I Domingo de Cuaresma, Ciclo A

Mt 4,1-11: "No sólo de pan vive el hombre"

Autor: Padre Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alba

Fuente: almudi.org (con permiso)  suscribirse  

 

 

(Gen 2,7-9;3,1-7) "Formó el Señor al hombre del barro de la tierra”
(Rom 5,12-19) "Serán muchos hechos justos por la obediencia de uno"
(Mt 4,1-11) "No sólo de pan vive el hombre"

Cristo fue tentado en el desierto. Todo hombre prueba alguna vez la aridez y monotonía del desierto; en su hogar, cuyas tareas pueden cansarle; en el trabajo que puede aburrirle...; la vida misma, que es un regalo y una tarea ilusionante, puede antojársele insípida. Y lo mismo ocurre con la vida cristiana. Es, en alguna medida, la noche oscura de los santos.

El Diablo aprovecha el hambre de Jesús para sugerirle que convierta las piedras en pan. Pero Él respondió que "no sólo de pan vive el hombre". Fue una respuesta magnífica. No sólo de lo que nos ofrece este mundo vive el hombre. Hay algo más que lo que hace temporalmente risueña y dichosa la vida. También a nosotros, en horas de cansancio o de tedio, nos incita el Diablo a convertir la piedra de la monotonía de los días iguales en pan que calme el hambre de una dicha que parece ausente. Es la tentación, el ofrecimiento para que cambiemos el rigor de una vida cristiana honrada, por otra más "libre", más "humana".

En esas embestidas de la comodidad, el egoísmo, la sensualidad..., no debemos dialogar con el señuelo de ofrecer un alivio a nuestro quebranto interior; no debemos dialogar, porque el Diablo nos supera en inteligencia y astucia. "Nuestra lucha no es contra la carne y la sangre, sino contra... los dominadores de las tinieblas" (Ef 6,2).

Podemos hacer frente a la tentación porque "fiel es Dios que no permitirá que seáis tentados más allá de vuestras fuerzas" (1 Cor 10,12), y "donde el diablo asedia, allí está presente Cristo" (S. Ambrosio, Sermo 20). Podemos, como Jesús, responder en esas horas de especial acoso, que no sólo de pan se vive y que hay que adorar a Dios y sólo a Él servirle.

¡Qué gran cosa sería que Dios pudiera decirnos cuando nos presentemos ante Él al final del trayecto: "Me acuerdo de tu fidelidad, de tu amor hacia mí, de tu seguirme a través del desierto, tierra donde no se siembra" (Jer 2,2). "Al que venciere, le concederé sentarse conmigo en mi trono" (Apoc 3,21). Como aquellos ángeles que sirvieron a Jesús, seremos premiados un día. Ésta será nuestra recompensa a una fidelidad sostenida con la ayuda de los Sacramentos y del consuelo y apoyo, si no lo rehuimos, de todos en la Iglesia.