Festividad de San Esteban, Martir
Mateo 10,17-22:
San Esteban, protomártir, nuestro modelo para vivir mirando a Cristo, según las bienaventuranzas

Autor: Padre Llucià Pou Sabaté  

 

Texto del Evangelio (Mt 10,17-22):

 En aquel tiempo, Jesús dijo a sus Apóstoles: «Guardaos de los hombres, porque os entregarán a los tribunales y os azotarán en sus sinagogas; y por mi causa seréis llevados ante gobernadores y reyes, para que deis testimonio ante ellos y ante los gentiles. Mas cuando os entreguen, no os preocupéis de cómo o qué vais a hablar. Lo que tengáis que hablar se os comunicará en aquel momento. Porque no seréis vosotros los que hablaréis, sino el Espíritu de vuestro Padre el que hablará en vosotros. Entregará a la muerte hermano a hermano y padre a hijo; se levantarán hijos contra padres y los matarán. Y seréis odiados de todos por causa de mi nombre; pero el que persevere hasta el fin, ése se salvará». 

Comentario:

El gozo de Navidad va seguido del recuerdo del primer mártir, el valiente Esteban, ante el que los adversarios «no podían resistir a la sabiduría y al Espíritu con que hablaba» (Hch 6,10), como hemos leído en la primera lectura. Mártir significa “testimonio”. ¿Cómo hemos de ser testimonios de Jesús? Mirando al cielo, como el joven que hoy celebramos: «mirando al cielo, vio la gloria de Dios y a Jesús de pie a la derecha de Dios» (Hch 7,55). Con fe, mirando Jesús, sin miedo de nada pues somos hijos de Dios. Se pregunta Benedicto XVI en su libro sobre Jesús: “¿qué son las Bienaventuranzas?” Y se refiere a esa mirada de fe en primer lugar, dentro de “una larga tradición de mensajes del Antiguo Testamento como los que encontramos, por ejemplo, en el Salmo 1 y en el texto paralelo de Jeremías 17, 7s: «Dichoso el hombre que confía en el Señor...». Son palabras de promesa que sirven al mismo tiempo como discernimiento de espíritus y que se convierten así en palabras orientadoras”.

Jesús muestra en plenitud este sentido, que Lucas sitúa –dentro del Sermón de la Montaña- ante los discípulos: «Levantando los ojos hacia sus discípulos...». “Describen, por así decirlo, su situación fáctica: son pobres, están hambrientos, lloran, son odiados y perseguidos (cf. Lc 6, 20ss). Han de ser entendidas como calificaciones prácticas, pero también teológicas, de los discípulos, de aquellos que siguen a Jesús y se han convertido en su familia”. Se refieren a los amigos de Jesús. Pero no es sólo una situación “actual”, de amenaza en que Jesús ve a los suyos, “ésta se convierte en promesa cuando se la mira con la luz que viene del Padre”. Son una paradoja: “se invierten los criterios del mundo apenas se ven las cosas en la perspectiva correcta, esto es, desde la escala de valores de Dios, que es distinta de la del mundo. Precisamente los que según los criterios del mundo son considerados pobres y perdidos son los realmente felices, los bendecidos, y pueden alegrarse y regocijarse, no obstante todos sus sufrimientos. Las Bienaventuranzas son promesas en las que resplandece la nueva imagen del mundo y del hombre que Jesús inaugura, y en las que «se invierten los valores»”. Son promesas escatológicas, pero no en el sentido de que hay que mirar al “más allá” porque aquí no tenemos donde mirar, como una escapatoria: “Cuando el hombre empieza a mirar y a vivir a través de Dios, cuando camina con Jesús, entonces vive con nuevos criterios y, por tanto, ya ahora algo del éschaton, de lo que está por venir, está presente. Con Jesús, entra alegría en la tribulación”.

San Pablo explica que en su vida ha encontrado estas dificultades (2 Co 6, 8-10; 4, 8-10). Él es «el último», como un condenado a muerte y convertido en espectáculo para el mundo, sin patria, insultado, denostado (cf. 1 Co 4, 9-13). “Y a pesar de todo experimenta una alegría sin límites; precisamente como quien se ha entregado, quien se ha dado a sí mismo para llevar a Cristo a los hombres, experimenta la íntima relación entre cruz y resurrección: estamos expuestos a la muerte «para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo» (2 Co 4,11)”.

Esta es la maravilla de la mirada al cielo, ver a Cristo no hace dejar de sufrir, pero le da un sentido de amor, de felicidad, y de esperanza del cielo sin más sufrir y con plenitud de amor. “Y si el enviado de Jesús en este mundo está aún inmerso en la pasión de Jesús, ahí se puede percibir también la gloria de la resurrección, que da una alegría, una «beatitud» mayor que toda la dicha que se haya podido experimentar antes en el mundo. Sólo ahora sabe lo que es realmente la «felicidad», la auténtica «bienaventuranza», y al mismo tiempo se da cuenta de lo mísero que era lo que, según los criterios habituales, se consideraba como satisfacción y felicidad”.

Juan expresa de otro modo este sufrir por Cristo, la cruz del Señor aparece como «elevación», como entronización en las alturas de Dios. “La cruz es el acto del «éxodo», el acto del amor que se toma en serio y llega «hasta el extremo» (Jn 13, 1), y por ello es el lugar de la gloria, del auténtico contacto y unión con Dios, que es Amor (cf. 1 Jn 4, 7.16)”. Es una cuestión misteriosa, la del amor y el sufrimiento que van unidos, pero no está probado un amor que no sufre, en el fondo no sabemos si es amor aquel hasta que está probado con las obras de sacrificio.

Por eso, “las Bienaventuranzas expresan lo que significa ser discípulo. Se hacen más concretas y reales cuanto más se entregan los discípulos a su misión”, como san Pablo, como vemos hoy en San Esteban. Estas cosas no podemos explicarlas en teoría, sino que es algo que “se proclama en la vida, en el sufrimiento y en la misteriosa alegría del discípulo que sigue plenamente al Señor”. Esto limita el modo en que podemos explicarlo a gente que no quiera probar este amor que está unido a la unión con Cristo. “El discípulo está unido al misterio de Cristo y su vida está inmersa en la comunión con Él: «Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí (Ga 2, 20). Las Bienaventuranzas son la transposición de la cruz y la resurrección a la existencia del discípulo. Pero son válidas para los discípulos porque primero se han hecho realidad en Cristo como prototipo”.

Ratzinger analiza la versión de las Bienaventuranzas en Mateo (cf. Mt 5,3-12), para indicar “que las Bienaventuranzas son como una velada biografía interior de Jesús, como un retrato de su figura. Él, que no tiene donde reclinar la cabeza (cf. Mt 8, 20), es el auténtico pobre; El, que puede decir de sí mismo: Venid a mí, porque soy sencillo y humilde de corazón (cf. Mt 11, 29), es el realmente humilde; Él es verdaderamente puro de corazón y por eso contempla a Dios sin cesar. Es constructor de paz, es aquel que sufre por amor de Dios: en las Bienaventuranzas se manifiesta el misterio de Cristo mismo, y nos llaman a entrar en comunión con El”. Y esto es lo que hemos de hacer vida, es el camino para vivir su Vida, la auténtica vida, cada uno según su vocación.