X Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Mt 9,9-13: Misericordia quiero y no sacrificios

Autor: Padre Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alba

Fuente: almudi.org (con permiso)  suscribirse  

 

 

(Os 6,3-6) "Esforcémonos por conocer al Señor"
(Rm 4,18-25) "Abrahán, apoyado en la esperanza, creyó"
(Mt 9,9-13) "No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores"
        

Misericordia quiero y no sacrificios. Frente a los que se escandalizaban por la elección de un publicano como Mateo y admitiera que se sentaran a comer con Él  publicanos y pecadores, Jesús les recuerda las palabras del profeta Oseas. Todos somos pecadores y resulta muy consolador que no seamos rechazados y tengamos un puesto en la mesa de la Iglesia de Jesucristo.

El Catecismo de la Iglesia dice que: “Solo el corazón de Cristo que conoce las profundidades del amor de su Padre, pudo revelarnos el abismo de su misericordia de una manera tan llena de simplicidad y belleza”, como se aprecia en la Parábola del Hijo Pródigo y en la enseñanza del Evangelio que acabamos de oir.

 El amor de Jesús al hombre es realista y difiere tanto del cándido entusiasmo que lo idealiza como del fanatismo hipócrita que lo maldice. La mirada del Señor, dice K. Adam, “sabe mirar a través de los velos de las pasiones humanas y penetrar hasta lo más íntimo del hombre, allí donde él está solo, pobre y desnudo, allí donde no tiene más que miseria y depende de una infinidad de influencias del cuerpo, del alma, de la sociedad”.

“Sed misericordiosos como también vuestro Padre es misericordioso”, dice el Señor. “La misericordia es lo propio de Dios, y en ella, afirma S. Tomás de Aquino, se manifiesta de forma máxima su omnipotencia” (S. Th. 2-2, q. 30). Nadie debe desanimarse al verse delante de Dios tan débil e irresponsable. S. Bernardo recordaba que: “nadie tiene una misericordia más grande que el que da su vida por los sentenciados a muerte y a la condenación, luego mi único mérito es la misericordia del Señor. No seré pobre en méritos mientras Él no lo sea en misericordia. Y porque la misericordia del Señor es mucha, muchos son también mis méritos. Y aunque tengo conciencia de mis muchos pecados, donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia”. (Sermón sobre el C. de los Cantares, 61).

Seamos también indulgentes con quienes tratamos pues no podemos saber lo que realmente está despierto o dormido en sus almas, lo que es ceniza o fuego. Sólo Dios conoce lo que hay en el corazón de cada uno. Con el poeta podemos pensar: Creí que casi todo estaba apagado, y que mi empeño era vano, removí la ceniza…¡y me quemé la mano!

Pero no tranquilicemos tampoco la conciencia minimizando la malicia de nuestros pecados pensando que, ante la misericordia de Dios que es inmensa, mis acciones son chiquilladas. Es preciso confesar las faltas. La gravedad del pecado se mide por la ofensa que se infiere a Dios. S. Agustín es muy claro en esto: “La profundidad del pozo de la miseria humana es grande; y si alguno cayera allí, cae en un abismo. Sin embargo, si desde ese estado confiesa a Dios sus pecados, el pozo no se cerrará sobre él…Desdeñada la confesión de los pecados, no habrá lugar para la misericordia”. (Com. al S. 68). El Catecismo de la Iglesia afirma: “Convirtiéndose a Cristo por la penitencia y la fe, el pecador pasa de la muerte a la vida “y no incurre en juicio” (Jn 5, 24)”.

¡Invoquemos a María, madre de misericordia, para que nos defienda de nuestros enemigos y nos ampare ahora y en la hora de la muerte!