San Mateo 8,12-14:
La oveja perdida.Autor: Padre
Julio Cesar Gonzalez Carretti OCD
a.- Is. 40, 1-11: Dios consuela a su pueblo desterrado.
b.- Mt. 18,12-14: La oveja perdida.
El profeta nos presenta el “Libro de la consolación de Israel”, es
decir, Dios consuela a Israel a su pueblo en Babilonia. Isaías anuncia el
retorno a la patria, donde el mismo Dios caminará al frente de su pueblo (cfr.
Is. 40, 10). Israel ya ha sufrido su castigo ahora este se levanta, porque viene
algo totalmente nuevo: se oye la voz de Yahvé y por eso hay que preparar el
camino para que encuentre un pueblo bien dispuesto a recibirle. La palabra de
Yahvé permanece, no como la flor que se marchita su belleza, la suya permanece
para siempre. Su venida hay que anunciarla a todos los hombres para que también
crean en su poder. Es la manifestación de la ternura de Dios para con su pueblo,
bondad que tendrá carne y huesos en la persona de su Hijo cuando llegue la
plenitud de los tiempos. La imagen del pastor que apacienta su rebaño y cuida de
los corderos en el AT, la encontramos luego hecha realidad en Jesús buen pastor
que da la vida por su rebaño. Ternura de Dios que es fortaleza y pasión divina
por el pecador perdido, como en el caso de la parábola que propone Jesús hoy.
Eran los que no contaban en Israel los que se acercaban a Jesús para escucharle,
los pecadores. Tanto así que los fariseos se lo reprochan (Lc. 15,1ss).
El evangelista Mateo, nos presenta a Jesús que hace realidad lo anunciado por
Isaías con su pueblo, con sus coterráneos: acoge a perdidos e indeseables, por
que el Padre, dice él, no quiere que se pierda ninguno de estos pequeños (cfr.
Mt. 18,14). Jesús en el fondo, obra exactamente como lo hace Dios con un hijo
suyo que vuelve a sus brazos; la conversión de un hijo le causa inmensa alegría
en el cielo. Mientras Lucas, acentúa la alegría que dicha conversión provoca en
el corazón de Dios, más que la santidad que hay en los noventa y nueve justos;
Mateo pone su mirada en los creyentes, que no se pierda ninguno de estos
pequeñuelos, los discípulos (v.14; cfr. vv.12-13). Su intención se dirige a los
que se han alejado de Cristo y de su Iglesia o se han dejado engañar; pero
también les quiere enseñar a los dirigentes de la comunidad eclesial cómo
acercarse a éstos que se han salido del rebaño imitando la forma de actuar de
Dios, que no quiere la muerte del pecador ni que tampoco se pierda lo que le
pertenece (cfr. Ez. 18, 23; Lc. 19, 10; Jn. 3, 16; 6, 39; 17,12). De múltiples
forma la Iglesia se acerca al mundo de los extraviados, bautizados sobre todo,
para que recobren su condición, de hijos de Dios, miembros de la Iglesia y
herederos de la vida eterna, desde su realidad concreta, de éxito o fracaso en
la vida, de miseria moral y espiritual o de supervivencia. Se trata de ir al
encuentro del prójimo sin aires de superioridad en nada, un abajarse para
encontrarlo y amarlo en su condición de cristiano si lo es, o de hombre que
necesita la luz de la salvación. Sólo el Espíritu Santo hará el milagro de la
conversión nuestra y la de ellos con nuestra mayor adhesión a la persona de
Jesús en su Iglesia.
S. Juan de la Cruz, nos introduce en el dinamismo del querer de Dios: “Al que a
ti te amare, Hijo, / a mi mismo le daría / y el amor que yo en ti tengo / ese
mismo en él pondría, /en razón de haber amado /a quien yo más quería” Romance
acerca de la Trinidad (vv. 70-75).