Juan 10,22-30:
Jesús, Buen Pastor, nos lleva la Iglesia madre, santuario de Cristo y salvación, y María es quien nos acompaña y la fortaleza que nos protege

Autor: Padre Llucià Pou Sabaté  

 

 

1ª Lectura, Hch 11,19-26:

 

19 Los que se habían dispersado a causa de la persecución ocurrida con ocasión de Esteban, llegaron hasta Fenicia, Chipre y Antioquía, predicando sólo a los judíos. 20 Pero había entre ellos algunos chipriotas y cirenenses, quienes, llegados a Antioquía, se dirigieron también a los griegos, anunciando a Jesús, el Señor. 21 El Señor estaba con ellos, y un gran número creyó y se convirtió al Señor. 22 Llegó la noticia a oídos de la Iglesia de Jerusalén, y enviaron a Bernabé a Antioquía. 23 Al llegar y ver la gracia de Dios, se llenó de alegría y exhortaba a todos a perseverar con un corazón firme, fieles al Señor, 24 porque era un hombre bueno y lleno del Espíritu Santo y de fe. Y una gran multitud se unió al Señor. 25 Se fue a Tarso en busca de Saulo; lo encontró y se lo llevó a Antioquía. 26 Y estuvieron un año entero en aquella Iglesia instruyendo en la fe a muchas personas. Fue en Antioquía donde por primera vez los discípulos recibieron el nombre de cristianos. 

Salmo Responsorial 87/86,1-7:

1 Salmo de los hijos de Coré. Cántico El Señor fundó a Sión sobre los montes santos, 2 el Señor ama las puertas de Sión más que todas las moradas de Jacob. 3 ¡Qué cosas tan hermosas se pregonan de ti, ciudad de Dios! 4 Entre los que me conocen citaré a Egipto y Babilonia, Filistea, Tiro y Etiopía: allí nacieron todos. 5 Se dirá de Sión: «Uno a uno, todos han nacido en ella, y el mismo altísimo es el que la sostiene». 6 El Señor escribirá en el registro de los pueblos: «Éste ha nacido allí». 7 Y los que bailan cantan a coro: «En ti están todas mis fuentes». 

Evangelio Jn 10,22-30

(Jn 10, 27-30 se lee en el 4º domingo de Pascua, C): 22 Se celebraba en Jerusalén la fiesta de la dedicación del templo. Era invierno. 23 Jesús se paseaba en el templo, por el pórtico de Salomón. 24 Los judíos lo rodearon y le preguntaron: «¿Hasta cuándo nos has de tener en vilo? Si tú eres el mesías, dínoslo claramente». 25 Jesús les respondió: «Os lo he dicho y no me habéis creído. Las obras que yo hago en nombre de mi Padre lo demuestran claramente. 26 Pero vosotros no creéis, porque no sois ovejas mías. 27 Mis ovejas escuchan mi voz. Yo las conozco y ellas me siguen; 28 yo les doy la vida eterna y no perecerán jamás; no me las arrebatará nadie de mis manos. 29 Mi Padre, que me las ha dado, es más que todas las cosas; y nadie puede arrebatar nada de la mano de mi Padre. 30 Yo y el Padre somos una sola cosa». 

Comentario: 1.

Antioquia es, después de Roma y Alejandría, la tercera ciudad del Imperio romano (con medio millón de habitantes, y una numerosa colonia judía), centro de gran importancia cultural, económica y religiosa; fue la primera gran urbe del mundo antiguo donde se predica el Evangelio. La fundación de la Iglesia en Antioquía, capital de Siria y entonces en pleno país pagano es una etapa principal en la expansión de la Iglesia. Cuando parecía que los acontecimientos iban a señalar el final de la comunidad de Jesús, por la persecución de Esteban y la dispersión que le siguió (sobre todo de los cristianos más helenistas), resultó que la ocasión era providencial: la Iglesia empezó a sentirse misionera y abierta. Los discípulos huidos de Jerusalén fueron evangelizando -anunciando que Jesús es el Señor- a regiones como Chipre, Cirene y Antioquía de Siria. Primero a los judíos, y luego también a los paganos. Y «muchos se convirtieron y abrazaron la fe». Sobre todo en Antioquía se creó un clima más abierto para con los procedentes del paganismo y más flexible respecto a las costumbres heredadas de los judíos. Allí fue donde por primera vez los discípulos de Jesús se llamaron «cristianos»: un símbolo de la progresiva independización de la comunidad cristiana respecto a sus raíces judías.

¿Tengo confianza en la Iglesia? ¿Tengo la íntima convicción que Dios no la abandonará en sus dificultades actuales y que su expansión misionera será todavía mayor? Señor, creo que Tú diriges la historia. Trato de contemplarte actuando en la historia contemporánea, HOY. En lo que está pasando a «favor» o en «contra» de tu Iglesia. Ayúdame a superar las apariencias.

-“Y predicaban la Palabra sólo a los judíos... Pero entre ellos algunos chipriotas y cirenenses llegados también a Antioquía la predicaron también a los griegos…”, Problema típico de todos los tiempos: el respeto a la diversidad: los «griegos», paganos, tienen una mentalidad totalmente distinta a la de los judíos… “anunciándoles el Evangelio del Señor Jesús...”: es decir, que Jesús es Dios (no Mesías de un solo pueblo, sino que su dominio es sobre todos los hombres).

-“Esta noticia llegó a oídos de la Iglesia de Jerusalén, y enviaron a Bernabé a Antioquia”. No se contentan con "crear" nuevas Iglesias locales, la comunidad de Jerusalén cuida de incorporarlas a la unidad de la Iglesia única. «Creo en la Iglesia, Una, Santa, Católica y Apostólica». Se crean lazos entre una y otra comunidad, así se «envía a Bernabé» (cf. Hch 4,3), que pertenecía a la comunidad de Jerusalén, a la comunidad de Antioquía... Aparece aquí un personaje muy significativo del nuevo talante de la comunidad: Bernabé. Era de Chipre. Había vendido un campo y puesto el dinero a disposición de los apóstoles (Hch 4, 36). Había ayudado a Pablo en su primera visita de convertido a Jerusalén, para que se sintiera un poco mejor acogido por los hermanos (Hch 9, 26). Era generoso, conciliador: y éste vio en seguida la mano del Espíritu en lo que sucedía en aquella comunidad, se alegró y les exhortó a seguir por ese camino. Más aún: fue a buscar a Pablo, que se había retirado a Tarso, su patria, y lo trajo a Antioquía como colaborador en la evangelización. Bernabé influyó así decisivamente en el desarrollo de la fe en gran parte de la Iglesia. También la comunidad cristiana de ahora debería imitar a la de Antioquía y ser más misionera, más abierta a las varias culturas y estilos, más respetuosa de lo esencial, y no tan preocupada de los detalles más ligados a una determinada cultura o tradición. La apertura que el Vaticano II supuso -por ejemplo, en la celebración litúrgica, con las lenguas vivas y una clara descentralización de normas y aplicaciones concretas- debería seguir produciendo nuevos frutos de inculturación y espíritu misionero. Nuestra comunidad sigue necesitando personas como Bernabé, que saben ver el bien allí donde está y se alegran por ello, que creen en las posibilidades de las personas y las valoran dándoles confianza, que se fijan, no sólo en los defectos, sino en las fuerzas positivas que existen en el mundo y en la comunidad. Personas conciliadoras, dialogantes, que saben mantener en torno suyo la ilusión por el trabajo de evangelización en medio de un mundo difícil. Esto tendría que notarse hoy mismo, en nuestra vida personal, al tratar a las personas y valorar sus capacidades y virtudes, en vez de constituirnos en jueces rápidos e inclementes de sus defectos. Deberíamos ser, como Bernabé, conciliadores, y no divisores en la comunidad.

El Espíritu empuja a los apóstoles hacia los centros vitales, los centros de influencia del mundo de entonces. -Los que no se habían dispersado por la persecución llegaron hasta Fenicia, Chipre y Antioquía. La Iglesia encuentra su camino dejándose guiar por los acontecimientos, y por el Espíritu Santo. Perseguidos en Jerusalén, expulsados de su villa natal, fundan comunidades nuevas allá donde se encuentran dispersos. Ciertamente los perseguidores no buscaban conseguir ese efecto cuando mataron a Esteban y a otros cristianos.

Te ruego, Señor, por la unidad de tu Iglesia. Que cada comunidad esté abierta a las demás. Que ninguna llegue a ser un gheto, un círculo cerrado, un club reservado a sólo algunos. Te ruego, Señor, por la unidad del mundo. Que la Iglesia, en el mundo, sea signo y fermento de unidad entre todos los hombres.

-“Cuando llegó y vio la gracia que Dios acordaba a los paganos, se alegró, y exhortó a todos a permanecer fieles al Señor, porque era un hombre bueno, lleno del Espíritu Santo y de Fe”. Por la Fe «reconocemos» la acción de Dios en el mundo. ¡Y «damos gracias» por ello! Bernabé no había trabajado en esa comunidad: sin embargo reconoce lealmente la obra de Dios en ella. Es el mismo Espíritu Santo el que trabaja en todas partes en la Iglesia. Fue a buscar a Saulo, que comenzó a tomar protagonismo junto a él. -“En Antioquía fue donde, por primera vez, los discípulos recibieron el nombre de cristianos”. «Cristianos» = «hombres de Cristo». Se ha inventado una palabra nueva. Un nombre lleno de exigencias. Así lo expone San Atanasio: «Aunque los santos Apóstoles han sido nuestros maestros y nos han entregado el Evangelio del Salvador, sin embargo no hemos recibido de ellos nuestro nombre, sino que somos  cristianos por Cristo y por Él se nos llama de este modo». ¿Soy yo otro Cristo? ¿Soy de veras un cristiano? Reflexiono sobre esta palabra, que expresa mi identidad. o bien, ¿se trata sólo de una etiqueta externa? ¡Oh Cristo, hazme semejante a Ti! (Noel Quesson/J. Aldazábal).

Los predicadores de Antioquía son cristianos corrientes, por eso comenta San Juan Crisóstomo: «Observad cómo es la gracia la que lo hace todo. Considerad también que esta obra se comienza por obreros desconocidos y sólo cuando empieza a brillar, envían los Apóstoles a Bernabé».

            2. Sal. 87/86. El Señor ha cimentado a su pueblo y ha atraído a todos hacia Él. Nosotros, el nuevo Pueblo de Dios, debemos trabajar constantemente para que la Iglesia de Cristo se afiance constantemente como el Reino de Dios entre nosotros. El Señor nos ha elegido como pueblo suyo. Esto no sólo nos ha de llenar de un santo orgullo, sino que nos debe comprometer a proclamar el Nombre de nuestro Dios a todos los pueblos, para que todos puedan ingresar a formar parte de la Iglesia y, con una vida sincera y llena de amor, vayamos haciendo realidad el Reino de Dios entre nosotros. El salmo es claramente misionero: «alabad al Señor todas las naciones». Igual que antes muchos se gloriaban de haber nacido en Sión, ahora también los paganos se alegrarán de pertenecer a la comunidad de Jesús. –Cantamos la maravillosa propagación de la Buena Nueva de Cristo y de su Iglesia, es un canto a la Jerusalén terrenal, figura de la Iglesia: «Alabad al Señor todas las naciones... Contaré a Egipto y a Babilonia entre mis fieles; filisteos, tirios y etíopes han nacido allí…” con alusiones al Templo, que es Jesús, la Presencia de Dios vivo, y todos seremos puestos en el registro de este pueblo santo, familia de Dios, Iglesia: “Este ha nacido allí”; y cantarán mientras danzan: “Todas mis fuentes están en ti”». Lo específico de este salmo (canto a Jerusalén-Sión, como los 46,48,67) es que se acentúa el privilegio de “nacer en ella”, Jerusalén como madre (vv. 4-6abierta –es una de sus interpretaciones- a todos los pueblos, por esto viene hoy muy bien en relación con la lectura de Hechos (cf. tb. 2,5), y el Evangelio: la Iglesia, “nuestra madre” (Ga 4,26; se desarrolla esta idea en el Catecismo, 169.181 y sus citas internas).

Señala en su comentario Juan Pablo II: “Jerusalén, ciudad de la paz y madre universal, que ahora hemos escuchado, está por desgracia en contraste con la experiencia histórica que está viviendo la ciudad. Pero la oración tiene por tarea sembrar confianza y generar esperanza.

La perspectiva universal del Salmo 87 puede recordar el himno del Libro de Isaías, en el que se ve cómo convergen hacia Sión todos los pueblos para escuchar la Palabra del Señor y redescubrir la belleza de la paz, forjando de las «espadas azadones» y de las «lanzas podaderas» (Cf. 2,2-5). En realidad, el Salmo se presenta en una perspectiva muy diferente, la de un movimiento que, en vez de converger hacia Sión, sale de Sión; el salmista ve en Sión el origen de todos los pueblos. Después de haber declarado el primado de la ciudad santa no por méritos históricos o culturales sino sólo por el amor de Dios por ella (Cf. Sal 86,1-3), el Salmo celebra precisamente esta universalidad que hermana a todos los pueblos.

Sión es cantada como madre de toda la humanidad y no sólo de Israel. Una afirmación así es de una audacia extraordinaria. El Salmista es consciente y lo subraya: «Glorias se dicen de ti, ciudad de Dios» (v. 3). ¿Cómo es posible que la modesta capital de una pequeña nación pueda ser presentada como el origen de pueblos mucho más potentes? ¿Cómo puede tener Sión esta inmensa pretensión? La respuesta se ofrece en la misma frase: Sión es madre de toda la humanidad, pues es la «ciudad de Dios»; está por tanto en la base del proyecto de Dios. Todos los puntos cardinales de la tierra se encuentran en relación con esta Madre: Ráhab, es decir, Egipto, el gran estado Occidental; Babilonia, la conocida potencia oriental; Tiro, que personifica al pueblo comercial del norte; mientras que Etiopía representa al profundo sur; y Palestina, el área central, también es hija de Sión. En el registro espiritual de Jerusalén aparecen todos los pueblos de la tierra: tres veces se repite la fórmula «uno por uno todos han nacido en ella» (v. 6). Es la expresión jurídica oficial con la que entonces se declaraba que una persona era originaria de una determinada ciudad y, como tal, gozaba de la plenitud de los derechos civiles de aquel pueblo.

Es sugerente observar cómo incluso las naciones consideradas hostiles a Israel suben a Jerusalén y son acogidas no como extranjeras sino como «familiares». Es más, el salmista transforma la procesión de estos pueblos hacia Sión en un canto coral y en una danza gozosa: ellos vuelven a encontrar sus «manantiales» (v. 7) en la ciudad de Dios de la que mana una corriente de agua viva que fecunda a todo el mundo, como proclamaban los profetas (cf. Ez 47,1-12; Zac 13,1;14,8; Apo 22,1-2). Todos vienen a Jerusalén a descubrir sus raíces espirituales, a sentirse en su patria, a volver a encontrarse como miembros de la misma familia, a abrazarse como hermanos, de regreso a casa.

Página de auténtico diálogo interreligioso, el Salmo 87 recoge la herencia universalista de los profetas (cf. Isa 56,6-7;60,6-7;66,21; Job 4,10-11; Mal 1,11, etc.) y anticipa la tradición cristiana que aplica este Salmo a la «Jerusalén de arriba» de la que san Pablo proclama que «es libre y es nuestra madre» y tiene más hijos que la Jerusalén terrena (cf. Ga 4,26-27). Del mismo modo habla el Apocalipsis cuando ensalza «la Jerusalén que bajaba del Cielo, de junto a Dios» (21,2.10). Siguiendo la línea del Salmo 87, también el Concilio Vaticano II ve en la Iglesia universal el lugar en el que se reúnen «todos los justos descendientes de Adán, desde Abel el justo hasta el último elegido». Tendrá su «cumplimiento glorioso al fin de los tiempos» («Lumen gentium», n. 2).

Esta lectura eclesial del Salmo se abre, en la tradición cristiana, a una relectura en clave mariológica. Jerusalén era para el Salmista una auténtica «metrópolis», es decir, una «ciudad-madre», en cuyo interior estaba presente el mismo Señor (cf. Sofonías 3,14-18). Desde esta perspectiva el cristianismo canta a María como la Sión viviente, en cuyo seno fue engendrado el Verbo encarnado y, por consecuencia, fueron engendrados los hijos de Dios. Los Padres de la Iglesia -desde san Ambrosio de Milán hasta Atanasio de Alejandría, desde Máximo el Confesor hasta Juan Damasceno, desde Cromacio de Aquileia a Germán de Constantinopla- concuerdan en esta relectura cristiana del Salmo 87. Nosotros nos ponemos ahora en escucha de un maestro de la tradición armenia, Gregorio de Narek (950?-1010), quien en su «Discurso panegírico a la beatísima Virgen María» se dirige así a la Virgen: «Refugiándonos bajo tu dignísima y poderosa intercesión, quedamos protegidos, o santa Progenitora de Dios, encontrando alivio y descanso bajo la sombra de tu protección como si estuviéramos resguardados por un muro bien fortificado: muro adornado, un muro con brillantes purísimos engarzados; muro envuelto de fuego, y por tanto, inexpugnable por los ladrones; un muro llameante, centelleante, inalcanzable e inaccesible para los crueles traidores; un muro rodeado por todas las partes, según David, cuyos cimientos fueron puestos por el Altísimo (cf. Sal 86,1.5); muro imponente de la ciudad suprema, según Pablo (cf. Gal 4,26; Hebr 12,22), donde acogiste a todos como habitantes para que a través del nacimiento corporal de Dios hicieras hijos de la Jerusalén de arriba a los hijos de la Jerusalén terrena. Por ello sus labios bendicen tu seno virginal y todos te proclaman casa y templo de Aquél que es de la misma esencia del Padre. Por tanto, con razón te es apropiado lo que dijo el profeta: "Fuiste para nosotros refugio y fortaleza, un socorro en la angustia" (cf. Sal 45,2)»”.

            3. Yo soy el buen pastor -el verdadero pastor-. La palabra traducida aquí por "buen" es en griego "Kalos": el adjetivo más típico del ideal griego... adjetivo intraducible, como toda palabra muy característica de una lengua. Debería traducirse: "bueno, bravo, honrado, hermoso, perfecto en todos los aspectos"... No olvidemos las referencias bíblicas que todo judío de aquel tiempo, y Jesús el primero, tenía en la mente: Esta imagen se encuentra en todo el Antiguo Testamento. Era un lugar común de la Biblia: Yahvé, Dios, es el Pastor de su rebaño.

Salmo, 23: "El Señor es mi pastor, nada me falta, sobre verdes praderas reposo, hacia fuentes tranquilas me conduce..."

Is 40,11: "Como un Pastor que apacienta su rebaño, recoge con su brazo los corderos, los lleva junto a su pecho y cuida las ovejas madres."

Ez 34. "He aquí que yo mismo cuidaré de mi rebaño..." Dios había anunciado que suscitaría un solo Pastor. Para los judíos, la declaración de Jesús tenía un sentido teológico profundo: se afirma el "mesías", el "jefe del pueblo", Veamos concretamente cómo considera esta misión: -“El verdadero pastor da su vida por sus ovejas...” El texto griego dice "pone su alma" = "deja su vida" = "da su vida". ¡Esta es una imagen sorprendente! Cuando un pastor muere, no puede ya defender sus ovejas... Pero Jesús, por su muerte misma, salva a sus ovejas. Por otra parte, enseguida añadirá que El tiene el poder de "recobrar su vida" -resurrección. Conscientemente Jesús dice que es capaz de "morir" por nosotros.

-“El pastor mercenario, si ve venir el lobo, huye... No tiene interés alguno por las ovejas”. He aquí la imagen contrastante. El falso pastor, sólo piensa en él. Es incapaz de arriesgar su vida ante el lobo. Las ovejas no cuentan para él. Jesús ha arriesgado su vida para defender a la humanidad. Ha arriesgado su vida por mí. Y Pablo, para expresar el inmenso valor de todo ser humano dirá: "¡es un hermano por quien Cristo ha muerto! (Rm 14, 15; Co 8, 11) Yo soy alguien para Jesús. Soy importante para El. Todo hombre es importante para Jesús. Está dispuesto a batirse por él.

-“Conozco a mis ovejas, y las mías me conocen a mí, como el Padre me conoce y yo conozco a mi Padre”. Esto va muy lejos. La intimidad entre Jesús y sus amigos es como la que existe entre las personas divinas en el seno de la Trinidad de Amor. Fue al llamarla por su nombre "María", cuando Magdalena reconoció la "voz de Jesús". La llamó por su nombre. Y fue entonces que ella le reconoció. De ese modo soy yo también conocido. Gracias por este amor, gracias.

-“Tengo otras ovejas que no son de este aprisco: y es preciso que Yo las traiga con las demás. Escucharán mi voz y habrá un solo rebaño y un solo pastor”. Es el corazón universal de Jesús, la dimensión misionera de la Iglesia. Jesús no se contenta jamás con el "pequeño rebaño" ya salvado, ya reunido... se preocupa de la "oveja perdida" que ha abandonado el rebaño -como dirán los sinópticos: (Lc 15,4ss). Los que ya son "suyos" deben adoptar este punto de vista. ¿Cuál es mi oración y mi acción para las misiones, para la evangelización? ¿Cuál es mi participación en el apostolado? -“Tengo poder para dar mi vida y poder para volver a tomarla de nuevo” (Noel Quesson). La revelación de Jesús llega a mayor profundidad en la fiesta de la Dedicación del Templo (cf. textos de la 5ª semana de Cuaresma). No sólo es la puerta y el pastor, no sólo está mostrando ser el enviado de Dios por las obras que hace. Su relación con el Padre, con Dios, es de una misteriosa identificación: «yo y el Padre somos uno». Jesús va manifestando progresivamente el misterio de su propia persona: el «yo soy». Me han contado cómo en hebreo “Yahvé” no es sólo “soy el que soy” sino “Yo soy el que seré”; al comentario de la 5ª semana de Cuaresma vimos el sentido de “soy entre vosotros” como Emmanuel: “Dios con nosotros”, cosa que se ve más claro en este tiempo de futuro en que se reveló Dios a Moisés: “el que soy y el que seré”, es decir el que Es, y el que vendrá entre nosotros como la puerta, el buen pastor.

Lo que pasa es que algunos de sus oyentes no quieren creer en él. Y precisamente es la fe en Jesús lo que decide si uno va a tener o no la vida eterna. Los verbos se suceden: escuchar, conocer, creer, seguir. Si alguien se pierde, será porque él quiere. Porque Jesús, que se vuelve a presentar como el Buen Pastor, sí que conoce a sus ovejas, y las defiende, y da la vida por ellas, y no quiere que ninguna se pierda (basta recordar la escena de su detención en el huerto de los olivos: «si me buscáis a mí, dejad a estos que se vayan»). Y les dará la vida eterna. La que él mismo recibe del Padre.

El pasaje del evangelio nos invita a renovar también nosotros nuestra fe y nuestro seguimiento de Jesús. ¿Podemos decir que le escuchamos, que le conocemos, que le seguimos?, ¿que somos buenas ovejas de su rebaño? Tendríamos que hacer nuestra la actitud que expresó tan hermosamente Pedro (leímos el sábado): «Señor, ¿a quién iremos? tú tienes palabras de vida eterna». En la Eucaristía escuchamos siempre su voz. Hacemos caso de su Palabra. Nos alimentamos con su Cuerpo y Sangre. En verdad, éste es un momento privilegiado en que Cristo es Pastor y nosotros comunidad suya. Eso debería prolongarse a lo largo de la jornada: siguiendo sus pasos, viviendo en unión con él, imitando su estilo de vida (J. Aldazábal): «Aumenta en nosotros la alegría de sabernos salvados» (oración), y «que estos misterios pascuales sean para nosotros fuente de gozo incesante» (ofrendas).

La identidad de Jesús con el Padre queda expresada en esta fiesta de la dedicación del Templo, que conmemora un episodio de Israel (cf. 1 Mach 4,36-59; 2 Mach 1-2,19; 10,1-8) cuando Judas Macabeo en 165 a.C. libera Jerusalén de la dominación de los reyes Seléucidas de Siria, y purifica el templo de las profanaciones de Antíoco Epífanes, y desde entonces el 25 del mes de Kisleu (noviembre-diciembre) y la semana siguiente se celebraba en Judea la dedicación del altar, se llamaba también fiesta de las luces porque se encendían lámparas, símbolo de la Ley y se ponían en las ventanas de las casas (cf. 2 Mach 1,18): Jesús es el auténtico Templo, como indicó veladamente a la samaritana. «Con alegría y regocijo demos gloria a Dios, porque ha establecido su reinado el Señor, nuestro Dios Todopoderoso. Aleluya» (Ap 19,7.6). «Te pedimos, Señor Todopoderoso, que la celebración de las fiestas de Cristo resucitado aumente en nosotros la alegría de sabernos salvados» (Colecta), la salvación que nos consigue con su Pascua: «Concédenos, Señor, darte gracias siempre por medio de estos misterios pascuales; y ya que continúan en nosotros la obra de tu redención, sean también fuente de gozo incesante» (Ofertorio). Comunión: «Cristo tenía que padecer y resucitar de entre los muertos para entrar en su gloria. Aleluya» (cf. Lc 24,46.26), y con su Resurrección nos da el camino, la puerta para ir donde él está: «Escucha, Señor, nuestras oraciones, para  que este santo intercambio, en el que has querido realizar nuestra redención nos sostenga durante la vida presente y nos dé las alegrías eternas» (postcomunión).

Jesús con su Pascua se convierte en el Pastor que nos guía. Y dice San Gregorio Magno: «Por ello dice también el Señor en el texto que comentamos: “Igual que el Padre me conoce y yo conozco al Padre, yo doy mi vida por las ovejas” (Jn 10,15). Como si dijera claramente: “La prueba de que conozco al Padre y el Padre me conoce a Mí está en que entrego mi vida por mis ovejas, es decir, en caridad con que muero por mis ovejas, pongo de manifiesto mi amor por el Padre”». Jesús, como Pastor y Cordero, es objeto de especial atención en los inspirados versos de San Efrén: «Oh Hijo de Dios, Tú viniste al mundo / para atraer hacia Ti a la oveja racional. / Naciendo de la Virgen, te hiciste Cordero / y hacia Ti corrió la oveja descarriada, / porque oyó la voz de tu balido. / ¡Oh Cordero que trajiste la santidad! / ¡Oh Lactante, que eres el antiguo de día! / ¡Oh Pastor y Lactante, cuán manso eres!». Hoy, la mirada de Jesús sobre los hombres es la mirada del Buen Pastor, que toma bajo su responsabilidad a las ovejas que le son confiadas y se ocupa de cada una de ellas. Entre Él y ellas crea un vínculo, un instinto de conocimiento y de fidelidad: «Escuchan mi voz, y yo las conozco y ellas me siguen» (Jn 10,27). La voz del Buen Pastor es siempre una llamada a seguirlo, a entrar en su círculo magnético de influencia. Cristo nos ha ganado no solamente con su ejemplo y con su doctrina, sino con el precio de su Sangre. Le hemos costado mucho, y por eso no quiere que nadie de los suyos se pierda. Y, con todo, la evidencia se impone: unos siguen la llamada del Buen Pastor y otros no. El anuncio del Evangelio a unos les produce rabia y a otros alegría. ¿Qué tienen unos que no tengan los otros? San Agustín, ante el misterio abismal de la elección divina, respondía: «Dios no te deja, si tú no le dejas»; no te abandonará, si tú no le abandonas. No des, por tanto, la culpa a Dios, ni a la Iglesia, ni a los otros, porque el problema de tu fidelidad es tuyo. Dios no niega a nadie su gracia, y ésta es nuestra fuerza: agarrarnos fuerte a la gracia de Dios. No es ningún mérito nuestro; simplemente, hemos sido “agraciados”. La fe entra por el oído, por la audición de la Palabra del Señor, y el peligro más grande que tenemos es la sordera, no oír la voz del Buen Pastor, porque tenemos la cabeza llena de ruidos y de otras voces discordantes, o lo que todavía es más grave, aquello que los Ejercicios de san Ignacio dicen «hacerse el sordo», saber que Dios te llama y no darse por aludido. Aquel que se cierra a la llamada de Dios conscientemente, reiteradamente, pierde la sintonía con Jesús y perderá la alegría de ser cristiano para ir a pastar a otras pasturas que no sacian ni dan la vida eterna (Josep de Calasanç Laplana). Sin embargo, Él es el único que ha podido decir: «Yo les doy la vida eterna» (Jn 10,28).

Sólo la fe capacita al hombre para reconocer a Jesucristo como el Hijo de Dios. Juan Pablo II hablaba en el año 2000, en el encuentro con los jóvenes en Tor Vergata, del “laboratorio de la fe”. Para la pregunta «¿Quién dicen las gentes que soy yo?» (Lc 9,18) hay muchas respuestas... Pero, Jesús pasa después al plano personal: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Para contestar correctamente a esta pregunta es necesaria la “revelación del Padre”. Para responder como Pedro —«Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo» (Mt 16,16)— hace falta la gracia de Dios. Pero, aunque Dios quiere que todo el mundo crea y se salve, sólo los hombres humildes están capacitados para acoger este don. «Con los humildes está la sabiduría», se lee en el libro de los Proverbios (11,2). La verdadera sabiduría del hombre consiste en fiarse de Dios. Santo Tomás de Aquino comenta este pasaje del Evangelio diciendo: «Puedo ver gracias a la luz del sol, pero si cierro los ojos, no veo; pero esto no es por culpa del sol, sino por culpa mía». Jesús les dice que si no creen, al menos crean por las obras que hace, que manifiestan el poder de Dios: «Las obras que hago en nombre de mi Padre son las que dan testimonio de mí» (Jn 10,25). “Jesús conoce a sus ovejas y sus ovejas escuchan su voz. La fe lleva al trato con Jesús en la oración. ¿Qué es la oración, sino el trato con Jesucristo, que sabemos que nos ama y nos lleva al Padre? El resultado y premio de esta intimidad con Jesús en esta vida, es la vida eterna, como hemos leído en el Evangelio” (Miquel Masats).