V Domingo de Pascua, Ciclo A

Jn 14,1-12: "Yo estoy en el Padre, y el Padre en mí"

Autor: Padre Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alba

Fuente: almudi.org (con permiso)  suscribirse  

 

 

(Hch 6,1-7) "No nos parece bien descuidar la palabra de Dios"
(1 Pe 2,4-9) "Vosotros sois una raza elegida"
(Jn 14,1-12) "Yo estoy en el Padre, y el Padre en mí"

 

 El anuncio de la despedida ha entristecido a los discípulos. El Señor los tranquiliza asegurándoles que va a prepararles un sitio en la Casa del Padre. Estas consoladoras palabras nos recuerdan que Jesús se va pero no se desentiende de nosotros. Ninguno de nosotros es tan impermeable ante la realidad de la partida de este mundo como para que le alegren estas palabras. “Me voy a prepararos un sitio...” Sí, hay un lugar donde el hombre encontrará su quietud y felicidad total y definitiva.

La gran fiesta del cielo que Jesús nos prepara colmará el sueño del corazón más exigente con la posesión eterna de Dios Uno y Trino; con la visión de la Humanidad del Señor, el valor infinito de sus actos teándricos; la contemplación de la Madre de Dios y de todas las jerarquías angélicas; y la comunión con tantos hombres y mujeres eminentes por su santidad que han poblado y seguirán poblando la tierra hasta el último día.

Retengamos esto: Cualquier situación dichosa que podamos concebir, el sueño más ambicioso debido a la imaginación más rica, estaría a miles de años luz, mejor, a una distancia infinita de lo que Dios está preparando a los que le aman. El camino que conduce a esta dicha inefable es Cristo. No nos engañemos cuando a nuestro alrededor vemos que se prefieren otros caminos por considerar ingenuo o utópico el de Jesucristo. Quienes presumen de una visión más lúcida de la vida y desconfían de toda seguridad que no sea empírica, de todo comportamiento e intención elevado, ¿son más críticos, en el noble sentido de esta expresión, o sencillamente más crispados, más desconfiados? Hay quien cree que la única verdad es que todo es mentira; en el mejor de los casos, interés, provecho personal no declarado, hipocresía.

Frente a este materialismo nihilista, el cristiano debe recordar lo que la Revelación y la experiencia le dicen: que hay un hambre en el hombre que sólo Dios puede saciar. Una sed que sólo Él puede calmar. Un llanto y un dolor que sólo la esperanza del Cielo puede consolar. Un género de injusticias que sólo la paz del Cielo podrá solucionar. Preguntas, preguntas esenciales, que todos nos planteamos en la vida y que sólo Dios podrá contestar. Nuestro corazón no está tan cauterizado como para que estas palabras de Cristo no le llenen de paz: ”Me voy a prepararos un sitio... para que donde Yo estoy estéis también vosotros. Y a donde voy, ya sabéis el camino”.

En Dios están encerrados, en unidad y equilibrio indescriptible y de modo eminente, no sólo lo que el hombre con sus esfuerzos morales, intelectuales, literarios, artísticos, técnicos..., intenta conseguir, sino la esencia inconceptuable de las tres Personas Divinas. “Veré, dice S. Agustín, distinto y junto lo que es y lo que ha sido, y su principio propio y escondido. Todo lo que de magnífico en la Creación se haya disperso, desparramado aquí y allá, ayer y mañana, lo hallaremos en Él, reunido en su mano, cobijado en su inmenso corazón. Y los hombres. Las mil maneras de ser hombre según el predominio de la sensibilidad o de la inteligencia, de la vitalidad o del carácter; cuanto en estas individualidades hay de excelente, se encontrará, en medida perfecta y en perfecta armonía, en la asamblea de los justos. Sin la desazón y la inmadurez del hombre que quiso ser mil cosas a un tiempo, y sin aquella rigidez y esquematismo de quien para salvarse de toda dispersión, se ciñó a una cosa, a una sola manera de ser una sola cosa”.