III Domingo de Adviento, Ciclo A

Mateo 11,2-11:

Autor: Padre Llucià Pou Sabaté  

 

 

Texto del Evangelio (Mt 11,2-11): 

 

En aquel tiempo, Juan, que en la cárcel había oído hablar de las obras de Cristo, envió a sus discípulos a decirle: «¿Eres tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro?». Jesús les respondió: «Id y contad a Juan lo que oís y veis: los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia a los pobres la Buena Nueva; ¡y dichoso aquel que no halle escándalo en mí!».  

Cuando éstos se marchaban, se puso Jesús a hablar de Juan a la gente: «¿Qué salisteis a ver en el desierto? ¿Una caña agitada por el viento? ¿Qué salisteis a ver, si no? ¿Un hombre elegantemente vestido? ¡No! Los que visten con elegancia están en los palacios de los reyes. Entonces, ¿a qué salisteis? ¿A ver un profeta? Sí, os digo, y más que un profeta. Éste es de quien está escrito: ‘He aquí que yo envío mi mensajero delante de ti, que preparará por delante tu camino’. En verdad os digo que no ha surgido entre los nacidos de mujer uno mayor que Juan el Bautista; sin embargo, el más pequeño en el Reino de los Cielos es mayor que él». 

Comentario:

1. Juan vuelve a ser protagonista este otro domingo; nos enseña a situarnos al servicio de Jesús: «No soy digno de desatarle las sandalias» (Jn 1,27); nos enseña dejar actuar a Dios en nosotros: «Es preciso que Él crezca y que yo disminuya» (Jn 3,30); nos enseña a ser instrumentos suyos, “amigo del esposo” (cf. Jn 3,26). Cirilo de Jerusalén recoge esta actualización del precursor, en nuestros días: «Nosotros anunciamos la venida de Cristo, no sólo la primera, sino también la segunda, mucho más gloriosa que aquélla. Pues aquélla estuvo impregnada por el sufrimiento, pero la segunda traerá la diadema de la divina gloria». La temática de este domingo es pues preparar la venida del Señor en primer lugar en nuestra vida, y ser precursores de la luz ayudando a llevar las almas a Jesús.

Si tomamos los textos litúrgicos, nos encontramos a Isaías en la primera lectura (31,1-6.10) nos habla de una tierra desierta que “florecerá como lirio”, que está en relación con lo que dice en otro lugar, más adelante, de dejarnos llevar por el Espíritu: "El espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido"; también Santiago, dentro del contexto de la paciencia ante las contrariedades nos anima a tener paciencia: “mirad como el labrador espera el precioso fruto de la tierra… Esperad, pues, también vosotros con paciencia y fortificad vuestros corazones” (Santiago 5, 7-10) que es fruto de esta acción del “Espíritu del Señor sobre mío: me envió para evangelizar a los pobres”, diremos en el Aleluya (Is 61, 1). También el Evangelio nos mostrará cómo reconocer esta luz interior, cuando Jesús nos habla de san Juan como del más grande entre los nacidos de mujer, pero el más pequeño en el Reino de los cielos (11, 2-11). Él es el precursor, “de quien está escrito: ‘he aquí que Yo envío mi ángel ante tu faz, que aparejará tu camino delante de ti”.

En la Antífona de entrada el “Gaudete in Domino semper. Iterum dico: Gaudete!” da nombre al domingo: “Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres” y nos da la razón de esta alegría: “Dominus prope, El Señor está cerca” (Fil 4,4-5). Se nos invita a estar alegres porque se acerca la Navidad, faltan pocos días. María es modelo de mujer feliz, como profetizó Isabel en la Visitación: “¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!” (Lc 1,43-45). El hijo que llevaba en las entrañas ya señalaba al Maestro, ya en el vientre de su madre el pequeño Juan mostraba el camino para Cristo (cf. Lc 1,76). Y  responde con las palabras del Magnificat, “Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu  se alegra en Dios mi salvador porque  ha puesto los ojos en la humildad de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada, porque ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso, Santo es su nombre? (Lc 1,46-49). Con María podemos penetrar estos días en la unión profunda entre alegría y estar con el Señor, dejar el corazón –por la humildad- dispuesto a que entre el Señor y nos posea. Hemos de hacernos pequeños, estar siempre alegres y exultar… pues el Señor está cerca, viene para salvarnos.

“Conviene que Él crezca y que yo mengüe”; es preciso fiarse de Dios y dejarle hacer y sustituir nuestra lógica por la suya; hacer un hueco en nuestro corazón para la llegada de Dios, que Él crezca y disminuya mi orgullo: "Padre mío —¡trátale así, con confianza!—, que estás en los Cielos, mírame con compasivo Amor y haz que te corresponda.

”—Derrite y enciende mi corazón de bronce, quema y purifica mi carne inmortificada, llena mi entendimiento de luces sobrenaturales, haz que mi lengua sea pregonera del Amor y de la Gloria de Cristo." (San Josemaría, Forja, 3).

2. Seguir su obra mística Camino en algunos de sus puntos, nos ayuda a ver ese proceso del alma que se abre a la alegría fruto de dejar actuar a Dios: "Señor, nada quiero mas que lo que Tú quieras. Aun lo que en estos días vengo pidiéndote, si me aparta un milímetro de la Voluntad tuya, no me lo des." (Forja, 512). “El ‘gaudium cum pace’ —la alegría y la paz— es fruto seguro y sabroso del abandono” (C 768; cf. C 758: “la aceptación rendida de la Voluntad de Dios trae necesariamente el gozo y la paz: la felicidad en la Cruz. —Entonces se ve que el yugo de Cristo es suave y que su carga no es pesada”). Como dice Camino 758, “La aceptación rendida de la Voluntad de Dios trae necesariamente el gozo y la paz: la felicidad en la Cruz. —Entonces se ve que el yugo de Cristo es suave y que su carga no es pesada” (15.11.1931), con “el gozo y la paz” que sitúa S. Pablo en el segundo y tercer lugar entre los “frutos” del Espíritu Santo en el alma (Gal 5, 22; cf. también Rom 14, 17; 15, 13; y Mt 11, 30 para la parte final sobre la cruz). Subraya que esa alegría se da “en la Cruz”, en “su dulce Cruz” (n. 658), comenta Pedro Rodríguez (Edición crítica, p. 842). Es un tema central de la espiritualidad de S. Josemaría (cf. lo dicho en 555). “Felicidad en la Cruz”, como dice Juan Pablo II: “muchas veces los Santos han vivido algo semejante a la experiencia de Jesús en la cruz en la paradójica confluencia de felicidad y dolor”: “Te acogota el dolor porque lo recibes con cobardía. —Recíbelo, valiente, con espíritu cristiano: y lo estimarás como un tesoro” (C 169).

 “Gozo y la paz” (cf. Rom 14, 17; 15, 13; Gal 5, 22; sobre “carga no es pesada”: cf. Mt 11, 30). “¿Y qué es la paz? La paz es algo muy relacionado con la guerra. La paz es consecuencia de la victoria. El fruto de esa lucha por cumplir la voluntad de Dios es la paz de Camino 759: “¡Paz, paz!, me dices. —La paz es… para los hombres de "buena" voluntad” (Cf. Lc 2, 14, que tiene el sentido “en los que Dios se complace”, que tiene su relación en 258: “Rechaza esos escrúpulos que te quitan la paz. —No es de Dios lo que roba la paz del alma.

Cuando Dios te visite sentirás la verdad de aquellos saludos: la paz os doy…, la paz os dejo…, la paz sea con vosotros…, y esto, en medio de la tribulación” (hace ref. a Lc 24, 36 en el anuncio de la gloria; Jn 14, 27; 20, “el espíritu sopla donde quiere”: Jn 3, 8); el capítulo “escrúpulos” tiene la perspectiva de tribulación, de la que se sale por la obediencia (cf. com/259), y entonces “surge... et ambula” (cf. Mt 9, 5).

La paz exige de mí una continua lucha, sin lucha no podré tener paz” (480): aquí “aparece en su clave espiritual, siguiendo el texto de Gal 5, 22: como ‘fruto’ del Espíritu Santo, del abandono a la acción del Espíritu Santo. Hay que situar esto en el contexto de Alegría, un capítulo que termina el de las virtudes (cap. 31, de la sección II-B), que perfila –como dice el Autor- lo que constituye un hijo de Dios: “quiero que estés siempre contento, porque la alegría es parte integrante de tu camino” (p/ 665). Es el “semper gaudete” (1 Thes 5, 16;  cf. C 662; cf. C 152; 2 Cor 5, 9).  El abandono “en los brazos amorosos de tu Padre-Dios” (C 659) es la ‘condición’ para la paz (C 767); el “secreto” para ser feliz en la tierra (766). Abandono es lo mismo que el ‘fiat’ de la Virgen (763). Amor a la Voluntad de Dios y alegría de paz señalan así, el arco de la vida critiana según el Autor de C. (Vid cap. ‘Alegría’” especialmente el n. 848. Además, todo el cap. “los medios” está unido a este optimismo sobrenatural que más arriba se ha dicho).

“"Nonne cor nostrum ardens erat in nobis, dum loqueretur in via?" —¿Acaso nuestro corazón no ardía en nosotros cuando nos hablaba en el camino? / Estas palabras de los discípulos de Emaús debían salir espontáneas, si eres apóstol, de labios de tus compañeros de profesión, después de encontrarte a ti en el camino de su vida” (C 917; Lc 24, 32).

3. Hasta aquí los puntos de “Camino”. Vamos a detenernos en este actuar de Dios, amante que sale a nuestro encuentro, busca la oveja perdida y envía a su hijo para salvarnos: Jesús se hace hombre y muere en la cruz y con su sacrificio cruento paga abundantemente los pecados de todos los hombres y nos reconcilia con Dios, y nos abre las puertas del cielo. El Padre organiza la gran fiesta para el hijo que vuelve después de haberse perdido. Pensemos en un mendigo que es elevado a la categoría de hijo, y el rey lo acoge como hijo propio. Pues mucho más que esto es lo que Dios hace con nosotros a través del misterio pascual de Jesús, de toda su vida. Podemos considerar la Eucaristía como punto central de ese venir Jesús a nosotros: bajo varios aspectos, principalmente como sacrificio ofrecido a Dios, y como sacramento de la presencia de Jesús. El sacrificio de Jesús por amor nuestro es infinito, y en la comunión tenemos la presencia. Cuando el sacerdote consagra, ahí pasa algo muy importante que aconteció hace 2000 años: el hijo de Dios baja a la tierra, nace haciéndose uno de nosotros, se sacrifica por mí, se ofrece por cada uno en la Cruz, el calvario, místicamente pues el sacrificio se realizó sólo una vez. Pero es el mismo sacrificio. Una la víctima, Jesús. Uno el sacerdote, Jesús. Y sólo se distingue en el modo (en la cruz, en su cuerpo que muere, y en el altar de modo "eucarístico", bajo las especies). Todos nos juntamos para hacer la Misa, que no solamente vamos para "oír la Misa", sino a "hacerla" con el sacerdote. Porque vamos a ofrecer y a hacer sacrificios con él. La Misa es la viva actualización del sacrificio de la Cruz. En la Misa se cumplen también aquellas palabras de Jesús: "cuando fuere levantado sobre la tierra atraeré a todos hacia mí" (Jn 12, 32). Somos entonces sacerdotes de nuestra propia existencia, como dice san Pedro en la primera carta: "vosotros sois linaje escogido, sacerdocio real, pueblo adquirido por Dios". En la Eucaristía el sacrificio de Cristo es también el sacrificio de los miembros de su Cuerpo. La vida de los fieles, su alabanza, su sufrimiento, su oración y su trabajo se unen a los de Cristo y a su total ofrenda, y adquieren así un valor nuevo. Esta participación de toda la comunidad asume un particular relieve en el encuentro dominical, que permite lleva al altar la semana transcurrida con las cargas humanas que la han caracterizado.Y por esto Jesús en palabras del sacerdote dice "sacrificio mío y vuestro".

El aspecto central y principalísimo de la Misa consiste en su carácter de sacrificio, que perpetúa el único y perfecto sacrificio de Cristo en la cruz; ahora de manera incruenta, con la separación mística de las dos especies; y el ofrecimiento de este sacrificio se realiza -por el ministerio del sacerdote- mediante la doble consagración del pan y del vino, que significa la separación del Cuerpo y de la Sangre, la muerte de Cristo. Ahí es cuando nos dice Jesús: “Yo llamo a tu puerta, escúchame, ábreme”.

Para concluir, unas palabras de Juan Pablo II en el día de hoy: "El Adviento es tiempo de alegría, pues permite revivir la espera del acontecimiento más alegre de la historia: el nacimiento del Hijo de Dios de la Virgen María… Saber que Dios no está lejos, sino cercano; que no es indiferente, sino compasivo; que no es ajeno, sino un Padre misericordioso que nos sigue con cariño en el respeto de nuestra libertad: este es motivo de una alegría profunda que las cambiantes vicisitudes cotidianas no pueden ocultar". Una característica inconfundible  de la alegría cristiana "es que puede convivir con el sufrimiento, pues se basa totalmente en el amor. De hecho, el Señor que se encarna, viene a infundirnos su alegría, la alegría de amar.". Y mientras preparamos el pesebre estos días, pensemos lo que decía Juan Pablo II a los niños: "cuando pongáis en el Nacimiento la imagen del Niño Jesús, rezad una oración por mí y por las muchas personas que se dirigen al Papa en sus dificultades".