenta en forma dinámica el pasado, el presente y el
futuro de la revelación en Cristo. Es desde el presente que establecemos una
relación filial con Dios, fruto de la revelación hecha por Jesús y la acción del
Espíritu Santo en el espíritu del creyente (cfr. Rom. 8, 15). Todo este
presente, hunde sus raíces en el pasado, en la obra realzada por Cristo, a favor
nuestro. Alto fue el precio que pagó por nuestra redención que vivió Israel al
ser liberado de la servidumbre en Egipto y en Babilonia. Ahora se trata de
nuestra redención del pecado, el mal y la muerte eterna, cuyo precio pagó Dios
en Cristo, derramando su sangre como Cordero inmaculado. La respuesta del
cristiano es una vida moral digna para corresponder al precio que se pagó por su
rescate. La sangre de Cristo derramada trajo la paz entre Dios y los hombres; su
sangre compra el rescate, la redención de la humanidad. Es el sacrificio
perfecto de Cristo Cordero inmolado por los pecados del mundo. Este Cordero
había sido predestinado desde toda la eternidad para llevar a cabo este
sacrificio. Predestinado y manifestado en el tiempo desde la Encarnación (cfr.
1Tim. 3, 16). Dios resucitó a Jesús de entre los muertos y lo glorificó, con lo
que se demuestra que Dios está a nuestro favor, cimiento de nuestra fe y
esperanza; para eso lo resucitó Dios Padre para que en ÉL pongamos nuestra fe y
esperanza. De ahí que nuestro camino sea hacia ese futuro de vida eterna.
En el evangelio el protagonismo lo tiene en forma indiscutible Simón Pedro,
luego de Jesús Resucitado. Encontramos una aparición a los discípulos y luego un
diálogo del Resucitado con Pedro. En cada una de estas escenas encontramos dos
temas: la pesca y la comida. Mientras que en el diálogo con Pedro recibe el
encargo de la misión pastoral y su futuro martirio en Roma. Esta es la tercera
aparición de Jesús Resucitado: esta vez en las orillas del lago de Galilea. Es
reconocido por Juan, quien se lo comunica a Pedro. Luego de no haber pescado
nada echan las redes a la derecha de la barca, por mandato de Jesús y obtienen
una gran pesca, símbolo de la futura misión universal de la Iglesia. Ellos
habían sido constituidos, pescadores de hombres. A la pesca siguió una cena en
clave eucarística: “Venid y comed” (v. 12), preparada por el propio Jesús, con
peces y pan. El gesto de tomar el pan en sus manos, lo mismo con el pecado y
repartirlo, recuerda la multiplicación de los panes y los peces, lo mismo que en
la última Cena y en la casa de Emaús. Qué bien queda descrito cómo Jesús,
prepara un banquete para el cristiano. El otro momento, es la triple confesión
de amor y de fidelidad a Cristo Jesús, que hace Pedro, luego que Jesús, le
pregunta si lo ama. Esta es la gran rehabilitación de Pedro, después que lo
negara en la Pasión. A cada pregunta respondió: “Sí, Señor, tú sabes que te
quiero” (vv. 15-17). Pedro, pasó el examen de amor, para ser vicario de Cristo
en el pueblo que le fue confiado. Le anuncia su futuro testimonio de amor en el
martirio, con lo que Pedro sellará su vida dedicada a la predicación y servicio
al prójimo. La comunidad eclesial deberá apostar por toda causa justa, servicio
a la verdad, a la libertad, al progreso humano y social, sufriendo y padeciendo
por el evangelio, como todos los apóstoles y mártires, que beben el mismo cáliz
de Jesús. Este es el testimonio que la Iglesia y la sociedad necesitan con
urgencia.