Solemnidad de San Pedro y San Pablo

Mt 16,13-19: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo"

Autor: Padre Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alba

Fuente: almudi.org (con permiso)  suscribirse  

 

 

(Hch 12,1-11) "El Señor ha enviado a su ángel"
(2 Tm 4,6-8.17-18) "He mantenido la fe"
(Mt 16,13-19) "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo"
   

Pedro y Pablo, dos hombres llamados por Dios en circunstancias vitales diversas pero unidos por un temperamento parecido, una misma fe y un desenlace terreno también común. Parece que aquellos que se han propuesto confesar su fe en Jesucristo y difundirla deben ir familiarizándose con la idea de que no van a recibir la aprobación de todo el mundo, que encontrarán dificultades y rechazos y, algunos, como estos dos apóstoles, el martirio.

Pero, ¿de dónde le viene a Pedro esa convicción tan arraigada a la palabra de Jesucristo y esa firmeza hasta el martirio en otro tiempo desarticulada por unos sirvientes de casa grande? ¿Qué fue lo que originó que Pablo, el enemigo más enconado de la Iglesia naciente, una verdadera pesadilla para los primeros cristianos, se convirtiera en uno de los más ardientes propagadores de la fe cristiana? Pedro y Pablo fueron regalados con una gracia de lo alto, la fe, que transformó radicalmente sus vidas. La fe es un don de Dios que hay que pedir. Ella se obtiene cuando, a la oración humilde y confiada, se unen unas ansias sinceras de conocer a Dios. El Evangelio de la Misa de hoy lo recuerda con estas palabras: “¡Dichoso tu, Simón, hijo de Jonás, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo!”

Si la fe del centurión, de la cananea, y de tantos que se encontraron con Jesucristo en su tiempo provocó la admiración del Señor, la confesión de Pedro, que demuestra que ha detectado la grandeza divina que Jesucristo vela con su Humanidad, provocó un verdadero torrente de elogios y promesas. Pero, ¿y yo?, preguntémonos hoy por esa fe en la que se apoya el Señor para fundar y extender su Iglesia. ¿Sé yo descubrir el valor, la grandeza, la verdad que esconde todo aquello que el Señor me ha revelado? ¿Oigo sus palabras sin que mi vida se transforme?

En la solemnidad que hoy celebramos, Jesús nos formula la misma pregunta que hizo a los suyos: “Y tú, ¿quién dices que soy yo? Tú, que oyes hablar de Mí, responde: ¿Qué soy yo de verdad para ti? A Pedro la iluminación divina y la respuesta de la fe le llegaron después de un largo período de estar cerca de Jesús, de escuchar su palabra y de observar su vida y su ministerio (cf 16,21-24). Hemos de ir a la escuela de los primeros discípulos, que son sus testigos y nuestros maestros, y al mismo tiempo hemos de recibir la experiencia y el testimonio nada menos que de veinte siglos de historia surcados por la pregunta del Maestro y enriquecido por el inmenso coro de las respuestas de fieles de todos los tiempos y lugares” (Juan Pablo II).

La Iglesia y el Papado no son una invención humana sino algo querido por Dios. El hecho de que Cristo llame piedra de escándalo a quien minutos antes ha llamado roca, nos debe hacer comprender que no son los hombres los que sostienen la Iglesia sino el Señor a través de esos hombres, y, a veces, a pesar de ellos. La afirmación de Jesús: Yo edificaré mi Iglesia, ¡Yo, el Señor! subrayan esta verdad. ¡Fe, pues, a las enseñanzas del Romano Pontífice! Quien por miedo a la posibilidad que los hombres tienen de errar retirara a Pedro y sus sucesores el poder conferido por Cristo, “no anuncia a un Dios más grande, sino más bien lo empequeñece, pues Él manifiesta el poder de su amor justamente en la paradoja de la impotencia humana, permaneciendo así fiel a ley de la historia de la salvación” (J. Ratzinger).