II Domingo de Adviento, Ciclo A

Mt 3,1-12: "Haced penitencia, porque se acerca el Reino de los cielos

Autor: Padre Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alba

Fuente: almudi.org (con permiso)  suscribirse

 

 

(Is 11,1-10) "Y reposará sobre él el espíritu del Señor"
(Rom 15,4-9) "Te confesaré, Señor, entre las gentes, y cantaré tu nombre"
(Mt 3,1-12) "Haced penitencia, porque se acerca el Reino de los cielos"


La venida del Hijo de Dios a la tierra es un acontecimiento de tal magnitud que Dios quiso prepararla con siglos de anticipación. El Bautista, el último de los profetas, que ya desde el seno de su madre lo reconoció con alegría, anuncia la inminente llegada del Señor con enérgico acento; reclamando un cambio de conducta que se traduzca en obras buenas, dignas de Dios.

Frente al tono exigente del Precursor, algunos fariseos que pensaban que eran hijos de Abrahán, tranquilizando así sus conciencias, les recordó que Dios puede sacar de las piedras gente grata a Dios. También hoy nos encontramos con personas que creen ver una contradicción entre las enseñanzas de Jesús y el “rigorismo” de la doctrina actual de la Iglesia.

Nada ultrajaba tanto la misericordia y el amor del Hijo de Dios -dicen- como las cargas pesadas que ponían y ponen hoy sobre los hombros de los demás los representantes de la Iglesia, mientras ellos no ponen ni un dedo por aliviarlas. Nuestro Dios es amor, misericordia y compasión, no un capataz duro y sin entrañas. No, dice la Iglesia a la contracepción, incluso a las parejas pobres que se esfuerzan por dar a sus hijos una vida decente y por expresar su amor conyugal; no al matrimonio de los divorciados, incluso para las mujeres abandonadas por sus maridos; no a la fecundación in vitro, incluso dentro del matrimonio cuando por una enfermedad de la mujer no puede concebir... En dos palabras: el sencillo y humano mensaje de Jesús ha sido suplantado por la “inhumana” doctrina de la Iglesia.

Nos engañaríamos si creyéramos que Jesús se movía en un plano distinto al que la Iglesia nos propone. Bastaría recordar su trayectoria llena de renuncias que concluyen con la entrega de su vida en una muerte atroz y humillante en la Cruz para comprender la afirmación del Bautista:"Yo no soy digno ni de llevar sus sandalias". No le llego ni al tobillo, diría hoy.

Está en un error quien piensa que el cristianismo le protege del sacrificio que la vida cristiana exige. No busquemos nunca a Cristo sin la Cruz, si no queremos tropezarnos con esas cruces sin Cristo que no libran de la fatiga humana y que carecen de valor redentor. Quien escucha y hace caso a la Iglesia, está en la verdad. "El que a vosotros oye a Mí me oye", dirá Jesús refiriéndose el magisterio de Pedro y los Obispos en comunión con él.

No hay amor allí donde no hay sacrificio por la causa de Jesucristo. Para llevar a cabo esta tarea que excede nuestras fuerzas, el Bautista entonces y la Iglesia hoy, nos recuerdan que el Bautismo en Espíritu Santo y fuego nos convertirá en trigo para su granero, esto es, gente grata a Dios que un día se sentará en su mesa en el reino de los cielos.