Lucas 16,19-31:
Seremos juzgados en el amor a los demás, ahí está la grandeza del corazón del hombre, su realización completa

Autor: Padre Llucià Pou Sabaté  

 

 

Libro de Jeremías 17,5-10: 

 Así habla el Señor: ¡Maldito el hombre que confía en el hombre y busca su apoyo en la carne, mientras su corazón se aparta del Señor! El es como un matorral en la estepa que no ve llegar la felicidad; habita en la aridez del desierto, en una tierra salobre e inhóspita. ¡Bendito el hombre que confía en el Señor y en él tiene puesta su confianza! El es como un árbol plantado al borde de las aguas, que extiende sus raíces hacia la corriente; no teme cuando llega el calor y su follaje se mantiene frondoso; no se inquieta en un año de sequía y nunca deja de dar fruto. Nada más tortuoso que el corazón humano y no tiene arreglo: ¿quién puede penetrarlo? Yo, el Señor, sondeo el corazón y examino las entrañas, para dar a cada uno según su conducta, según el fruto de sus acciones.  

Salmo 1,1-4.6:

¡Feliz el hombre que no sigue el consejo de los malvados, ni se detiene en el camino de los pecadores, ni se sienta en la reunión de los impíos, sino que se complace en la ley del Señor y la medita de día y de noche!

El es como un árbol plantado al borde de las aguas, que produce fruto a su debido tiempo, y cuyas hojas nunca se marchitan: todo lo que haga le saldrá bien.

No sucede así con los malvados: ellos son como paja que se lleva el viento, porque el Señor cuida el camino de los justos, pero el camino de los malvados termina mal.  

Texto del Evangelio (Lc 16,19-31):

En aquel tiempo, Jesús dijo a los fariseos: «Era un hombre rico que vestía de púrpura y lino, y celebraba todos los días espléndidas fiestas. Y un pobre, llamado Lázaro, que, echado junto a su portal, cubierto de llagas, deseaba hartarse de lo que caía de la mesa del rico pero hasta los perros venían y le lamían las llagas.

Sucedió, pues, que murió el pobre y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham. Murió también el rico y fue sepultado. Estando en el Hades entre tormentos, levantó los ojos y vio a lo lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno. Y, gritando, dijo: ‘Padre Abraham, ten compasión de mí y envía a Lázaro a que moje en agua la punta de su dedo y refresque mi lengua, porque estoy atormentado en esta llama’. Pero Abraham le dijo: ‘Hijo, recuerda que recibiste tus bienes durante tu vida y Lázaro, al contrario, sus males; ahora, pues, él es aquí consolado y tú atormentado. Y además, entre nosotros y vosotros se interpone un gran abismo, de modo que los que quieran pasar de aquí a vosotros, no puedan; ni de ahí puedan pasar donde nosotros’.

Replicó: ‘Con todo, te ruego, padre, que le envíes a la casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que les dé testimonio, y no vengan también ellos a este lugar de tormento’. Díjole Abraham: ‘Tienen a Moisés y a los profetas; que les oigan’. Él dijo: ‘No, padre Abraham; sino que si alguno de entre los muertos va donde ellos, se convertirán’. Le contestó: ‘Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se convencerán, aunque un muerto resucite’».

 

Comentario: 1. Las lecturas se centran en el sentido de “bendición” y “maldición”, según las obras buenas o malas, es decir un juicio. Las bases para el juicio, para la bendición, es la confianza en Dios, que da fruto, como un árbol que crece junto al agua. De esta forma las coordenadas del “premio”, la bendición, es una opción de fe que lleva a las obras. Jeremías (17, 5-10) hablaba a su pueblo, pero también sus palabras son para nosotros. El Evangelio insiste: quien puso todo en sus riquezas, erró el camino, pues éstas no le sirvieron de nada. Quien está lleno de riquezas ignora que a su alrededor hay “unas cosas que se llaman personas”. El egoísta es insolidario. Es también la que hemos rezado en el salmo de hoy, prolongación impresionante de la primera lectura: «dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor... será como árbol que da fruto en su sazón y no se marchitan sus hojas. No así los impíos, no así: serán paja que arrebata el viento». “La Cuaresma nos propone una gracia, un don de Dios. Pero se nos anuncia que es también juicio: al final ¿quién es el que ha acertado y tiene razón en sus opciones de vida? Tendríamos que aprender las lecciones que nos va dando la vida. Cuando hemos seguido el buen camino, somos mucho más felices y nuestra vida es fecunda. Cuando hemos desviado nuestra atención y nos hemos dejado seducir por otros apoyos que no eran la voluntad de Dios, siempre hemos tenido que arrepentirnos después. Y luego nos extrañamos de la falta de frutos en nuestra vida o en nuestro trabajo” (J. Aldazábal).

¿Estamos apegados a «cosas»? ¿Tenemos tal instinto de posesión que nos cierra las entrañas y nos impide compartirlas con los demás? Diremos que no, que nosotros no somos así, por eso hemos de preguntarlo a los demás, que nos ayuden a comunicar nuestros dones –capacidades, tiempo, dinero, y sobre todo amor, escuchar…- a los otros. Porque austeridad no es tirar todo para quedarse con poco, sino amar y dar, y darnos.

Cuenta Tagore la historia de un mendigo que iba de puerta en puerta y un día vio aparecer a lo lejos del camino, acercándose, la carroza de un Rey... “Y yo me preguntaba, maravillado, quién sería aquel Rey de reyes. Mis esperanzas volaron hasta el cielo, y pensé que mis días malos habían acabado. La carroza se paró a mi lado. Me miraste y bajaste sonriendo. Sentí que la felicidad de la vida me había llegado al fin. Y de pronto tú me tendiste tu diestra diciéndome: ¿Puedes darme alguna cosa? ¡Ah, qué ocurrencia la de tu realeza! ¡Pedirle a un mendigo! Yo estaba confuso y no sabía qué hacer. Luego saqué despacio de mi saco un granito de trigo, y te lo di. ¿Quién seria aquel rey de reyes? Pero qué sorpresa la mía cuando, al vaciar por la tarde mi saco en el suelo, encontré un granito de oro en la miseria del montón. ¡Qué amargamente lloré de no haber tenido corazón para darle todo!” (Ofrenda lírica).

El otro día salió en clase la expresión “hay más alegría en dar que en recibir” y comentó uno de los alumnos en la reunión: “eso no está claro”. Ni mucho menos, pues en nuestra época se exaltan valores como el éxito y la riqueza, el “estado del bienestar” hace oídos sordos a las preocupaciones de la gente con menos recursos, aquí y en otros países. Pero intuimos que el tener, sólo, no basta para dar la felicidad, que el egoísta es un amargado. Como en la película de Orson Wells, “El ciudadano Kane”, quien no se da a los demás, se encuentra al final solo.

¿Qué es generosidad? Es dar limosna a un niño de la calle, invertir tiempo en obras de caridad, pero también escuchar al amigo que quiere abrir su corazón. En definitiva, salir de uno mismo, dejar de estar “en-si-mismado” (metido en sí mismo) y pasar a estar “en-tu-siasmado” (volcado hacia el tú de los demás, salir de uno mismo, en “éxtasis”). No mirarse al espejo, sino descubrir que lo importante de la vida no es el juego de intereses sino la entrega generosa, puesta de manifiesto en la amistad, el amor, la maternidad. “Cuando das sin esperar hay un rayo de sol”, dice la canción “Más allá”.

La generosidad es la expresión del amor, eso que no puede comprarse en ningún centro comercial, pero es la esencia de la vida, lo que de verdad ilumina el mundo. Quizá aparentemente “no sirve de nada”, pero cuando falta no queda nada que sirva.

Es virtud de las almas grandes, una apertura del corazón que sabe amar, donde no se busca más gratificación que en el dar y en el ayudar. Eso, en sí mismo, satisface. “Mejor es dar que recibir” (Hechos de los Apóstoles 20,25). Con su ejercicio, se ensancha el corazón pues el egoísmo empequeñece, y la capacidad de amor al aumentar da más juventud al alma.

No tengas miedo de dar y de darte, a Dios y a los demás. “No tengáis miedo" es el lema que tan a menudo está recogido en la escritura y que Juan Pablo II ha repetido constantemente. Y es que a veces da vértigo esa virtud, porque compromete.

Generosidad es juzgar con comprensión; sonreír y hacer la vida agradable a los demás, aunque tengamos un mal día o esa persona nos caiga antipática; adelantarse en los pequeños servicios, “que no se nos caigan los anillos” al hacer algo que está “por debajo” de nuestra condición, pues para quien es generoso no hay arriba ni abajo, todo es ocasión de servir. Es aceptar a los otros como son, no como nos gustaría que fueran: “es que esto que hace me da dos patadas…”, hay quien dice a veces sobre el modo de ser de alguien; y podríamos replicarle: “¿qué podemos hacer, matarle?” –“¡no!” Pues eso, vamos a querer a los demás como son, y no querer sólo lo que nos gusta de los demás.

Una forma muy elevada de vivir la generosidad es comunicar la alegría de la fe; más que con palabras es con el ejemplo como se transmite la fe; cuando está vivida: con la cordialidad, hablando bien de todos, escuchando atentamente, con el don de la oportunidad y visión positiva, sobrenatural, de los acontecimientos… y haciendo favores. Qué bonito es oír a un compañero que nos dice: “gracias, por ti aprobé las matemáticas”. El facilitar la amistad a quien le cuesta coger confianza, y acercarse prudentemente; es la base humana de esas confidencias sobrenaturales, que abren horizontes a nuestra vida. Sobre todo, cuando tratamos a los demás viendo a Jesús en ellos, oyendo cómo el Señor nos dice “lo que hacéis con estos lo hacéis conmigo”.

La generosidad lleva así al mejor de los sacrificios, que es la misericordia, participar con los sentimientos de la miseria ajena para hacerla propia; y así la limosna es algo natural, como el amor a los pobres. Muchas veces son los más necesitados los que poseen ese don de la misericordia, como la viuda de Sarepta que viendo al profeta hambriento que fue a su puerta en medio de la sequía de un mal año, amasó el pan con la poca harina y el aceite que le quedaba; y no faltó más harina ni más aceite en aquella casa. Lo que damos, lo que ofrecemos, tiene intereses muy altos; cuando servimos experimentamos lo que decía Tagore: “dormía y soñaba que la vida era alegría. Desperté y vi que la vida era servicio. Y al servir comprobé que el servicio era alegría”.

“Hay campañas como la del 0'7, en ayuda de los países pobres, que nos deberían interpelar. Hay situaciones domésticas, en nuestra familia o comunidad, que piden que seamos más generosos con los demás. Hay muchos Lázaros a nuestra puerta. A lo mejor no necesitan dinero, sino atención y cariño. La Cuaresma nos invita a que la caridad para con los demás sea concreta. Que sea caridad solidaria. Para que podamos oir al final la palabra alentadora de Jesús: «tuve hambre y me diste de comer... cuando lo hiciste con uno de ellos, lo hiciste conmigo»”: J. Aldazábal, autor de esta última cita, ha hecho ya el camino. Nosotros hemos de seguir pidiendo: «Señor, mira si mi camino se desvía, guíame por el camino recto» (entrada), sabiendo que es «dichoso el que ha puesto su confianza en el Señor» (salmo), «dichoso el que con vida intachable camina en la voluntad del Señor» (comunión). Y en el momento de tener a Jesús dentro, insistiremos: «Que el fruto de esta Eucaristía se manifieste siempre en nuestras obras» (poscomunión).

2. El Hombre es un Misterio para el Hombre (decía Fray Nelson en un comentario que seguiremos ahora). Alexis Carrel con su obra "La incógnita del hombre", hablaba de nuestra existencia como de misterio y trascendencia. Vivir no es transcurrir. La primera lectura de hoy nos pregunta por eso: "¿quién entenderá el corazón del hombre?". No hemos de sorprendernos por las incoherencias y desgarrones íntimos de la vida propia o ajena. "Gaudium et Spes", ya señala que estamos sometidos hoy a muchos cambios, quizá semejantes a la crisis de crecimiento de un adolescente, que es como mar impetuoso, olas que suben y bajan, dificultades para el trato... El hombre crece en su poder sobre la creación, pero teme sus consecuencias; profundiza en su conocimiento pero se muestra más y más inseguro; intuye qué es la libertad, mientras se siente más esclavo, sabe qué es solidaridad, que es posible atender a los pobres, pero … "Nunca el género humano tuvo a disposición suya tantas riquezas, tantas posibilidades y tanto poder económico. Sin embargo, una gran parte de la humanidad sufre aún hambre y miseria, mientras inmensas multitudes no saben leer ni escribir. Nunca como hoy ha tenido el hombre sentido tan agudo de su libertad, mas al mismo tiempo surgen nuevas formas de esclavitud social y psíquica. Mientras el mundo siente tan clara su propia unidad y la mutua interdependencia de todos en una ineludible solidaridad, se ve, sin embargo, gravísimamente dividido en direcciones opuestas, a causa de fuerzas que luchan entre sí: de hecho, subsisten todavía muy graves las diferencias políticas, sociales, económicas, raciales e ideológicas; y ni siquiera ha desaparecido el peligro de una guerra que está llamada a aniquilarlo todo. Aumenta intensamente el intercambio de ideas, pero las palabras mismas correspondientes a los más importantes conceptos, reciben significados muy distintos, según las diversas ideologías. Y, mientras con todo ahínco se busca un ordenamiento temporal más perfecto, no se avanza paralelamente en el progreso espiritual”.

¿Puede el hombre vivir sin religión, sin idea de Dios, sin ideales, valores comunes a todos, y más allá de su existencia personal, más allá de la muerte? No está admitida esta pregunta: "Entre tan contradictorias situaciones, la mayoría de nuestros contemporáneos no llegan a conocer bien los valores perennes ni pueden armonizarlos con los nuevamente descubiertos. Por ello, con gran inquietud se preguntan, sufriendo entre la esperanza y la angustia, sobre la actual evolución del mundo. Esta evolución desafía a los hombres -más aún, les obliga- a dar una respuesta".

Jean-Paul Sartre escribía: "afirmar a Dios es negar al hombre"; es la visión de Dios como “competidor” nuestro, y seguir a Jesús una especie de anti-humanismo, y por eso también cierta cultura post-moderna pretende buscar nuevos humanismos, que excluyan a Dios para afirmar solamente al hombre. “Jesús no pone en competencia el amor a Dios y el amor al prójimo; sino que los une y hace a uno causa y motivación del otro. Para que el ser humano sea grande y digno de todo respeto necesita a Dios; donde Dios muere, muere fatalmente también el hombre. En el fondo del equívoco en que se debate un cierto pensamiento moderno, hay una profunda ignorancia del evangelio y del auténtico mensaje cristiano”, mensaje de amor que da vida, que nos enseña Jesús con la entrega de su propia vida por nosotros: «nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos» (Jn 15,13). “¡Que al participar en la Eucaristía, memorial de la entrega que Jesús hace de su propia vida por nosotros, nos enseñe Él a amarnos unos a otros como Él nos amó!” (Moisés Aguilar).

Hace muchos años, a un hombre se le presentó la oportunidad de mejorar su empleo, pero debía emigrar con su familia desde Nueva York hasta Australia; y así lo hizo. Entre su numerosa familia tenía un apuesto hijo que soñaba en convertirse  en un gran actor. Mientras su sueño se hacía realidad, trabajaba en los embarcaderos. Una noche, de regreso a casa, fue atacado por un grupo de delincuentes, quienes además de robarlo, lo golpearon salvajemente, desfigurando su rostro y dejándolo al borde de la muerte. Incluso la policía al encontrarlo lo llevó a la morgue; sin embargo; al darse cuenta que aún vivía, lo trasladó a Emergencias.

Al verle, una enfermera exclamó con horror: ¡Este joven no tiene rostro! (me salto los detalles de la descripción, pueden verse en Internet). Fue intervenido quirúrgicamente en numerosas ocasiones, tiempo en que estuvo debatiéndose entre la vida y la muerte. Su recuperación fue lenta, aún y así producía asombro y hasta miedo y rechazo... ya no era más aquel joven apuesto y soñador. Reintegrarse a la vida social fue difícil; no lograba hacer amigos, no conseguía trabajo, a excepción de ser atracción en un circo como “El hombre sin rostro”, pero aún ahí la gente no quería acercarse a él; sufría mucho al grado que llegó a tener pensamientos suicidas.

Un día, en un templo, lloraba y suplicaba a Dios que tuviera compasión de él; un sacerdote se impresionó tanto al verle y escuchar su relato que le prometió hacer todo lo que estuviera a su alcance para que fuera restaurado su rostro, su dignidad y su vida.  Consiguió que un cirujano plástico le atendiera, sin costo alguno. Él empezó a ver la vida con alegría, esperanza y amor; la cirugía y la reconstrucción dental fueron todo un éxito; comenzó a participar en actividades de la iglesia, fue bendecido con una maravillosa esposa e hijos, alcanzó el éxito en la carrera que soñaba: ser un gran actor y productor de cine, con reconocimiento mundial; y en base a su experiencia conserva un alto grado de sensibilidad solidaria ante las necesidades de quienes sufren...  Este joven es Mel Gibson, y su vida inspiró el filme “Un hombre sin rostro”, que él mismo produjo (Cfr. “Les dejo mi Paz”). En ella muestra cómo este hombre a su vez ayuda a un chico que tiene serios problemas, y necesita un referente para crecer por dentro; así, será ayuda para los demás.

“La vida es una sucesión de lecciones que deben vivirse para ser comprendidas”  (Helen Séller). Emmanuel Levinás ha desarrollado de modo extenso y hondo el tema del "rostro" en la filosofía, precisamente como una "examen de conciencia" a la misma filosofía. La ética, por ejemplo, no ha de ser tratada, según él, en términos de "lo bueno", así en abstracto, sino sólo en cuanto acontece en el encuentro con el otro. El rostro del otro, el rostro del pobre, singularmente, es la exigencia más "objetiva" de bien que puede sentir el ser humano.

Para el rico del evangelio, Lázaro no existía, era invisible, “parte de un paisaje; era un fondo de escenario sobre el que el rico quería escribir su propia comedia de diversión sin límites y de poder sin amenazas. Lázaro no tenía rostro para el rico, y así el rico podía ser feliz y seguramente sentirse bueno”. El nombre del rico no aparece por ninguna parte, Lázaro sí que tiene nombre, existe ante Dios y por esto confía. “Ante Dios, pues, tenemos rostro en cuanto tenemos necesidad. Los rasgos de nuestra necesidad son los rasgos de nuestro rostro en el Cielo. Un hipotético ser "carente de necesidades" es un ser carente de Dios y es irreconocible para Dios, porque es un ser que niega su propia condición de dependencia creatural con el Dios único que a todos da el ser y lo conserva. Este tiempo de cuaresma, pues, nos invita con fuerza a reconocernos en la hondura de nuestras necesidades y carencias, como camino de encuentro con el Dios vivo”.

3. El Evangelio nos descubre las realidades del hombre después de la muerte. Jesús nos habla del premio o del castigo que tendremos según cómo nos hayamos comportado. Es fuerte el contraste entre el rico y el pobre con los perros que le lamen las úlceras (cf. Lc 16,19-21). “Nuestra sociedad, constantemente, nos recuerda que hemos de vivir bien, con confort y bienestar, gozando y sin preocupaciones. Vivir para uno mismo, sin ocuparse de los demás, o preocupándonos justo lo necesario para que la conciencia quede tranquila, pero no por un sentido de justicia, amor o solidaridad”. San Gregorio Magno nos dice que «todas estas cosas se dicen para que nadie pueda excusarse a causa de su ignorancia», de ahí el relato detallado del sufrimiento postremo del rico: hay una justicia final. “Hay que despojarse del hombre viejo y ser libre para poder amar al prójimo. Hay que responder al sufrimiento de los pobres, de los enfermos, o de los abandonados. Sería bueno que recordáramos esta parábola con frecuencia para que nos haga más responsables de nuestra vida. A todos nos llega el momento de la muerte. Y hay que estar siempre preparados, porque un día seremos juzgados”.

Pero no seguiremos aquí un relato tremendista, sino el de Benedicto XVI, en su encíclica sobre la esperanza (nn. 44-46), cuando se refiere a un mundo sin Dios como injusto: “La protesta contra Dios en nombre de la justicia no vale. Un mundo sin Dios es un mundo sin esperanza (cf. Ef 2,12). Sólo Dios puede crear justicia. Y la fe nos da esta certeza: Él lo hace. La imagen del Juicio final no es en primer lugar una imagen terrorífica, sino una imagen de esperanza; quizás la imagen decisiva para nosotros de la esperanza. ¿Pero no es quizás también una imagen que da pavor? Yo diría: es una imagen que exige la responsabilidad. Una imagen, por lo tanto, de ese pavor al que se refiere san Hilario cuando dice que todo nuestro miedo está relacionado con el amor. Dios es justicia y crea justicia. Éste es nuestro consuelo y nuestra esperanza. Pero en su justicia está también la gracia. Esto lo descubrimos dirigiendo la mirada hacia el Cristo crucificado y resucitado. Ambas –justicia y gracia– han de ser vistas en su justa relación interior. La gracia no excluye la justicia. No convierte la injusticia en derecho. No es un cepillo que borra todo, de modo que cuanto se ha hecho en la tierra acabe por tener siempre igual valor. Contra este tipo de cielo y de gracia ha protestado con razón, por ejemplo, Dostoëvskij en su novela “Los hermanos Karamazov”. Al final los malvados, en el banquete eterno, no se sentarán indistintamente a la mesa junto a las víctimas, como si no hubiera pasado nada. A este respecto quisiera citar un texto de Platón que expresa un presentimiento del juicio justo, que en gran parte es verdadero y provechoso también para el cristiano. Aunque con imágenes mitológicas, pero que expresan de modo inequívoco la verdad, dice que al final las almas estarán desnudas ante el juez. Ahora ya no cuenta lo que fueron una vez en la historia, sino sólo lo que son de verdad. « Ahora [el juez] tiene quizás ante sí el alma de un rey [...] o algún otro rey o dominador, y no ve nada sano en ella. La encuentra flagelada y llena de cicatrices causadas por el perjurio y la injusticia [...] y todo es tortuoso, lleno de mentira y soberbia, y nada es recto, porque ha crecido sin verdad. Y ve cómo el alma, a causa de la arbitrariedad, el desenfreno, la arrogancia y la desconsideración en el actuar, está cargada de excesos e infamia. Ante semejante espectáculo, la manda enseguida a la cárcel, donde padecerá los castigos merecidos [...]. Pero a veces ve ante sí un alma diferente, una que ha transcurrido una vida piadosa y sincera [...], se complace y la manda a la isla de los bienaventurados ». En la parábola del rico epulón y el pobre Lázaro (cf. Lc 16, 19-31), Jesús ha presentado como advertencia la imagen de un alma similar, arruinada por la arrogancia y la opulencia, que ha cavado ella misma un foso infranqueable entre sí y el pobre: el foso de su cerrazón en los placeres materiales, el foso del olvido del otro y de la incapacidad de amar, que se transforma ahora en una sed ardiente y ya irremediable. Hemos de notar aquí que, en esta parábola, Jesús no habla del destino definitivo después del Juicio universal, sino que se refiere a una de las concepciones del judaísmo antiguo, es decir, la de una condición intermedia entre muerte y resurrección, un estado en el que falta aún la sentencia última”.

Es un consuelo ver esta interpretación, pues siempre sentía que no era el infierno desde donde el rico se preocupa de los parientes en la tierra, pues en el infierno no hay amor: “Esta visión del antiguo judaísmo de la condición intermedia incluye la idea de que las almas no se encuentran simplemente en una especie de recinto provisional, sino que padecen ya un castigo, como demuestra la parábola del rico epulón, o que por el contrario gozan ya de formas provisionales de bienaventuranza. Y, en fin, tampoco falta la idea de que en este estado se puedan dar también purificaciones y curaciones, con las que el alma madura para la comunión con Dios. La Iglesia primitiva ha asumido estas concepciones, de las que después se ha desarrollado paulatinamente en la Iglesia occidental la doctrina del purgatorio. No necesitamos examinar aquí el complicado proceso histórico de este desarrollo; nos preguntamos solamente de qué se trata realmente. La opción de vida del hombre se hace en definitiva con la muerte; esta vida suya está ante el Juez. Su opción, que se ha fraguado en el transcurso de toda la vida, puede tener distintas formas. Puede haber personas que han destruido totalmente en sí mismas el deseo de la verdad y la disponibilidad para el amor. Personas en las que todo se ha convertido en mentira; personas que han vivido para el odio y que han pisoteado en ellas mismas el amor. Ésta es una perspectiva terrible, pero en algunos casos de nuestra propia historia podemos distinguir con horror figuras de este tipo. En semejantes individuos no habría ya nada remediable y la destrucción del bien sería irrevocable: esto es lo que se indica con la palabra infierno. Por otro lado, puede haber personas purísimas, que se han dejado impregnar completamente de Dios y, por consiguiente, están totalmente abiertas al prójimo; personas cuya comunión con Dios orienta ya desde ahora todo su ser y cuyo caminar hacia Dios les lleva sólo a culminar lo que ya son”.

Con esto hemos visto la escatología intermedia, un estado entre la vida y el destino definitivo. Excepto los casos de santos, no podemos juzgar sobre las personas, sino confiar, pues –como dice la canción- “deja que Dios haga de Dios, tú adórale…”. (Pero de ello se habla en los siguientes 2 puntos de la encíclica, que por razón de espacio los dejamos para el Evangelio “del juicio final”).