San Lucas 24,35-48:
Jesús nos ofrece la paz, participar en su familia de hijos de Dios, por su Resurrección

Autor: Padre Llucià Pou Sabaté  

 

 

Libro de los Hechos de los Apóstoles 3,11-26:  

 

Como él no soltaba a Pedro y a Juan, todo el pueblo, lleno de asombro, corrió hacia ellos, que estaban en el pórtico de Salomón. Al ver esto, Pedro dijo al pueblo: "Israelitas, ¿de qué se asombran? ¿Por qué nos miran así, como si fuera por nuestro poder o por nuestra santidad, que hemos hecho caminar a este hombre? El Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres, glorificó a su servidor Jesús, a quien ustedes entregaron, renegando de él delante de Pilato, cuando este había resuelto ponerlo en libertad. Ustedes renegaron del Santo y del Justo, y pidiendo como una gracia la liberación de un homicida, mataron al autor de la vida. Pero Dios lo resucitó de entre los muertos, de lo cual nosotros somos testigos. Por haber creído en su Nombre, ese mismo Nombre ha devuelto la fuerza al que ustedes ven y conocen. Esta fe que proviene de él, es la que lo ha curado completamente, como ustedes pueden comprobar. Ahora bien, hermanos, yo sé que ustedes obraron por ignorancia, lo mismo que sus jefes. Pero así, Dios cumplió lo que había anunciado por medio de todos los profetas: que su Mesías debía padecer. Por lo tanto, hagan penitencia y conviértanse, para que sus pecados sean perdonados. Así el Señor les concederá el tiempo del consuelo y enviará a Jesús, el Mesías destinado para ustedes. El debe permanecer en el cielo hasta el momento de la restauración universal, que Dios anunció antiguamente por medio de sus santos profetas. Moisés, en efecto, dijo: El Señor Dios suscitará para ustedes, de entre sus hermanos, un profeta semejante a mí, y ustedes obedecerán a todo lo que él les diga. El que no escuche a ese profeta será excluido del pueblo. Y todos los profetas que han hablado a partir de Samuel, anunciaron también estos días. Ustedes son los herederos de los profetas y de la Alianza que Dios hizo con sus antepasados, cuando dijo a Abraham: En tu descendencia serán bendecidos todos los pueblos de la tierra. Ante todo para ustedes Dios resucitó a su Servidor, y lo envió para bendecirlos y para que cada uno se aparte de sus iniquidades".  

Salmo 8,2.5-9:

¡Señor, nuestro Dios, qué admirable es tu Nombre en toda la tierra! Quiero adorar tu majestad sobre el cielo: / ¿qué es el hombre para que pienses en él, el ser humano para que lo cuides? / Lo hiciste poco inferior a los ángeles, lo coronaste de gloria y esplendor; / le diste dominio sobre la obra de tus manos, todo lo pusiste bajo sus pies: / todos los rebaños y ganados, y hasta los animales salvajes; / las aves del cielo, los peces del mar y cuanto surca los senderos de las aguas.  

Evangelio según San Lucas 24,35-48:

En aquel tiempo, los discípulos contaron lo que había pasado en el camino y cómo habían conocido a Jesús en la fracción del pan. Estaban hablando de estas cosas, cuando Él se presentó en medio de ellos y les dijo: «La paz con vosotros». Sobresaltados y asustados, creían ver un espíritu. Pero Él les dijo: «¿Por qué os turbáis, y por qué se suscitan dudas en vuestro corazón? Mirad mis manos y mis pies; soy yo mismo. Palpadme y ved que un espíritu no tiene carne y huesos como veis que yo tengo». Y, diciendo esto, les mostró las manos y los pies. Como ellos no acabasen de creerlo a causa de la alegría y estuviesen asombrados, les dijo: «¿Tenéis aquí algo de comer?». Ellos le ofrecieron parte de un pez asado. Lo tomó y comió delante de ellos.

Después les dijo: «Éstas son aquellas palabras mías que os hablé cuando todavía estaba con vosotros: ‘Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos acerca de mí’». Y, entonces, abrió sus inteligencias para que comprendieran las Escrituras, y les dijo: «Así está escrito que el Cristo padeciera y resucitara de entre los muertos al tercer día y se predicara en su nombre la conversión para perdón de los pecados a todas las naciones, empezando desde Jerusalén. Vosotros sois testigos de estas cosas». 

Comentario:

1. Es la segunda predicación de Pedro que leemos en el libro de los Hechos. Después de la curación del mendigo cojo, Pedro habla nuevamente al pueblo, a los fieles que, como él, han subido al templo a orar, y les anuncia a Jesús, el Señor, en cuyo nombre ha obrado el milagro. Este milagro es un signo de que Jesús, aunque ha muerto, es todavía el dueño de la vida, esto es, el que conduce, como un nuevo Moisés, a la salvación y a la libertad al nuevo pueblo de Dios (3,15). Las tres primeras predicaciones de Pedro (2,14-39; 3,12-26 y 4 8-12) son realmente muy semejantes y pueden ser ejemplo de lo que fue la predicación de la Iglesia de Jerusalén en su período inicial, un resumen de la cual se encontraría también en Mc 1,14.

a) Pedro comienza a hablar (3,13) diciendo que no es el mérito del milagro en qué él sea más guapo (dice “santo”), sino por el poder de Jesús, y señala la continuidad de la historia de salvación: pero se dirige al pueblo con autoridad; sin prepotencia, desde la humildad de sentirse un hombre pecador, ni más piadoso, ni más santo que cualquier otro, es buen instrumento. Queremos nosotros aprovechar como él incluso nuestras flaquezas, por eso podemos rezar: “Ayuda, Señor, a todos los que tienen un «cargo» en la Iglesia para que lo ejerzan con esa misma humildad. Haznos a todos conscientes de nuestros límites y de las responsabilidades que nos vienen de ti”. Ser intermediarios de la gracia. Dejar pasar por nuestras vidas los beneficios que Dios quiere hacer por medio de nosotros. Esto es un «ministerio». Y los ministerios, en la Iglesia, son muchos y variados. Hoy me preguntaba un niño: “¿aún hay profetas?” le he contestado que san Pablo dice que sí, que la profecía es uno de los carismas… él se lo ha creído, yo pido esta fe de los niños para verlos a mi alrededor…

-“Habéis dado muerte al "Príncipe de la vida"... Pero Dios lo ha resucitado de entre los muertos”... «Príncipe de la vida»... Un título poco habitual para hablar de Jesús. Es el que espontáneamente asoma a los labios de Pedro: la resurrección está todavía muy cercana. Ha marcado mucho a los Apóstoles y la predican sin parar. Jesús «Príncipe de la Vida» el Victorioso, el Viviente por excelencia ¡Danos esta Vida! Comulgando el Cuerpo de Cristo, entramos en comunión con la Vida.

-“Es por la fe en su nombre que este hombre está aquí y todos vosotros le veis completamente restablecido”. “Jesús, tu resurrección es una potencia de vida, de alegría, de exaltación. El brinco del hombre que no había andado jamás en toda su vida y que se echa a andar súbitamente es el símbolo de la humanidad salvada. ¡Que cada vez que salga de un pecado, sea con esa alegría! -En efecto, el pecado, más que la enfermedad física, es lo que daña a la humanidad. La verdadera parálisis es la de la voluntad encogida, incapaz de reaccionar-. Danos, Señor, plena salud de alma y cuerpo... de alma sobre todo.

-“Sin embargo, hermanos, sé que obrasteis por ignorancia, lo mismo que vuestros jefes”. Es siempre el mismo evangelio que continúa. "Perdónalos, decía Jesús, no saben lo que se hacen..." "Estáis perdonados, decía san Pedro, porque habéis obrado por ignorancia". Está ejerciendo el poder de atar y de desatar, un poder que le dio Jesús: «todo lo que ates en la tierra, será atado en el cielo».

-“Arrepentíos, pues, y convertíos para que vuestros pecados sean borrados; así vendrá la consolación por parte del Señor”. El perdón es el "tiempo de la consolación". ¡Admirable fórmula! ¿Concibo mis confesiones, como una participación a la resurrección? No cuento apoyarme en la fuerza de mi voluntad, sino en la fuerza de «Aquél que resucitó a Jesús de entre los muertos» (Noel Quesson); el Dios de los patriarcas (Ex 3,6.15) ha glorificado a Jesús, en quien culmina el profetismo más espiritual de Israel, el del Siervo de Dios (Is 52,13-53,12). La pasión de Jesús, de donde puede arrancar la conversión de los oyentes (3,13-26), tema preferido de Lucas; conversión que comporta dos etapas consecutivas: arrepentimiento, que quiere decir apartarse del mal, y conversión, que significa volver a Dios (3,19). La escatología está muy presente en la Iglesia primitiva, en continuidad con el Antiguo Testamento, y aquí ha dado también un paso adelante: en la primera predicación (2,14-36) se trataba de la efusión del Espíritu; ahora se trata principalmente de la restauración de todas las cosas en Cristo. Este es acaso el tema que más podría iluminar nuestra lectura espiritual de este relato. En efecto, Cristo es nuestra bendición (3,26) Y lo es por su misterio pascual (Gál 3,13.14) y por el anuncio en la Iglesia del evangelio de salvación (Hch 26,23). El mejor comentario espiritual de este tema cristológico podría ser muy bien el himno de la carta a los Efesios (Ef 1, 3-14) (O. Colomer).

b) “Yo estaré con vosotros”, fue la promesa de Jesús que continúa con su Espíritu en este Evangelio de la primitiva Iglesia. Como decía Álvaro del Portillo: “El encargo que recibió un puñado de hombres en el Monte de los Olivos, cercano a Jerusalén, durante una mañana primaveral allí por el año 30 de nuestra era, tenía todas las características de una "misión imposible". Recibiréis el poder del Espíritu Santo que descenderá sobre vosotros y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda la Judea, en Samaria y hasta los confines de la tierra (Act 1, 8).

Las últimas palabras pronunciadas por Cristo antes de la Ascensión parecían una locura. Desde un rincón perdido del Imperio romano, unos hombres sencillos —ni ricos, ni sabios, ni influyentes— tendrían que llevar a todo el mundo el mensaje de un ajusticiado.

 Menos de trescientos años después, una gran parte del mundo romano se había convertido al cristianismo. La doctrina del Crucificado había vencido las persecuciones del poder, el desprecio de los sabios, la resistencia a unas exigencias morales que contrariaban las pasiones. Y, a pesar de los vaivenes de la historia, todavía hoy el cristianismo sigue siendo la mayor fuerza espiritual de la humanidad. Sólo la gracia de Dios puede explicar esto. Pero la gracia ha actuado a través de hombres que se sabían investidos de una misión y la cumplieron.

 Cristo no presentó a sus discípulos esta tarea como una posibilidad, sino como un mandato imperativo. Así leemos en San Marcos: Andad a todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura. El que crea y se bautice, se salvará; mas el que no crea, se condenará (Mc 16, 15-16). Y San Mateo recoge las siguientes palabras de Cristo: Id y enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Yo estaré con vosotros hasta el fin del mundo (Mt 28, 19-20).

Son palabras que traen a nuestra memoria las pronunciadas por Jesús en la Ultima Cena —como Tú me enviaste al mundo, así los he enviado Yo al mundo (Jn 17, 18)—, de las que el Concilio Vaticano II ha hecho el siguiente comentario: “Este mandato solemne de Cristo de anunciar la verdad salvadora, la Iglesia lo ha recibido de los Apóstoles con el encargo de llevarlo hasta el fin de la tierra”. (...)

Los primeros cristianos supieron cambiar su sociedad, poniendo todo su esfuerzo al servicio del mandato de Cristo: Entonces, ellos partieron y predicaron por todas partes, mientras el Señor estaba con ellos y confirmaba la palabra con los prodigios que la acompañaban (Mc 16, 20).

Ante una sociedad que parece huir alocadamente de Dios, los cristianos de este siglo hemos sido llamados a realizar una nueva evangelización “En y desde las tareas civiles, materiales, seculares de la vida humana: en un laboratorio, en el quirófano de un hospital, en el cuartel, en la cátedra universitaria, en la fábrica, en el taller, en el campo, en el hogar de familia y en todo el inmenso panorama del trabajo, Dios nos espera cada día. Sabedlo bien: hay algo santo, divino, escondido en las situaciones más comunes, que toca a cada uno de vosotros descubrir” (san Josemaría Escrivá).

 Y, con palabras de Juan Pablo II, “Esto sólo será posible si los fieles laicos saben superar en sí mismos la fractura entre el Evangelio y la vida, recomponiendo en su cotidiana actividad en la familia, en el trabajo y en la sociedad la unidad de vida que encuentra en el Evangelio inspiración y fuerza para realizarse en plenitud”. El mundo espera cristianos sin fisuras, cristianos de una pieza. Con fallos, con errores, pero con la firme voluntad de rectificar cuantas veces sea preciso y seguir adelante en el camino que, de la mano de la Virgen, nos lleva al Padre a través de Cristo, Camino, Verdad y Vida”.

c) “También nosotros podemos reconocer a Cristo en la fracción del pan eucarístico, en la Palabra bíblica y en la comunidad reunida. En las circunstancias más adversas y oscuras que se puedan dar -también nosotros muchas veces andamos desconcertados como aquellos discípulos- el Señor se nos hace compañero de camino y nos está cerca. Aunque no le reconozcamos fácilmente. En más de una ocasión nos tendrá que decir: «¿por qué te alarmas? ¿por qué surgen dudas en tu interior?». Tal vez también necesitemos como la primera comunidad una catequesis especial, y que se nos abra el entendimiento, para captar que en el camino mesiánico de Jesús, y también en el nuestro cristiano, entra la muerte y la resurrección, para la redención de todos. Ojalá cada Eucaristía sea una «aparición» del Resucitado a nuestra comunidad y a cada uno de nosotros, y después de haberle reconocido con los ojos de la fe en la Fracción del Pan y en la fuerza de su Palabra, salgamos de la celebración a dar testimonio de Cristo en la vida. A los apóstoles, la última palabra que les dirige es: «vosotros sois testigos de esto». Ya desde el principio se les dijo que eso de ser apóstoles era ser «testigos de la resurrección de Cristo» (Hch 1,22). Entonces lo fueron los apóstoles, o los quinientos discípulos. Ahora, lo seguimos siendo nosotros en el mundo de hoy. Tal vez el anuncio de la resurrección de Cristo no nos llevará a la cárcel. Pero sí puede resultar incómodo en un mundo distraído y frío. Depende un poco de nosotros: si nuestro testimonio es vivencial y creíble, podemos influir a nuestro alrededor” (J. Aldazábal). «Concédenos una misma fe en el espíritu y una misma caridad en la vida» (oración).

2. Los salmos nos ayudan a cantar las maravillas que Dios hace con la luz de la poesía. “Espléndido como ninguno es el Salmo 8, en el que el hombre… se siente como un granito de arena en la infinidad y en los espacios ilimitados que lo envuelven. En el corazón del Salmo 8, de hecho, emerge una doble experiencia. Por un lado, la persona humana se siente como aplastada por la grandiosidad de la creación, «obra de tus dedos» divinos. Esta curiosa expresión sustituye a las «obras de tus manos» (v. 7), como queriendo indicar que el Creador ha trazado un designio o un bordado con los astros resplandecientes, arrojados en la inmensidad del cosmos. Por otro lado, sin embargo, Dios se inclina sobre el hombre y le corona como si fuera su virrey: «lo coronaste de gloria y dignidad» (v. 6). Es más, a esta criatura tan frágil le confía todo el universo para que pueda conocerlo y sustentarse (vv. 7-9). El horizonte de la soberanía del hombre sobre las criaturas queda circunscrito, en una especie de evocación de la página de apertura del Génesis: rebaños, manadas, animales del campo, aves del cielo y peces del mar son entregados al hombre para que les dé un nombre (Cf. Gen 2,19-20), descubra su realidad profunda, la respete y la transforme a través del trabajo y se convierta en fuente de belleza y de vida. El Salmo nos hace conscientes de nuestra grandeza y de nuestra responsabilidad ante la creación (Cf. Sab 9,3).

Releyendo el Salmo 8, el autor de la Carta a los Hebreos percibe una comprensión más profunda del designio de Dios para el hombre. La vocación del hombre no puede quedar limitada en el actual mundo terreno; al afirmar que Dios ha puesto «todo» bajo sus pies, el salmista quiere decir que le somete también «el mundo venidero» (Hebr 2,5), «un reino inconmovible » (12, 28). En definitiva, la vocación del hombre es la «vocación celestial» (3,1). Dios quiere llevar «a muchos hijos a la gloria» (2, 10). Para que se pudiera realizar este proyecto divino era necesario que la vocación del hombre encontrara su primer cumplimiento perfecto en un «pionero» (Cf. Ibídem). Este pionero es Cristo.

El autor de la Carta a los Hebreos ha observado en este sentido que las expresiones del Salmo se aplican a Cristo de manera privilegiada, es decir, más precisa que para el resto de los hombres. De hecho, en el original el Salmista utiliza el verbo «rebajar», diciendo a Dios: «Lo rebajaste a los ángeles, lo coronaste de gloria y dignidad» (Cf. Sal 8,6; Heb 2,6). Para cualquier persona este verbo es impropio; los hombres no han sido «rebajados» a los ángeles, pues nunca han estado por encima de ellos. Sin embargo, en el caso de Cristo, este verbo es exacto, pues en cuanto Hijo de Dios, él se encontraba por encima de los ángeles y se hizo inferior al hacerse hombre, después fue coronado de gloria en su resurrección. De este modo, Cristo cumplió plenamente la vocación del hombre y la cumplió, precisa el autor, «para bien de todos» (Heb 2,9)”. Así comentaba Juan Pablo II el salmo, y san Ambrosio lo aplica a nosotros, esa «coronación» del hombre: «lo coronaste de gloria y dignidad» (v. 6). En esa gloria, él vislumbra el premio que el Señor nos reserva cuando hemos superado la prueba de la tentación: «El Señor ha coronado también de gloria y magnificencia a su amado. Ese Dios que desea distribuir las coronas, permite las tentaciones: por ello, cuando seas tentado, recuerda de que te está preparando la corona. Si descartas el combate de los mártires, descartarás también sus coronas; si descartas sus suplicios, descartarás también su dicha». Dios prepara para nosotros esa «corona de justicia» (2 Tim 4, 8) con la que recompensará nuestra fidelidad que le demostramos incluso en los momentos de tempestad que sacuden nuestro corazón y nuestra mente. Pero en todo momento él está atento para ver qué es lo que le pasa a su criatura predilecta y quiere que en ella brille para siempre la «imagen» divina (Gen 1,26) de modo que sea en el mundo signo de armonía, de luz y de paz.

3. Hoy, Cristo resucitado saluda a los discípulos, nuevamente, con el deseo de la paz: «La paz con vosotros» (Lc 24,36). Así disipa los temores y presentimientos que los Apóstoles han acumulado durante los días de pasión y de soledad. Pienso que las preguntas que angustian a las personas de hoy son: “¿de verdad hay Dios, o estoy sola cuando sufra, sobre todo cuando llegue la muerte?” “¿me salvaré, si hay un más allá?” En “La doble vida de Verónica” , una chica vive en Polonia y tiene una brillante carrera como cantante, pero padece una grave dolencia cardiaca. En Francia, a miles de kilómetros, vive Verónica, otra joven idéntica que guarda muchas similitudes vitales con ella, como sus dolencias y su gran pasión por la música. Ambas, a pesar de la distancia y de no tener aparentemente ninguna relación, son capaces de sentir que no están solas... Es una de las últimas películas del director polaco Kryzstof Kieslowski, protagonizada en un doble papel por una magnífica Irène Jacob: es un fascinante y hermoso film de imborrables imágenes que plantea, como en otras películas del inquietante director, la presencia de Alguien que nos cuida más allá de lo que vemos. Es más, que nos sugiere corazonadas, qué es lo que hay que hacer, sin saberlo, antes de que pase algo malo, por la experiencia “del otro”… para mí es un símbolo, de Quien ha pasado por lo que nosotros pasamos…

a) “Él no es un fantasma, es totalmente real, pero, a veces, el miedo en nuestra vida va tomando cuerpo como si fuese la única realidad. En ocasiones es la falta de fe y de vida interior lo que va cambiando las cosas: el miedo pasa a ser la realidad y Cristo se desdibuja de nuestra vida. En cambio, la presencia de Cristo en la vida del cristiano aleja las dudas, ilumina nuestra existencia, especialmente los rincones que ninguna explicación humana puede esclarecer”. San Gregorio Nacianceno nos exhorta: «Debiéramos avergonzarnos al prescindir del saludo de la paz, que el Señor nos dejó cuando iba a salir del mundo. La paz es un nombre y una cosa sabrosa, que sabemos proviene de Dios, según dice el Apóstol a los filipenses: ‘La paz de Dios’; y que es de Dios lo muestra también cuando dice a los efesios: ‘Él es nuestra paz’». Cuando leo este Evangelio en Misa, en el colegio, los niños asistentes ante el anuncio de Jesús: “la paz sea con vosotros” responden “y con tu espíritu”, y es cierto: la resurrección de Cristo es lo que da sentido a todas las vicisitudes y sentimientos, lo que nos ayuda a recobrar la calma y a serenarnos en las tinieblas de nuestra vida. Las otras pequeñas luces que encontramos en la vida sólo tienen sentido en esta Luz. «Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos acerca de mí...»: nuevamente les «abrió sus inteligencias para que comprendieran las Escrituras» (Lc 24,44-45), como ya lo había hecho con los discípulos de Emaús. “También quiere el Señor abrirnos a nosotros el sentido de las Escrituras para nuestra vida; desea transformar nuestro pobre corazón en un corazón que sea también ardiente, como el suyo: con la explicación de la Escritura y la fracción del Pan, la Eucaristía. En otras palabras: la tarea del cristiano es ir viendo cómo su historia Él la quiere convertir en historia de salvación” (Joan Carles Montserrat).

b) "¡No temáis!" Nos dice también hoy el Señor: En mi vida personal, en la vida del mundo, de la Iglesia, evoco, hoy, una situación en la que falta la esperanza. Pero Tu estás aquí, Señor, "en medio de nosotros".

-Aterrados y llenos de miedo, creían ver un espíritu. Jesús les dijo. "Por qué os turbáis y por qué suben a vuestro corazón estos pensamientos? Ved mis manos y mis pies, ¡que soy Yo! Palpadme y ved que el espíritu no tiene carne ni huesos..." En su alegría no se atrevían a creerlo. Jesús, les dijo: "¿Tenéis aquí algo que comer? Le dieron un trozo de pescado asado, y tomándolo lo comió delante de ellos. Para esos semitas que ni siquiera tienen idea de una distinción del "cuerpo y del alma", si Jesús vive, ha de ser con toda su persona: quieren asegurarse de que no es un fantasma, y para ello es necesario que tenga un cuerpo... La resurrección no puede reducirse a una idea "de inmortalidad del alma", como decían algunos niños al comentar el texto: “será un fantasma”, o bien “es su alma en cuerpo virtual”... Es una presencia real. Pero no es el cuerpo que murió, que ahora está con sus heridas sin que los nervios y músculos y huesos quebrantados sufran los dolores; como no resucitará uno de nosotros con el cuerpo demacrado y arrugado de un anciano al morir, o con las deformidades sufridas por la enfermedad o una mutilación. Ya hemos hablado de que será un cuerpo sin materia corpórea, fuera del espacio y del tiempo podrá aparecerse a quien quiere y como quiere, como un disco duro del ordenador alberga todos los momentos de la vida, o una película puede presentarse en cualquiera de sus secuencias, así la resurrección transforma y quedaremos transfigurados, para poder salir del universo material, y penetrados por el Espíritu de Dios, como Cristo, aparecer en cualquiera forma. "Nosotros esperamos como salvador al Señor Jesucristo, que transfigurará el cuerpo de nuestra vileza conforme a su Cuerpo glorioso, en virtud del poder que tiene para someter a sí todas las cosas", dirá san Pablo (Flp 3, 21).

En la Eucaristía”, una parcela del universo, un poco de pan y de vino, es así asumida por Cristo, "sumisa a Cristo" como dice san Pablo, para venir a ser el signo de la presencia del Resucitado, y transformarnos poco a poco a nosotros mismos, en Cuerpos de Cristo. ¡He aquí el núcleo del evangelio! ¡He aquí la "buena nueva"! ¡He aquí la feliz realización del plan de Dios! ¡He aquí el fin de la Creación! ¡He aquí el sentido del universo! Si nos tomamos en serio la Resurrección, esto nos compromete a trabajar en este sentido: salvar al hombre, salvar el universo, sometiéndolo totalmente a Dios”; ese “Dios con nosotros” se queda, podemos espiritualizarnos con él...

-“Les dijo: Esto es lo que Yo os decía estando aún con vosotros... Entonces les abrió la inteligencia para que entendiesen las Escrituras”, los sufrimientos del Mesías, la resurrección de los muertos, la conversión proclamada en su nombre para el perdón de los pecados... A todas las naciones, empezando por Jerusalén. Vosotros daréis testimonio de esto. “Jesucristo es ahora realmente el Señor, que tiene poder sobre todo el universo, sobre todos los hombres, y que da a los hombres la misión de ir a todo el mundo. En cierto sentido, todo está hecho en Cristo. Pero todo está por hacer. ¿Trabajo yo en esto? ¿Doy testimonio de esto?” (Noel Quesson).

c) Así lo pedimos a la Virgen, la mujer que inaugura esta familia de Jesús, que se formó en la Sagrada Familia, que se amplió con los Apóstoles y que hoy se amplía con el bautismo a todos los hombres, para que sean hijos de Dios: «Este es el día en que actuó el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo» (aleluya), quien nos « llamó a salir de la tiniebla y a entrar en su luz maravillosa» (comunión), y queremos ser esos del coro que cantamos en la Entrada: «Ensalzaron a coro tu brazo victorioso, porque la sabiduría abrió la boca de los mudos y soltó la lengua de los niños. Aleluya» (Sab 10,20-21). Queremos entrar en este tesoro escondido en el campo de este mundo y en el frondoso bosque de las sagradas Escrituras, del que habla San Ireneo: «Si uno lee con atención las Escrituras, encontrará que hablan de Cristo y que prefiguran la nueva vocación. Porque Él es el tesoro escondido en el campo (Mt 13,44), es decir, en el mundo, ya que el campo es el mundo (Mt 13,48); tesoro escondido en las Escrituras, ya que era indicado por medio de figuras y parábolas, que no podían entender según la capacidad humana antes de que llegara el cumplimiento de lo que estaba profetizado, que es el advenimiento de Cristo. Por esto se dijo al profeta Daniel: “Cierra estas palabras y sella el libro hasta el tiempo del cumplimiento, hasta que muchos lleguen a comprender y abunde el conocimiento” (Dan 12,4)», esta paz que Jesús nos anuncia. “Fijémonos en el saludo inesperado, tres veces repetido por Jesús resucitado cuando se apareció a sus discípulos reunidos en la sala alta, por miedo a los judíos. En aquella época, este saludo era habitual, pero en las circunstancias en que fue pronunciado, adquiere una plenitud sorprendente. Os acordáis de las palabras: “Paz a vosotros”. Un saludo que resonaba en Navidad: “Paz en la tierra” (Lc 2,14) Un saludo bíblico, ya anunciado como promesa efectiva del reino mesiánico. Pero ahora es comunicado como una realidad que toma cuerpo en este primer núcleo de la Iglesia naciente: la paz de Cristo victorioso sobre la muerte y de las causas próximas y remotas de los efectos terribles y desconocidos de la muerte. Jesús resucitado anuncia pues, y funda la paz en el alma descarriada de sus discípulos. Es la paz del Señor, entendida en su significación primera, personal, interior, ... aquella que Pablo enumera entre los frutos del Espíritu, después de la caridad y el gozo, fundiéndose con ellos (Gal 5,22) ¿Qué hay de mejor para un hombre consciente y honrado? La paz de la conciencia ¿no es el mejor consuelo que podamos encontrar?... La paz del corazón es la felicidad auténtica. Ayuda a ser fuerte en la adversidad, mantiene la nobleza y la libertad de la persona, incluso en las situaciones más graves, es la tabla de salvación, la esperanza...en los momentos en que la desesperación parece vencernos.... Es el primer don del resucitado, el sacramento de un perdón que resucita” (Pablo VI).