Bautismo del Señor
Mateo 3, 13-17: El Bautismo del Señor, modelo de nuestro bautismo por el que somos hijos de Dios

Autor: Padre Llucià Pou Sabaté  

 

Texto del Evangelio (Mt 3, 13-17):

En aquel tiempo, Jesús vino de Galilea al Jordán donde estaba Juan, para ser bautizado por él. Pero Juan trataba de impedírselo diciendo: «Soy yo el que necesita ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí?». Jesús le respondió: «Déjame ahora, pues conviene que así cumplamos toda justicia». Entonces le dejó. Bautizado Jesús, salió luego del agua; y en esto se abrieron los cielos y vio al Espíritu de Dios que bajaba en forma de paloma y venía sobre Él. Y una voz que salía de los cielos decía: «Éste es mi Hijo amado, en quien me complazco». 

Comentario:

1. El bautismo de Jesús va unido al nuestro, la manifestación de Jesús como hijo de Dios se desarrolla en un clima sacramental, para iniciar una nueva Alianza, con la Iglesia y los sacramentos, presencia de Jesús que continúa en la historia, para nosotros llevar una vida de hijos de Dios. En la oración colecta de la misa de hoy pedimos: «Dios todopoderoso y eterno (...), concede a tus hijos adoptivos, nacidos del agua y del Espíritu Santo, llevar siempre una vida que te sea grata». Ser bautizado significa querer entrar en este nuevo pueblo de Dios que se inaugura hoy, es querer ser santo, y con la fiesta de hoy celebramos este sacramento de nuestra santidad: «Quizá habrá alguien que pregunte: ‘¿Por qué quiso bautizarse, si era santo?’. ¡Escúchame! Cristo se bautiza no para que las aguas lo santifiquen, sino para santificarlas Él» (San Máximo de Turín).

El agua tiene un sentido mágico: convierte la tierra en fértil, y así el bautismo en nuestra vida. Por eso situamos la muerte en el desierto, y la vida en el agua:"Hoy que sé que mi vida es un desierto, / en el que nunca nacerá una flor, / vengo a pedirte, Cristo jardinero, / por el desierto de mi corazón / para que nunca la amargura sea / en mi vida más fuerte que el amor, / pon, Señor, una fuente de esperanza / en el desierto de mi corazón. // Para que nunca ahoguen los fracasos / mis ansias de seguir siempre tu voz, / pon, Señor, una fuente de esperanza / en el desierto de mi corazón. // Para que nunca busque recompensa / al dar mi mano o pedir perdón, / pon, Señor, una fuente de amor puro / en el desierto de mi corazón. // Para que no busque a mí cuando te busco / y no sea egoísta mi oración, / pon tu cuerpo, Señor, y tu palabra / en el desierto de mi corazón." (Himno de Laudes del lunes de la segunda semana).

   2. Hoy concluye el tiempo de Navidad, y si al comienzo de este tiempo fuerte, días de gracia del nacimiento de Jesús, leímos su genealogía, también ahora podemos considerarla, al cerrar el ciclo, con palabras de Ratzinger: “La vida pública de Jesús comienza con su bautismo en el Jordán por Juan el Bautista. Mientras Mateo fecha este acontecimiento sólo con una fórmula convencional —«en aquellos días»—, Lucas lo enmarca intencionalmente en el gran contexto de la historia universal, permitiendo así una datación bien precisa. A decir verdad, Mateo ofrece también una especie de datación, al comenzar su Evangelio con el árbol genealógico de Jesús, formado por la estirpe de Abraham y la estirpe de David: presenta a Jesús como el heredero tanto de la promesa a Abraham como del compromiso de Dios con David, al cual había prometido un reinado eterno, no obstante todos los pecados de Israel y todos los castigos de Dios. Según esta genealogía, la historia se divide en tres periodos de catorce generaciones —catorce es el valor numérico del nombre de David—: de Abraham a David, de David al exilio babilónico y después otro nuevo periodo de catorce generaciones. Precisamente el hecho de que hayan transcurrido catorce generaciones indica que por fin ha llegado la hora del David definitivo, del renovado reinado davídico, entendido como instauración del reinado de Dios…

Como corresponde al evangelista judeocristiano Mateo, se trata de un árbol genealógico judío en la perspectiva de la historia de la salvación, que piensa en la historia universal a lo sumo de forma indirecta, es decir, en la medida en que el reino del David definitivo, como reinado de Dios, interesa obviamente al mundo entero. Con ello, también la datación concreta resulta vaga, ya que el cálculo de las generaciones está modelado más por las tres fases de la promesa que por una estructura histórica, y no se propone establecer referencias temporales precisas.

A este respecto, se ha de notar que Lucas no sitúa la genealogía de Jesús al comienzo del Evangelio, sino que la pone en relación con la narración del bautismo, que sería su final. Nos dice que Jesús tenía en ese momento unos treinta años de edad, es decir, que había alcanzado la edad que le autorizaba para una actividad pública. En su genealogía, Lucas —a diferencia de Mateo— retrocede desde Jesús hacia la historia pasada. No se da un relieve particular a Abraham y David; la genealogía retrocede hasta Adán, incluso hasta la creación, pues después del nombre de Adán Lucas añade: de Dios. De este modo se resalta la misión universal de Jesús: es el hijo de Adán, hijo del hombre. Por su ser hombre, todos le pertenecemos, y El a nosotros; en Él la humanidad tiene un nuevo inicio y llega también a su cumplimiento”. Hemos dejado hablar estas palabras de Benedicto XVI, pues en muchas ocasiones citamos un autor en unas frases, para resumir otros párrafos y explicar de forma más comprensible otras ideas. Aquí nos encontramos con textos que se explican muy bien, no hace falta explicarlos mejor. Por eso me permito citarlo extensamente. Se pone pues en relación con la fiesta que hoy celebramos. El bautismo tiene relación directa con la misión de Jesús, nuestra salvación.

3. El padre Cantalamessa comentaba la cuestión del Limbo y los no bautizados (6 y 26.1.2006, cf. ZENIT.org, tema sobre el que ya ha salido un documento pontificio): “Jesús instituyó los sacramentos como medios ordinarios de salvación. Son normalmente necesarios y las personas que pueden recibirlos y lo rechazan son responsables ante Dios. Pero Dios no se ató a sí mismo a estos medios. También Jesús dijo de la Eucaristía: «Si no coméis la carne del Hijo del hombre no tenéis vida en vosotros» (Jn 6, 53), pero esto no significa que alguien que nunca haya recibido la Eucaristía no esté salvado.

El Bautismo de deseo y la fiesta de los Santos Inocentes son confirmaciones de ello. Hay quien puede oponer que Jesús está involucrado en la muerte de los Inocentes, quienes perdieron la vida a causa de Él, lo cual no es siempre el caso de los bebés sin bautizar. Cierto, pero también de lo que se ha hecho al más pequeño de sus hermanos Jesús dice: «A mi me lo hicisteis» (Mt 25, 40).

La doctrina del Limbo nunca ha sido definida como dogma por la Iglesia; fue una hipótesis teológica en su mayor parte dependiente de la doctrina de San Agustín sobre el pecado original, y fue abandonada en la práctica hace mucho tiempo, y la teología también se aparta actualmente de ella.

Deberíamos tomarnos seriamente la verdad de la voluntad universal de Dios por la salvación («Dios quiere que todos se salven» [1 Tm 2, 4]), así como la verdad de que «Jesús murió por todos». El siguiente texto del Catecismo de la Iglesia Católica parece abrazar exactamente la misma postura:

«En cuanto a los niños muertos sin Bautismo, la Iglesia sólo puede confiarlos a la misericordia divina, como hace en el rito de las exequias por ellos. En efecto, la gran misericordia de Dios, que quiere que todos los hombres se salven (Cf. 1 Tm 2, 4) y la ternura de Jesús con los niños, que le hizo decir: "Dejad que los niños se acerquen a mí, no se lo impidáis" (Mc 10, 14), nos permiten confiar en que haya un camino de salvación para los niños que mueren sin Bautismo. Por esto es más apremiante aún la llamada de la Iglesia a no impedir que los niños pequeños vengan a Cristo por el don del santo bautismo» (CIC, 1261)… Debo confesar que la mera idea de un Dios que prive eternamente a una criatura inocente de Su visión sencillamente porque otra persona ha pecado, o debido a un aborto fortuito, me hace estremecer... y estoy seguro de que haría a cualquier no creyente feliz de mantenerse apartado de la fe cristiana. Si el infierno consiste esencialmente en la privación de Dios, ¡el Limbo es infierno!”

Los bebés sin bautizar pueden salvarse, o están salvados, porque no sabemos si Dios llega a ofrecerles la libertad del amor, a quienes aún no tienen el cerebro formado, mejor dejar el misterio a Dios que querer jugar a Dios, y “salvarlos” o “condenarlos” por nuestro arbitrio, pues aunque digamos algo, aquello por decirlo no es más verdadero, en todo caso hay que esforzarnos por conocer mejor la verdad, lo que Dios nos dice que hace y lo que buenamente podemos imaginar.

4. Bautismo es renacer, la inmersión en el Jordán significa esto, después la teología lo concretará en un morir a Cristo al sepultarnos en las aguas, y resucitar con él al salir de ellas limpios, a una vida nueva. A este propósito quiero traer lo que el Papa dice en su último libro al comentar el pasaje de hoy: «Por entonces llegó Jesús desde Nazaret de Galilea a que Juan lo bautizara en el Jordán» (Mc 1, 9). “Hasta entonces, no se había hablado de peregrinos venidos de Galilea; todo parecía restringirse al territorio judío. Pero lo realmente nuevo no es que Jesús venga de otra zona geográfica, de lejos, por así decirlo. Lo realmente nuevo es que Él —Jesús— quiere ser bautizado, que se mezcla entre la multitud gris de los pecadores que esperan a orillas del Jordán. El bautismo comportaba la confesión de las culpas”... El problema del reconocimiento de los pecados es precisamente esto, si Jesús podía hacerlo. Podía abajarse y hacerse uno de nosotros, pero ¿y el propósito de poner fin a una vida anterior malgastada para recibir una nueva? No lo entendemos. Tampoco lo entendió el Bautista, que le responde a Jesús: «Soy yo el que necesito que me bautices, ¿y tú acudes a mí?» (3, 14). Mateo añade algo, la respuesta: «Jesús le contestó: "Déjalo ahora. Está bien que cumplamos así toda justicia. Entonces Juan lo permitió» (3, 15).

Cumplir “toda justicia”… “No es fácil llegar a descifrar el sentido de esta enigmática respuesta… resulta decisivo el sentido que se dé a la palabra «justicia»: debe cumplirse toda «justicia». En el mundo en que vive Jesús, «justicia» es la respuesta del hombre a la Torá, la aceptación plena de la voluntad de Dios, la aceptación del «yugo del Reino de Dios», según la formulación judía. El bautismo de Juan no está previsto en la Torá, pero Jesús, con su respuesta, lo reconoce como expresión de un sí incondicional a la voluntad de Dios, como obediente aceptación de su yugo.

Puesto que este bautismo comporta un reconocimiento de la culpa y una petición de perdón para poder empezar de nuevo, este sí a la plena voluntad de Dios encierra también, en un mundo marcado por el pecado, una expresión de solidaridad con los hombres, que se han hecho culpables, pero que tienden a la justicia. Sólo a partir de la cruz y la resurrección se clarifica todo el significado de este acontecimiento. Al entrar en el agua, los bautizandos reconocen sus pecados y tratan de liberarse del peso de sus culpas. ¿Qué hizo Jesús? Lucas, que en todo su Evangelio presta una viva atención a la oración de Jesús, y lo presenta constantemente como Aquel que ora —en diálogo con el Padre—, nos dice que Jesús recibió el bautismo mientras oraba (cf. 3, 21). A partir de la cruz y la resurrección se hizo claro para los cristianos lo que había ocurrido: Jesús había cargado con la culpa de toda la humanidad; entró con ella en el Jordán. Inicia su vida pública tomando el puesto de los pecadores. La inicia con la anticipación de la cruz. Es, por así decirlo, el verdadero Jonás que dijo a los marineros: «Tomadme y lanzadme al mar» (cf. Jon 1, 12). El significado pleno del bautismo de Jesús, que comporta cumplir «toda justicia», se manifiesta sólo en la cruz: el bautismo es la aceptación de la muerte por los pecados de la humanidad, y la voz del cielo —«Este es mi Hijo amado» (Mc 3,17)— es una referencia anticipada a la resurrección. Así se entiende también por qué en las palabras de Jesús el término bautismo designa su muerte (cf. Mc 10, 38; Lc 12, 50).

Sólo a partir de aquí se puede entender el bautismo cristiano. La anticipación de la muerte en la cruz que tiene lugar en el bautismo de Jesús, y la anticipación de la resurrección, anunciada en la voz del cielo, se han hecho ahora realidad. Así, el bautismo con agua de Juan recibe su pleno significado del bautismo de vida y de muerte de Jesús. Aceptar la invitación al bautismo significa ahora trasladarse al lugar del bautismo de Jesús y, así, recibir en su identificación con nosotros nuestra identificación con Él. El punto de su anticipación de la muerte es ahora para nosotros el punto de nuestra anticipación de la resurrección con Él. En su teología del bautismo (cf. Rm 6), Pablo ha desarrollado esta conexión interna sin hablar expresamente del bautismo de Jesús en el Jordán.

Mediante su liturgia y teología del icono, la Iglesia oriental ha desarrollado y profundizado esta forma de entender el bautismo de Jesús. Ve una profunda relación entre el contenido de la fiesta de la Epifanía (proclamación de la filiación divina por la voz del cielo; en Oriente, la Epifanía es el día del bautismo) y la Pascua. En las palabras de Jesús a Juan: «Está bien que cumplamos así toda justicia» (Mt 3, 15), ve una anticipación de las palabras pronunciadas en Getsemaní: «Padre... no se haga mi voluntad, sino la tuya» (Mt 26,39); los cantos litúrgicos del 3 de enero corresponden a los del Miércoles Santo, los del 4 de enero a los del Jueves Santo, los del 5 de enero a los del Viernes Santo y el Sábado Santo.

La iconografía recoge estos paralelismos. El icono del bautismo de Jesús muestra el agua como un sepulcro líquido que tiene la forma de una cueva oscura, que a su vez es la representación iconográfica del Hades, el inframundo, el infierno. El descenso de Jesús a este sepulcro líquido, a este infierno que le envuelve por completo, es la representación del descenso al infierno: «Sumergido en el agua, ha vencido al poderoso» (cf. Lc 11, 22), dice Cirilo de Jerusalén. Juan Crisóstomo escribe: «La entrada y la salida del agua son representación del descenso al infierno y de la resurrección». Los troparios de la liturgia bizantina añaden otro aspecto simbólico más: «El Jordán se retiró ante el manto de Elíseo, las aguas se dividieron y se abrió un camino seco como imagen auténtica del bautismo, por el que avanzamos por el camino de la vida» (Evdokimov, p. 246).

El bautismo de Jesús se entiende así como compendio de toda la historia, en el que se retoma el pasado y se anticipa el futuro: el ingreso en los pecados de los demás es el descenso al «infierno», no sólo como espectador, como ocurre en Dante, sino con-padeciendo y, con un sufrimiento transformador, convirtiendo los infiernos, abriendo y derribando las puertas del abismo. Es el descenso a la casa del mal, la lucha con el poderoso que tiene prisionero al hombre (y ¡ cómo es cierto que todos somos prisioneros de los poderes sin nombre que nos manipulan!). Este poderoso, invencible con las meras fuerzas de la historia universal, es vencido y subyugado por el más poderoso que, siendo de la misma naturaleza de Dios, puede asumir toda la culpa del mundo sufriéndola hasta el fondo, sin dejar nada al descender en la identidad de quienes han caído. Esta lucha es la «vuelta» del ser, que produce una nueva calidad del ser, prepara un nuevo cielo y una nueva tierra. El sacramento —el Bautismo— aparece así como una participación en la lucha transformadora del mundo emprendida por Jesús en el cambio de vida que se ha producido en su descenso y ascenso.

Los cuatro Evangelios indican, aunque de formas diversas, que al salir Jesús de las aguas el cielo se «rasgó» (Mc), se «abrió» (Mt y Lc), que el espíritu bajó sobre Él «como una paloma» y que se oyó una voz del cielo que, según Marcos y Lucas, se dirige a Jesús: «Tú eres...», y según Mateo, dijo de él: «Éste es mi hijo, el amado, mi predilecto» (3, 17). La imagen de la paloma puede recordar al Espíritu que aleteaba sobre las aguas del que habla el relato de la creación (cf. Gn 1, 2); mediante la partícula «como» (como una paloma) ésta funciona como «imagen de lo que en sustancia no se puede describir.» (Gnilka, I, p. 78). Por lo que se refiere a la «voz», la volveremos a encontrar con ocasión de la transfiguración de Jesús, cuando se añade sin embargo el imperativo: «Escuchadle». En su momento trataré sobre el significado de estas palabras con más detalle”. Nosotros sumergidos en Cristo por el bautismo podemos salir del aguar resucitados como Él, por la cruz llegamos a la vida nueva. Es el mensaje del agua del Jordán, que se expande, como una ola inmensa, por toda la tierra durante los siglos sin fin, a lo largo de la historia. Es como una aspersión cósmica, aquel bautismo tiene una simbología profunda, que la Iglesia también relaciona con las bodas de Caná, y que hemos ya comentado y volveremos sobre ello: las cosas humanas, que podemos ofrecer (los frutos de la naturaleza, como es el agua) se convierten en divinas (el vino) no sólo naturales, sino realmente sobrenaturales, además de místicas: el Cuerpo de Cristo, y nuestra participación en él, nuestra transformación en él, la salvación.

Pero volvamos al Papa: “Aquí deseo sólo subrayar brevemente tres aspectos. En primer lugar, la imagen del cielo que se abre: sobre Jesús el cielo está abierto. Su comunión con la voluntad del Padre, la «toda justicia» que cumple, abre el cielo, que por su propia esencia es precisamente allí donde se cumple la voluntad de Dios. A ello se añade la proclamación por parte de Dios, el Padre, de la misión de Cristo, pero que no supone un hacer, sino su ser: Él es el Hijo predilecto, sobre el cual descansa el beneplácito de Dios. Finalmente, quisiera señalar que aquí encontramos, junto con el Hijo, también al Padre y al Espíritu Santo: se preanuncia el misterio del Dios trino, que naturalmente sólo se puede manifestar en profundidad en el transcurso del camino completo de Jesús. En este sentido, se perfila un arco que enlaza este comienzo del camino de Jesús con las palabras con las que el Resucitado enviará a sus discípulos a recorrer el «mundo»: «Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo» (Mt 28, 19). El bautismo que desde entonces administran los discípulos de Jesús es el ingreso en el bautismo de Jesús, el ingreso en la realidad que El ha anticipado con su bautismo. Así se llega a ser cristiano”.

Seguidamente, sale al paso de aquellos que piensan que fue en ese momento cuando fue investido como hijo de Dios, y toma conciencia de ello. Otros dirán que fue en la Pascua… “Una amplia corriente de la teología liberal ha interpretado el bautismo de Jesús como una experiencia vocacional: Jesús, que hasta entonces había llevado una vida del todo normal en la provincia de Galilea, habría tenido una experiencia estremecedora; en ella habría tomado conciencia de una relación especial con Dios y de su misión religiosa, conciencia madurada sobre la base de las expectativas entonces reinantes en Israel, a las que Juan había dado una nueva forma, y a causa también de la conmoción personal provocada en El por el acontecimiento del bautismo. Pero nada de esto se encuentra en los textos. Por mucha erudición con que se quiera presentar esta tesis, corresponde más al género de las novelas sobre Jesús que a la verdadera interpretación de los textos. Éstos no nos permiten mirar la intimidad de Jesús. Él está por encima de nuestras psicologías (Romano Guardini). Pero nos dejan apreciar en qué relación está Jesús con «Moisés y los Profetas»; nos dejan conocer la íntima unidad de su camino desde el primer momento de su vida hasta la cruz y la resurrección. Jesús no aparece como un hombre genial con sus emociones, sus fracasos y sus éxitos, con lo que, como personaje de una época pasada, quedaría a una distancia insalvable de nosotros. Se presenta ante nosotros más bien como «el Hijo predilecto», que si por un lado es totalmente Otro, precisamente por ello puede ser contemporáneo de todos nosotros, «más interior en cada uno de nosotros que lo más íntimo nuestro» (cf. San Agustín, Confesiones, III, 6,11)”. Efectivamente, la Unción de hoy es Trinitaria, y esto afectará a la conciencia humana de Jesús, pero sabemos que es un misterio cómo Jesús participa según los momentos de su Yo único, divino, que conoce desde el principio (como se ve en la escena del Niño perdido en el Templo, y se nos recuerda en la segunda parte de la Carta “Novo Millenio Ineunte”).

5. Acaba el tiempo de Navidad. La Encarnación del Verbo nos ha visitado en estos días y ha sembrado en nuestros corazones la filiación divina, y con ella la luz y fuerza (luz para la inteligencia, fuerza para la voluntad) salvadoras que nos encaminan hacia el Reino del Cielo. San León Magno dirá que «la providencia y misericordia de Dios, que ya tenía pensado ayudar —en los tiempos recientes— al mundo que se hundía, determinó la salvación de todos los pueblos por medio de Cristo». Es el tiempo favorable, el día de la salvación. El día que podemos oír la voz: “—Tú eres mi Hijo, el amado, en ti me he complacido”. Palabras dirigidas a Cristo, y por la piedad somos Cristo y el Padre nos las dirige a nosotros. Esa manifestación de la Trinidad –"Teofanía"– al comienzo de la vida pública de Jesucristo, abre plenamente el Evangelio. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, se manifiestan. El modo en que la filiación de Cristo y nuestra filiación en Cristo es distinta lo señalará con muchos matices el Señor, como cuando le dijo a María Magdalena en su Resurrección: «Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios». Le indica la comunión y al mismo tiempo que Él tiene una comunión con el Padre especial. La Virgen María tuvo también en la tierra una especial  relación con la Trinidad, y la tiene en el Cielo como hija de Dios Padre, Madre de Dios Hijo y Esposa de Dios Espíritu Santo. Que sepamos ir actualizando cada día nuestro Bautismo, como los programas del ordenador, que se van adquiriendo actualizaciones a diario, directamente se descargan de la red, automáticamente: así con nuestros actos de contrición y de amor renovado. Pienso que este Sacramento tiene –como se decía ya en los comienzos- una actualización especial con el Sacramento de la Reconciliación, la confesión que es la actualización del bautismo; la palabra “actualizar” es mejor que “un segundo bautismo” porque es siempre un bautismo renovado, pero el mismo, profundizar en sus raíces que hemos repasado: de vida nueva de hijos de Dios, y también de relación trinitaria. Encomendémonos a su cuidado maternal (a la Blanca Paloma, la Esposa de la Paloma-Espíritu Santo), para que nos consiga la gracia de vivir también en un trato continuo y feliz con la Trinidad, como hijos de Dios Padre, en Cristo, por el Espíritu Santo.