Solemnidad. Epifanía del Señor.
San Mateo 2, 1-12:
"¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido?"

Autor: Padre Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alba

Fuente: almudi.org (con permiso)  suscribirse   

 

 

(Is 60,1-6) "La gloria del Señor ha nacido sobre ti"
(Ef 3,2-3.5-6) "Los gentiles son coherederos y participante de su promesa en Jesucristo"
(Mt 2,1-12) "¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido?"

La Solemnidad de hoy, conocida popularmente como el Día de Reyes, y que la Liturgia llama de Epifanía, significa la manifestación del Señor a todas las naciones, como proclaman las tres Lecturas que acabamos de oír. Hoy, como ayer estos Magos, muchos preguntan directa o indirectamente por Dios, al que buscan –a veces sin saberlo- siguiendo la estrella del bien, la justicia, la paz.

En toda criatura humana se enciende una luz, una claridad que procede de Dios, el cual desea orientar nuestra vida hacia nuestra salvación que se encuentra en Cristo-Jesús. Hay que seguir esa estrella a pesar de que es largo el camino, el empuje inicial se debilita o desaparece, que es preciso asesorarse y consultar las Sagradas Escrituras, y no extrañarse de que Dios esté en la figura de un Niño que vive en el hogar de una familia de pocos recursos -como vive en su Iglesia que carece de los poderes de este mundo-, y ofrecerle, como estos hombres, lo que tenemos de más valioso.

El pueblo elegido esperó durante siglos al Salvador que los profetas habían anunciado de modos y en tiempos distintos; y en todos los rincones de la tierra, aunque estuviesen sumidos en la ignorancia del sentido eterno de la existencia, se esperaba -y se espera también hoy- la salvación, una existencia distinta y mejor de la que conocemos. Llega el Señor y “no aparece un genio filosófico, como Platón o Sócrates; no se instala en la tierra un conquistador poderoso, como Alejandro. Nace un Infante en Belén. Es el Redentor del mundo; pero, antes de hablar, ama con obras. No trae ninguna fórmula mágica, porque sabe que la salvación que ofrece debe pasar por el corazón del hombre. Sus primeras acciones son risas, lloros de niño, sueño inerme de un Dios encarnado: para enamorarnos, para que lo sepamos acoger en nuestros brazos” (S. Josemaría Escrivá).

La fe de los Magos como la de los pastores de Belén, que buscan a un rey y encuentran a un Niño en brazos de su Madre en una modestísima aldea, contrasta con la incredulidad de las autoridades religiosas del pueblo escogido o la curiosidad malévolamente interesada de Herodes. Ellos “entraron en la casa, y vieron al niño con María, su Madre, y cayendo de rodillas lo adoraron; después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra”. La fe debe ir acompañada de obras de entrega. La entrega de nuestra cabeza, sujetando el espíritu crítico cuando lo que Dios quiere no coincide con lo que nos parece razonable; la entrega de nuestro corazón -”dame, hijo mío, tu corazón” (Prov 23,26)- para que no se torne duro e indiferente con Dios y con los demás, apegándose a cosas sin valor eterno; la entrega del tiempo, del dinero, de las influencias..., de todo lo que Dios nos ha concedido y no quiere quitarnos, sino que lo invirtamos en esos valores y acciones que no se devalúan o que los ladrones y la polilla del tiempo arrebatan.

Nuestra estrella es María, Stella orientis, estrella de la mañana. Ella, que se entregó por entero a la causa de su Hijo, es un estímulo.